EN EL LÉGAMO DE LA MEMORIA

I
El péndulo que engulle al pasado
con su oscilar hacia la eternidad
sostiene el universo con su vida
de inquietud y ser inconsciencia.
Todo reloj ama atrapar el tiempo
en su limpia cadencia de soledad
mientras es reflejo de una flecha
que fue arrojada por el destino.
El péndulo y el reloj vierten
una sangre de instantes muertos,
sumergen nuestras esperanzas
en el légamo de la memoria.

II
La inevitabilidad del amor:
no es necesario acordarse de amar,
la memoria se funde en negro
cuando el alma finge ser escarcha,
todo es deseo necesario, útil…
Amar sin un aunque ni un además,
recibir ese amar como la sangre
fluye sin descanso hasta el final.
No puedo impedir amarte,
no puedes esquivar amarme.

III
Aquí, allí y en todos los sitios:
aquel perro en el bosque,
quieto, mirándonos. Siendo el
bosque, en su silencio de árbol.
Ajeno al destino, sin esperanza,
alejado de su propia muerte,
con su mirada de hojarasca
puesta en ti y en mí.
Aquel perro en el bosque
y en su realidad artística
oculta en un museo
a la vista de todos,
de ti y de mí.
Aquí, allí y en todos los sitios:
las palabras han de ser dichas,
escritas, cantadas… Son las palabras
el eco permanente de los bosques,
la silenciosa mirada de aquel perro,
su presencia en nosotros,
la memoria del tiempo detenido
en una sala de un museo
donde jamás nadie permitió
exhibir su perro en el bosque:
la memoria del tiempo detenido
en el estudio de un pintor
que ya no pintará la boca detenida
ante la nada de un perro
del color de una tarde tuya
y mía.
Una tarde tuya y mía
aquí, allí y en todos los sitios.

IV
Debajo del mar está la poesía,
que también flota sobre los náufragos agonizantes,
bajo las pérdidas de los aviones,
junto a las emociones deshechas de los fusilados.
Cancela la poesía todo estupor,
lo inaugura y lo ensimisma, lo habita.
Todo lo puede la poesía.
Menos la realidad.
Hay más versos correctos en un átomo de verdad
que en la antología universal de las vidas todas:
sólo un poemario es salvación si es libre
y ha sido escrito con el vértigo azul del deseo,
únicamente le permitimos a un poema ser los cielos,
ser ese mar sobre la poesía,
ser todo lo que vendrá después,
cuando nos acaricia el dolor para transformarlo
en belleza, en memoria hermosa del dolor,
en olvido,
cuando nos acaricia en el amor para iluminarlo.
  
V
Cómo ardía,
y no hay recuerdos,
cómo era llama y ruido de cripta,
sabíamos cómo acababan los veranos,
en el fuego de las noches
y nuestros gritos libres
en un mundo atado y mal atado:
y no hay recuerdos,
sólo nos queda la memoria,
esa insuficiente bofetada al pasado,
ese beso robado al destino,
el tiempo de la muerte de los tranvías,
el de los bares de latón en las plazas,
el tiempo manso del viejo titán ensangrentado.
Cómo ardía,
algunos nos sentamos a verlo,
algunos cantábamos a Peret, mal,
a Karina,
las horas y las palabras,
nada era inmortal,
nada lo ha sido,
el juego nos bastaba,
éramos futuro brutal,
no necesitábamos pensar,
el viento se perseguía a sí mismo,
nuestra gratitud podría ser infinita:
hoy sólo puedo imaginar los recuerdos
de aquella hoguera
y su olor en mi ropa.
Madriz, sigues aquí,
bajo mis pies,
siendo mi cielo.

VI
No tengo que volver a recordarte,
no necesito en absoluto a la memoria
(¿qué hace la memoria cuando no recordamos?):
sé de cada instante vivido a tu lado,
me basta con abrir el mundo con mis dos manos,
ser supremo y hundirme en el aire que respiras,
ser supremo y reducirme a hermosos escombros
de amor, de presencia, de convencido espíritu.
No necesitaré saber nada más
entretanto anide esta luz en mi pecho
desde la que podría bailar bajo un océano
mientras tú y tu sonrisa existáis conmigo,
para mí.
Te había olvidado antes de aquella tarde de mayo,
la tarde en que Madrid tuvo ya por fin su bahía
y yo un corazón propio.

VII
EN POCAS PALABRAS, DESDE MI TRIBUNA
En la ventana de la posmodernidad,
ante la frecuencia del fin del mundo,
la inocencia de las palabras
ilumina las fronteras insólitas de la realidad:
leemos la vida,
tras las huellas de la memoria,
tras la tarea provocadora de Dios
en su grandeza, en ese
ser o no ser
suyo,
en ese no dejarnos vivir con alegría.
Las lecciones de la caótica peregrinación
del tiempo,
la responsabilidad del pasado:
no te mires en el río,
obedece la Ley Ordesa.

VIII
La nostalgia nunca será lo que era,
tú nunca viste la oscura nieve sobre los Apalaches
ni soñaste jamás con un Volga de plata:
los dioses de las causas perdidas sólo saben mentir,
hipnotizan, obligan, adiestran, roban nuestro tiempo
sobre la Tierra. Nuestras madres no soñaron
con nosotros, fueron nosotros.

Haz memoria, estáncate en aquella alma de goma.

La nostalgia fue un error. Un error:
allí donde ocurra algo nos perdemos
para siempre, bajo la loción detenida
que hace sangrar al tiempo,
luces veladas de amanecer vislumbrado,
¿quiénes imaginaron la primera huida
hacia el cielo,
quiénes son nuestros pastores
desde aquella mañana en la que ardieron
todas las praderas, todas las esperanzas?:
añorar es arañarle al futuro,
evocar es invocar al pasado,
que las ensoñaciones no nos impidan nunca
disfrutar de la distancia
entre nuestra mirada y nuestro afán.

La nostalgia siempre es un horror.

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