Mi hijo mayor

No recuerdo el día de 1980 en el que comencé mis clases en la universidad. Debía de ser el mes de octubre e imagino que subiría andando hasta la estación de Atocha desde mi casa en la plaza de la Beata María Ana de Jesús para ir en tren hasta Cantoblanco. Seguramente me sentaría en una de las primeras filas de mesas ante el pupitre del profesor, que no consigo saber ahora mismo si era profesor o profesora y si lo era de Geografía o de Prehistoria… Sólo sé que sentí que todo lo que podía pasar ya estaba pasando, y que la vida iba a empezar a ser eso. Puede que me creyera un hombre, un adulto, pero seguro que sabía que lo que no había dejado de ser era un chaval de barrio educado por sencillos gigantes de los que habían sufrido una guerra. Quiero pensar que sentado en aquel pupitre no caía en la cuenta de que era el primer miembro de las familias de mis padres que se sentaba a recibir clases universitarias en todos los años en que las familias de mis padres llevaban sobre la Tierra. Me siento muy orgulloso de ello pero más orgulloso estoy hoy de que todo esto trate de evocarlo porque sea mi propio hijo mayor, Arturo, el que por primera vez se vaya a sentar a recibir su primera clase universitaria y de que probablemente pensará que prepararse para ello es una de las mejores cosas que ha sabido hacer hasta ahora en su vida, tan importante casi como ser un excelente amigo de sus amigos y un maravilloso hijo respetuoso y educado, alegre y sencillo, complejamente sencillo e idéntico a él, a lo que él está intentando que la vida le permita ser.

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