La guerra sin disparos, la guerra sin explosiones, sin
bombardeos, pero la guerra al fin y al cabo, ese lugar donde el ser humano se
mueve a sus anchas terroríficamente, ese mundo que no tiene maldita la gracia
pero que tiene su gracia, la guerra y su humanidad en vilo y su equilibrio
entre lo natural y lo cultural, entre el bien y el mal, entre el bien absoluto
y el mal absoluto, ese ámbito de las encrucijadas humanas que capta
magníficamente con sus ojos y sus oídos de artista cinematográfico Fernando León para ofrecernos una
película memorable en la que la muerte es en sí misma la posibilidad más cruel
de las crisis de las sociedades en crisis. Un aviso para navegantes, sea dicho
de paso, para aquellos que siempre separan a los suyos de los otros, de los demás,
de ese otro animalesco. Magníficas las interpretaciones de esta película, por
cierto, rodada con el acero perfecto de los equilibristas y surtida de una
música excelente.
Me encantó. Un día perfecto fue perfecta.
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