Detenido en el tiempo: Piglia y ‘Nombre falso’


Nombre falso es Ricardo Piglia detenido en el tiempo en el que la literatura era sólo eso. Nada más y nada menos que escritura y lectura. 1975 y 1994 son sus dos años, el primero y el de su definitiva detención en el tiempo al que he acudido para enmudecer mientras me asomo al tiempo detenido. Piglia ya no escribirá más pero yo tengo la suerte de tener casi todo Piglia dispuesto para ser leído por mí.

He escrito un cuento inspirado en el arte de Piglia que Piglia no se merece. Me he prometido escribir algún día un cuento en el que Piglia sea más Piglia que el Ricardo Piglia ya muerto que tenía Rienzi como uno de sus apellidos en la realidad real de la realidad sobre la cuál Piglia escribía sus cuentos, sus novelas, sus escritos de fabuloso fabulador de instantes definitivos, de apariencia azarosa, pero ya digo, estrictamente concretos, de una severa certeza ceñida a los ámbitos de su imaginación de escritor más auténtico que lo que se pronuncia por última vez. Mientras tanto, habrá que seguir viviendo.

Los cuentos de Nombre falso son un lugar magnífico para comprobar que “en las macetas el olor de los claveles hace pensar en la muerte”, que “siempre es demasiado temprano o demasiado tarde para lo que uno quiere hacer”, que el destino es una “sutil combinación de los hechos de la vida”.

Signos de fracasos personales… Despedidas donde ella le dice a él “Nunca vas a saber cómo te quería”… Personajes tranquilos “como una piedra en la que la vida acabara de esculpir un nuevo y terrible mandamiento” que pueden exclamar “No quiero ser puro”…

El narrador del cuento que da título a este libro descomunal y pequeño a la vez, Nombre falso, dice de la literatura que es “una falsificación burda de otras falsificaciones que también se inspiran en falsificaciones”; y, de los escritores, que escriben para ganarse “el puchero”. Menos mal que creo que Piglia, que parafrasea a Melville cuando considera insensato e inconcebible que un autor pueda ser franco con sus lectores, es un falsificador. Un falsificador que no puede pensar sin escribir, un falsificador que escribió, y así se nos sincera, entregándose “con alma y vida a este oficio en el que, para ganarme la vida, pierdo mi alma”. Un falsificador que tal vez nunca escribiera por escribir porque sabía que “todo el mundo es escritor, todo el mundo sabe escribir”.

Y acabo con una cita incluida en el volumen, una cita de Balzac, esa que dice:
           “La ilusión es una memoria convertida en deseo”.


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