Este cuento de Navidad

Había que escribir un cuento de Navidad. Ese era el reto que él mismo había establecido, que él se había impuesto para sí. Un cuento de Navidad, como el de Dickens, que es el cuento de Navidad por excelencia y que él en realidad nunca había leído pero había visto escenificar en tebeos, películas, series de televisión y en libros ilustrados de los que no había leído las palabras impresas pero sí contempló, de pequeño, sus dibujos pintados. Se trataba de escribir un cuento de Navidad que tuviera dentro todo lo que hace que unos amemos y otros odiemos, que unos amen y que otros odiemos, que unos amemos y otros odien, la Navidad, las fiestas con que se despide el año cada año y en las que se celebra a menudo el nacimiento de un Dios o el solsticio de invierno o la llegada de un nuevo ciclo o simplemente el alma festiva de los seres humanos, aterrados de ser únicamente noche y de que no llegue el día.

Un cuento de Navidad podría comenzar en una calle solitaria batida por el viento y a punto de recibir el sonido del silencio que hace la nieve antes de depositarse sobre las aceras. Podría dejar sentado de inmediato que es la noche del día 24 del año 2017 y podría ser que el lector pudiera situar su acción en su propia ciudad, en su pueblo si vive en un pueblo. Podría comenzar con lo que piensa deslavazadamente un niño que camina de la mano de su madre vestido de invierno con esos gorros que los niños nunca quieren ponerse. Podría sonar en el cuento desde el principio una canción que todo el mundo asocie a los días navideños, pero que no tenga por qué ser un villancico. O tal vez, sí, ¡qué más da¡


Este cuento de Navidad que él ya está escribiendo, porque ha aceptado su propio reto, no en vano se lo había impuesto, no olvidemos, podría muy bien dejar escuchar la voz del niño diciéndole algo a su madre para tranquilizarla. Podría ser en realidad únicamente una conversación entre ese hijo y su madre de la que sólo oyéramos lo que pronuncia el niño, y que eso bastara para que supiéramos el devastador instante en que el lector se detiene ante una noche que va a ser navideña y que ahora es un preludio mágico lleno de misterio.

En el interior de este cuento de Navidad no haría falta que nevara, de hecho lo más apropiado sería que todo él transcurriera en los minutos en que el cielo está a punto de llorar esas lágrimas de algodón suyas que son la eternidad de la muerte posándose sobre los segundos de luz de la vida sobre el mundo.

Al niño le brota de su boca de niño ese halo que es el humo de los cuerpos cuando la oscuridad permite verlo en el frío del tiempo frío. Y le brotan unas palabras que le dice a su madre. A su madre que parece haber llorado. No me digas más que te duele, mamá, dime que ya no te duele, mamá. La madre le mira y acelera el paso porque la noche de la ciudad impone desde su silencio un caminar menos displicente. Me prometiste que no te iba a doler más. No me digas que me calle, no. Parece resbalar la madre y el niño la aprieta con más fuerza con su manita izquierda enguantada en la lana roja que es lo único que se ve casi en esta noche envuelta en las llamas del silencio que preludia la blanca nieve. La ciudad se erige imperial en estos días de luces y cánticos, pero en esta parte de ella sólo suenan los tacones de la madre y las palabras del niño. No te entiendo, mamá, habla más alto. Los pasos se detienen y el niño mira a su madre que le acaba de regañar por su caminar de niño, como si el niño pudiera andar de otra manera. Todo se adensa en el barrio donde ahora se ven ya, por fin, algunas ventanas encendidas reflejando el esplendor proletario de sus interiores de fiesta. Mamá, sabes que te digo que te quiero muchas veces a lo largo del día, pero que tienes que dejar de llorar. La gota de sangre que ha caído al suelo adormecido del portal en que acaban de entrar cumple su función de vestir de fulgor la noche donde el niño le dice a la madre cuandoseamayormataréapapá.

Había que escribir un cuento de Navidad.



Este cuento fue publicado por vez primera en Narrativa Breve.

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