Primo de Rivera, dictador

Miguel Primo de Rivera y Orbaneja nació el 8 de enero de 1870 en la ciudad gaditana de Jerez de la Frontera. Nieto y sobrino de generales, ya a los 20 años era teniente, poco tiempo antes de combatir en la guerra de Marruecos y recibir como capitán la medalla Laureada de San Fernando. También luchó en las guerras de independencia cubana y filipina, de las que regresó a España en el emblemático año 1898 como teniente coronel.

Volvió a participar a partir de 1909 en un nuevo periodo de la guerra de Marruecos, ya coronel, y su actuación le valió en 1912 el ascenso a general de brigada. Gobernador militar de Cádiz y general de división en 1915, cuatro años más tarde llegaría a teniente general y desempeñaría sucesivamente las capitanías generales de las regiones militares con sedes en Valencia y Madrid. 

Pero es a partir de 1922, cuando se le designa capitán general de la región militar de Cataluña, que Miguel Primo de Rivera pasa a estar ya sí en el ojo del huracán de la historia española del siglo XX. En Barcelona, su actitud enérgica se atraería las simpatías del amplio espectro de las gentes de derechas, incluso las de los catalanistas conservadores de la influyente Lliga Regionalista, en medio de una situación extremadamente problemática donde al nacionalismo más radical se le sumaba sin entrelazarse un malestar laboral grave que había hecho emerger un desorden público notable.

Y claro, el derrumbe de todo un sistema político, el de la Restauración canovista, agotado y sin el sostén de una economía propicia, situaba a algunos militares en una posición nada desdeñable para ser ese cirujano de hierro propugnado por el regeneracionista Joaquín Costa. A algunos militares como… Primo de Rivera.

Llegamos así al mes de septiembre de 1923, cuando Primo de Rivera se decide a dar un golpe de Estado que lejos de pretender derrocar al rey Alfonso XIII cuenta con la anuencia de éste y por supuesto con la de sus compañeros de armas. Comienza así una dictadura que suspende el orden constitucional y se prolonga, aunque ese no había sido su objeto primigenio, durante siete años. Una etapa que es fácil dividir en dos fases: una primera en la que gobierna el llamado Directorio Militar (y que transcurre hasta finales del año 25) y otra en la que el órgano protagonista es el Directorio Civil y en la que se produce el intento primorriverista de institucionalizar el autoritarismo. Un proyecto hostigado desde todos los sectores, sobre todo desde 1928, incluso desde el principal puntal del régimen, el Ejército o al menos parte del mismo, hasta el punto de que en enero del año 30 Primo de Rivera renunciará sin ser consciente de que lo que había logrado sin lugar a dudas era socavar por completo tanto la legitimidad de la monarquía constitucional de Alfonso XIII como el apoyo de numerosos sectores sociales y políticos a la mismísima existencia de la figura de un rey.

Ese mismo año, Primo de Rivera se exilió en Francia, donde fallecería el día 16 del mes de marzo. Uno de sus hijos, José Antonio, sería el fundador de una formación política esencial para entender lo que vendría algunos años después, Falange.



Este artículo fue publicado con anterioridad el 20 de septiembre de 2014 en Al Poniente.



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