La efímera eternidad

Ella duerme mientras Aretha canta desde donde cantan los muertos las canciones inmortales. Yo no quiero dormir aún, pero el sueño se va haciendo con las riendas de lo que a estas horas queda de mi voluntad. No soy capaz de seguir leyendo la novela de Amis cuya lectura comparto estos días con la más reciente de Aramburu. Ahora canta Marvin desde el mismo lugar de fuego en el que hace un momento cantaba Aretha. Tengo que escribir esto que me está pasando ahora mismo, no en este preciso instante en el que escribo estas palabras… Estas palabras. Sino cuanto me sucede en estos días, en estos meses, en estos dos años ya en que vivo con ella, en los que vivo como si ella fuera cuanto hubiera amado en la vida, cuanto hubiera querido en la vida, cuanto hubiera recordado en la vida, cuanto hubiera deseado en mi vida. En esta vida que ahora cobra pleno sentido como las miles de horas en las que fui educándome, adiestrándome, aprendiendo a ser el hombre que enamoraría a Marga y la colmaría de la felicidad en la que nado cada minuto de mis días desde hace dos años, cuando la besé por primera vez y acabé reconociendo que todo lo que sé construir es el ámbito y el tiempo donde compartir con ella el entusiasmo, la delicadeza, los sonidos, las caricias y las palabras con las que resistir hermosamente ante la efímera eternidad.
 
Duerme, amor, duerme,
sólo necesito todo de ti,
me basta con cuanto eres,
no podría pedir nada más
que tu completa existencia.

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