Lo que quiere ser La ladrona de libros

Leer, contar, escribir. La literatura antes de la palabra literatura, engarzándose en ese peculiar crecer de la humanidad desde el silencio hacia el exterminio y las galaxias.

Hay películas que quieren ser más de lo que pueden, películas como La ladrona de libros, basada en la novela homónima de Markus Zusak, con sus odiosos nazis y sus sufridos alemanes presos de sus nazis y de su historia, con sus aprendices de dioses y sus niños capaces de resucitar lo humano entre la maligna torpeza de las relaciones humanas torpes y desaliñadas, películas con su dosis de almíbar sobrante y su música de adoración y reserva.

Películas que se acercan demasiado, sin culminar sus hallazgos, al placer de la escritura como definitiva redención de lo que de nocturno tiene el mundo.

Películas sobre la necesidad de apreciar la lectura de cuanto escriben los gigantes y los enanos, de cuanto necesitamos los humanos para pasar desapercibidos entre las ruinas y para erigirnos en los animales inteligentes que decimos ser.


Películas como La ladrona de libros, dirigida por Brian Percival, que auguran vuelos aunque no sean más que natación en una tarde de verano.

Películas como esta, cuya interpretaciones de todos sus actores son de una enorme brillantez.

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