Pérez-Reverte cubriendo la batalla del Ebro
Como en otras novelas bélicas de Pérez-Reverte (muchas de las suyas), sus soldados sobre todo esperan, “como todos los soldados en todas las guerras”. Soldados que viven y mueren en ella sin obstruir el humor, un humor muy español, reconocible, en sus circunstancias poderosamente vívidas a fuer de literarias.
“-Sin
poder fumar, esta guerra es una mierda.
-Y hasta
fumando”.
En la soldado Pato vemos la guerra, si antes supimos lo que era para ella en su primer contacto, pocos días después de la lucha tras cruzar el Ebro “su primera batalla le está pareciendo una aventura fascinante. Se siente entera y útil formando parte del todo. Del esfuerzo, el heroísmo y la lucha”. Y más de una semana en el frente hacen que Pato admita que lo que al principio le pareció “asombroso”, ahora le resulte “sobrecogedor”. En absoluto “semejante a lo que una imagina desde lejos”.
La guerra, que es sobre todo “andar y desandar, correr y esperar”.
También “mojarse, pasar hambre y frío”. La guerra, hecha de soldados, “capaces
de lo peor y de lo mejor”, porque “lo peor de la guerra son los hombres, y lo
mejor también los hombres”. Hombres que a menudo lo que anhelan es “descansar,
dormir o morir”. La guerra, hecha de silencio, olores, luces, ruido y
oscuridad. Hecha de la vida en el vértigo.
“Los impactos de mortero salpican
resplandores azules y naranjas en la incertidumbre del alba. […] La noche
todavía no queda atrás, y las últimas casas del pueblo conforman un paisaje
fantasmal de sombras espesas iluminadas por los fogonazos de los disparos.
Huele a madera quemada, a nitramina explosiva, a polvo que flota en el aire
dando a la penumbra una consistencia casi física. En la distancia arde una
casa, rodeada de un halo siniestro de luz rojiza”.
La guerra —en la cual, “las buenas maneras se dejan para las
novelas”— y el paisaje donde transcurre, el paisaje que va muriendo un poco a
su paso:
“El resol es tan intenso que las
piedras en torno a la ermita deslumbran como si estuvieran cubiertas de nieve,
y los almendros y olivos que se extienden desde los bancales se difuminan en
una calima polvorienta”.
Un personaje dice matar los hechos, no a las personas, y otro en esa misma conversación afirma que “la mayor parte luchamos contra las ideas de ellos”. Son legionarios que no buscan revolucionar el mundo, sólo “echar a esos indeseables” para luego asistir al espectáculo de “quién nos decepciona y quién no” (afirma rotundo el alférez legionario). Todo ello reducido a una “cuestión de cojones”. De quién aguanta más que el otro: “muy español, todo, muy propio de ambos bandos”. ¿Equidistancia en estado puro la de Pérez-Reverte? ¿Pero el que habla no es el personaje de una novela? ¿Parte de uno de los dos bandos, un humano que piensa en voz alta? No fue una guerra corriente, y un corresponsal extranjero le dice a su compañera de fatigas: “a la mierda la objetividad”. Habla el capitán republicano Bascuñana:
“Hay un momento complicado,
cuando descubres que una guerra civil no es, como crees al principio, la lucha
del bien contra el mal… Sólo el horror enfrentado a otro horror”.
“Lo que más deseo del mundo es caminar sin que me disparen”,
le responde a uno de los corresponsales un brigadista internacional cuando le
preguntan qué es lo que más le apetece en ese momento. Que no te disparen como
máximo deseo. La guerra. Vivian, la periodista estadounidense, reconoce que
creía que todo aquello era sólo una aventura, cuando en realidad era la vida.
Una vida repleta de “cadáveres tirados en los parapetos con expresiones rígidas
y sorprendidas”, porque “un soldado siempre parece morir decepcionado, como sin
terminárselo de creer”. Un soldado ante “un futuro que ya no existe”.
Yo creo que, en el fondo, Pérez-Reverte dedica este libro a aquellos soldados que combatieron en los frentes de aquella guerra y después, cuando regresaron a sus hogares, jamás dijeron una palabra sobre ella.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Tomando distancia en la línea de fuego con Pérez-Reverte: palabras y muerte en la Guerra Civil’, publicado el 26 de octubre de 2020 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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