He presenciado una obra maestra.
DOLOR Y GLORIA me devuelve la
confianza perdida durante décadas en un director que me maravilló con algunas
de sus primeras películas (¿Que he hecho
yo para merecer esto?, Átame, Mujeres al borde de un ataque de nervios,
quizás La ley del deseo, y creo que ninguna
más).
Hay en las escenas que el aquí sublime Antonio Banderas (premiado como mejor
actor en Cannes este año 2019 por su luminosa herida almodovariana) mantiene
junto a Leonardo Sbaraglia y ante la inmensa Julieta Serrano más humanos frente
a mí que en todas las películas que PEDRO
ALMODÓVAR haya rodado en los últimos treinta años.
[Con motivo de sufrir su película Julieta,
escribí algo así…
Hace tiempo que decidí que quien tiene un problema es él. Conmigo. Decidí
que yo no tengo un problema por no conmoverme, por ni tan siquiera creerme una
secuencia o casi ninguna de las secuencias de sus películas exquisitamente
distantes aunque pretendidamente emocionantes. Hace tiempo que descubrí, antes
de decidirme a saberlo, que lo que Pedro Almodóvar y su hermano (sí, su
comunicador, el que consigue que nos enteremos de que cuanto está a punto de
dar a su público no pase en modo alguno desapercibido) facturan como cine
molón, bonito y sofisticado y rebosante de sentimientos y sensaciones, es una
patraña. Una patraña para mí, que es, para mí, claro, como decir eso, una
patraña.
Porque ni (a) la empatía me conmueven los hermanos Almodóvar. […]
Y eso que vengo viendo sus pelis (casi todas) desde que estrenaron aquella
que al menos sirvió para que Olvido Gara no se dedicara al cine.]
Me alegro de reencontrarte, Pedro: alguna vez quise que Madriz fuera una
obra de arte rodada por ti y hoy me has devuelto tu vida como si lo
cinematográfico pudiera vencer a la belleza.
El escritor Manuel Rodríguez ha
escrito sobre Dolor y gloria esta
excelencia con la que te estoy totalmente de acuerdo:
“MARAVILLOSA.
No siempre me ha convencido el cine de Almodóvar, ni el personaje en cuestión.
Tampoco he comulgado con todas las interpretaciones de Antonio Banderas, a
pesar de que me cae muy simpático y le aprecio su lealtad a Málaga. Pero de ese
tándem ha nacido una película sublime.
Se trata de una obra intimista,
sentimental, con toques de humor y repleta de vida y humanidad. Si un
narrador, un artista, puede enorgullecerse de algo es de trasladar emociones a
través del papel o la pantalla. Y en esta película eso ocurre a borbotones.”
Sigo yo. La autoficción, esa cosa que tu madre, Pedro, te escuchó alguna
vez en una entrevista, esa que dijo tu madre, Pedro, que la hacía daño a ella y
si no a ella a sus amigas, a sus vecinas, a quienes tú creías tratar con un
monumental cariño y en realidad lo que ellas sentían es que las degradabas, que
te burlabas de su condición de parias sin pulir. Esa autoficción que no acierto
a desentrañar correctamente porque he querido ver Dolor y gloria como una película que me dijera lo que entrañaba a
medida que mis ojos la conectaban con mi médula ósea y con parte de mi alma,
esa donde el cine, la literatura, el arte, imprime su carácter indeleble de
sublime realidad engendrada como por arte de magia.
Actores. Una película de actores.
Como no puede ser de otra forma, Dolor y
gloria es, claro, una película de actores. ¿Se puede hacer cine sin
actores? Almodóvar tiene fama de dirigir muy bien a los suyos y aquí brillan
los ya mencionados Banderas, Sbaraglia y Serrano, naufragan algunos (nada raro
en las películas de Almodóvar, donde siempre aparecen actores desnortados o
actores que nunca lo serán) y destaca poderosa junto a ese trío estelar Nora
Navas, apabullan algunos momentos excelentes de Asier Etxeandia y no desentona
una Penélope Cruz que no da el papel de pueblerina asustada ni aunque se
ejercite durante años.
Dolor y gloria
Almodóvar, Pedro Almodóvar:
fuimos un desvanecimiento
ante el primer deseo,
fuimos el olor de una sala de cine
cuando al mundo le sobraba el rebosar de la familia,
le bastaba con la fiebre de la imaginación
y el glorioso dolor de los sueños.
Fuiste, eres, SERÁS… DOLOR Y GLORIA.
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