Una guerra civil duradera, dura y de dictadura
Érase una
guerra civil que no se acababa nunca, una guerra con sus buenos y con sus
malos, pero sin final, ya digo, una guerra de mil días que duraba casi cincuenta
años.
Érase una guerra con su general(ísimo) y caudillo, con sus derrotados
tras alambradas o en zanjas, con sus vencidos vivos en un cementerio sin
lápidas, una guerra con sus estancos para no fumadores, una guerra con su
falange y sus carlistas y sus alfonsistas y sus africanistas sin África, una
guerra con sus presos y sin prisas, una guerra civil duradera, dura y de
dictadura, repleta de inválidos y de resabiados lisonjeros, serviles inútiles
que sólo siendo clac crecen, una guerra con sus muchos muertos, algunos hasta
enterrados como Dios manda, otros ateridos en el corazón de los suyos, cemento
para cunetas.
Érase una vez una guerra entre hermanos, entre primos y
consuegros, entre amigos y enemigos, una guerra entre españoles, una guerra con
sus hediondos cadáveres, con sus pechos de insignias sin valor, una guerra
redonda y retardada, alargada en las noches de vientres amargos, con sus
generales victoriosos y gordos, con sus fronteras vigiladas por senegaleses,
con sus niñas de oro a punto de enviudar, con sus niños sin guantes ni jerséis
ni calzado, una guerra civil llena de extranjeros, no siempre de sí mismos,
pero al llegar un nuevo octubre, el del año 82, muchos quisieron ver que
acababa, que dejaba de ser guerra civil y se convertía en un futuro, ahora sí,
ahora sí, ahora sí.
Érase una vez una guerra redimida en una urna.
Consecuencia
de tus tres años de ser guerra fue, por supuesto, la dictadura del general
Franco, que se fundamentó en la represión de los vencidos. Fue una guerra de
eliminación del otro, y para ello los victoriosos usaron desde luego la muerte,
la represión y la depuración y se aprovecharon del exilio.
Y su fruto, la
dictadura franquista, el franquismo, exterminó la herencia liberal y las
tradiciones republicana, socialista y anarquista para construir en su lugar un
nuevo Estado donde los vencidos quedarían excluidos. Tras de la odiosa guerra
se rompió con las tradiciones culturales que te llevaban España hacia la modernización para sustituirlas
por el más puro antiliberalismo católico y por unas gotas del específico
fascismo español, a medio camino de la soldadesca patriotera y la paradójica
revolución social nacida para evitar la revolución social.
Este
texto pertenece a mi artículo ‘Érase una guerra civil que no se acaba(ba)
nunca’,
publicado el 29 de diciembre de 2016 en Moon Magazine, que
puedes leer completo EN ESTEENLACE.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.