Blonde, siempre supiste que Dios muere cuando no se le ama (gracias, Joyce Carol Oates)


Blonde es una obra maestra. Pero he tenido tres problemas al leerla.
He leído la versión voluminosa en tapa de Alfaguara y eso pesa, pesa mucho, e incomoda la lectura un quintal. Ese es el número uno, y en parte es culpa de Joyce Carol Oates, su autora, que escribe novelas eternas en el doble sentido literario de la palabra, sin tener en cuenta la capacidad física de resistencia de sus lectores mortales. Yo, de hecho, he detenido en cinco ocasiones su lectura para mientras tanto leer otras seis o siete novelas.

Aunque su autora se da prisa en explicarnos que es una ficción, que si queremos saber sobre la protagonista de Blonde (que aún no te he dicho quién es) leamos a quien han escrito sobre ella en otras disciplinas distintas de la novela (y nos invita a acercarnos a algunas de esas obras en concreto), lo que uno lee leyendo Blonde es la vida de un ser vivo cierto, real, de probada existencia, y no espera que al hablar sobre personajes ciertos, reales, también de probada existencia, fabule con fechas distintas de sus muertes o con acciones improbables negadas por la realidad. Ese es el problema número dos, un problema que me ha sumido en el desconcierto durante buena parte de la lectura de esa obra magnífica, volcánica, y ha estado a punto de hacerme enfadar con JCO, una de mis escritoras favoritas.

El tercer y último problema que me ha deparado la lectura de Blonde es mío, está en mi interior de lector comodón. JCO juega fuerte en Blonde, va con todo, no deja fuera de su relato denso y multicapilar ni uno sólo de los elementos literarios poderosamente artísticos, de una poética narrativa profundamente humana, de esa que nos muestra la vida engastada en los recovecos de la sangre y el alma de los personajes que protagonizan las novelas grandes.

Y dicho esto… Marilyn.

Marilyn Monroe, Norma Jeane, es Blonde. Todo cuanto late en Blonde late por ella, es ella. Lo es para ella.

¿Dónde vas cuando desapareces? Blonde no responde a esa pregunta, pero esa pregunta flota y se hace carne en el cuerpo y en el espíritu sensible, atormentado, de la extraordinaria actriz que fue Marilyn, de la quebradiza mujer que fue Norma Jeane.

“Ahí viene la Muerte, avanzando presurosa por el bulevar, bajo la mortecina luz sepia.”

Hasta Blonde (me gustó mucho pero no recuerdo gran cosa de él El día que murió Marilyn, de Terenci Moix), casi cuanto sé de Marilyn lo sabía por el impresionante retrato que de ella hizo su amigo Truman Capote en el hermosamente doloroso Una adorable criatura:

“¿Por qué es una mierda esta vida?”

También por el ensayo de Justo Serna y Alejandro Lillo titulado Young americans (que yo mismo edité para Punto de Vista y Sílex hace pocos años):

“No la hemos sobrevivido. Nuestra existencia vulgar será olvidada cuando faltemos, mientras ella aún fascinará con su mezcla de inocencia y voluptuosidad. Mientras tanto, seguiremos sin saber la verdad honda y superficial de esta mujer, ella sí que es una esfinge con secreto. Su epidermis clara, un simple albornoz, un pelo rubísimo que encubre el castaño que había bajo el tinte, su belleza, su serenidad.”

Ahora sé que cuanto necesito saber sobre Marilyn está en Blonde. Aunque en Blonde esté la invectiva de demasiado escritora con que JCO nos regala a espuertas. Porque en Blonde vive la más verdadera Marilyn Monroe que los seres humanos podamos llegar a comprender jamás. Y eso supera el escollo que fue el problema número dos. Y, de paso, el tres. Pero el uno, el uno, el uno no tiene solución. Afortunadamente, yo sí lo he superado.

Le he escrito cuatro poemas a Marilyn. Son estos (los tres primeros están inspirados en Blonde):

¿Adónde vas cuando desapareces?
cuando desapareces vas
al silencioso núcleo sin aromas,
vas a dar, con los ríos que van a dar al mar,
al mar y al ámbito de la nada sin nadie,
vas al submundo donde el mundo nunca tuvo lugar,
vas al mausoleo de Marilyn Monroe,
al túmulo festejado donde Jimi Hendrix sigue tocando
con la contumacia de los muertos,
vas a la piscina donde ya no flota William Holden
en el crepúsculo de los dioses,
cuando desapareces te posas en el vilo
donde estuviste mientras la vida
se empeñaba en sostenerte,
en acariciarte y en dañarte,
cuando desapareces eres espuma y ascua,
eres una página escrita por García Márquez,
una especie extinguida,
un animal buscando su alma,
cuando desapareces vas a dar al intermedio,
al descanso de un partido de fútbol
nunca disputado por Kubala ni por Di Stefano,
cuando desapareces eres un espectro
en el interior de una pintura negra
de Goya,
eres un verso de Whitman,
y eso es lo que finalmente te salva
de lo que quiera que sea ese paraje
adónde vas a parar
cuando desapareces,
te salva tu perfección de hormiga,
de grano de arena.

Sugar Kane
suena a esperanza arrepentida,
Sugar Kane
es una hermosa música en blanco y negro,
una música de cabaret adolescente,
suena al olor del alma de Norma Jeane,
al espejo en el que Marilyn Monroe
sabría mirarse antes de morir,
antes de hacerse morir,
antes de correr desnuda
hacia el lugar donde supo para siempre
adónde va todo cuando se desvanece:
Sugar Kane es la vida y la muerte,
pero cuando cierra los ojos
el universo se detiene para besarla,
sin conseguirlo.

Blonde,
siempre supiste que
Dios muere cuando no se le ama;
hermosa actriz,
actúa como si no hubiera eternidad,
estamos en inverno,
es fácil morir,
lo fue.
Hace frío,
Marilyn,
conmueves con tus labios rojos,
conmuévete ahora que aún
estás viva en la vida,
quemaron el celuloide,
ardiste en todos nosotros,
hace frío,
abre tus ojos de muerta,
vuelve a sonreírme
por última vez,
como si Norma Jeane
nunca hubiera quebrado
su cuerda floja.
Blonde: respírame,
nadie te espera ya,
sólo el Universo cree en ti.

Sonrisa del siglo XX
Te iba a llamar por tu nombre
para decirte lo que nadie te ha dicho
todavía:
que sigues viva en las paredes de muchas almas,
que por Truman Capote supe de tus vestidos blancos
más que en las fotos donde deslumbras
incluso sabiéndote muerta.
Te iba a nombrar innombrable
y a silbarte canciones desnudas,
una que empiece diciendo
el día que murió Marilyn
yo tenía la intención de venir a verte
en mi amniótica inexistencia
de eslabón perdido y encontrado.
Te iba a llamar por tu nombre,
ya lo he hecho,
te queremos tanto Marilyn
porque en ti se posó el futuro
durante un instante estelar
para fascinarnos insomnes.

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