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Por el fuego

Tenemos una obligación: hacer saber a quienes nos hacen gigantes que ellos son nuestros dioses. Constantemente. Tenemos la obligación de decirles a quienes amamos, no te rindas nunca, mientras yo viva no te rindas nunca: yo estoy a tu lado para ser más que carne y huesos y risas y canciones, soy una sombra enamorada. Y es una obligación que ha de nacer del puro amor, ha de brotar sola, así que se convierte en la más grande obligación que tendremos, la de devolverle amor al amor y así alimentarle y tenerle en ese sitio que construimos día a día para él.

El amor es algo tan hermoso que cuando duele se convierte en una nube de plomo dibujada por un pintor ardiente y confuso, en un árbol majestuoso en cuyo interior sabes que morirás sin el miedo terrible a la muerte, es una fuerza que hace estallar todos los aparatos de medida y que siempre nos deja ese poso en el alma indescifrable, mágico y sensacional.

Cuando la mañana llega a su fin,
tú sigues esperando a alguien
que esté ahí por el fuego,
a alguien de mirada encendida,
permaneces en silencio,

leyendo el tiempo,
todo huele al mar del mundo,
a sepelio y a bautizo,
pero tú sabes escuchar
a las estrellas y a los relojes,
tú recuerdas las canciones
y recuerdas los desprecios,
eres un hombre sonriente,
el decapitado enigma
de los dioses,
un hombre atento a unos suspiros,
atento a la llegada del Sol,
a la memoria de la noche,
eres esperanza y amor secreto.

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