La realidad irreal de Silencio en la nieve


No he leído a Ignacio del Valle, pero quiero hacerlo. En una de sus novelas está basada la película que acabo de ver. La novela, El tiempo de los emperadores extraños, de 2006; la película, Silencio en la nieve, de 2011.
La novela que leeré tarde o temprano de Ignacio: Los demonios de Berlín, de 2009, la continuación de El tiempo de los emperadores extraños, también protagonizada por el ex comisario, ex guripa, Arturo Andrade. Y la leeré porque me han dicho que tiene de Kerr y Pérez-Reverte lo que a mí me gusta. Así que, decidido, la leeré.

Silencio en la nieve fue dirigida por Gerardo Herrero, y Juan Diego Botto y Carmelo Gómez fueron sus principales, excelentes, protagonistas. Diego Botto es Andrade, un ex policía que recibe la orden de investigar un crimen… en la División Azul, el cuerpo de ejército que la España de Franco envió a Rusia para ayudar a la Alemania nazi en su combate contra el comunismo. Ya sabes, aquello de Rusia es culpable.

Herrero traza una película muy suya, muy de esas en las que todo lo brillante que hay parece no salir de su dirección sino del material anímico que producen los actores y el guion aposentados sobre las imágenes que dan en ser finalmente sus filmes. Silencio en la nieve no emociona, pero es tan convincentemente real-irreal que uno disfruta del espléndido diseño de producción que nos hace habitar ese ambiente de abismo helado y helador e incluso pensar en que la novela de Del Valle es tan buena como nos dijeron.

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