
A menudo
exageramos cuando llamamos obra maestra a alguna pieza musical, a alguna
película o cuando se lo decimos a un libro, sea este un ensayo, un poemario o
una novela, y sí, solemos decir de algunos libros excelentes que son una obra
maestra cuando "solamente" son una maravilla que nos ha mantenido en
vilo días enteros, a veces a algunas películas necesarias y magníficas las
decimos que son obras maestras cuando "únicamente" son eso,
beneficiosas y excelsas, de algunas canciones hablamos como las joyas
emocionantes que son pero en realidad "no son más" que brillos
cegadores en el silencio de los días...
Pero ay,
cuando damos con una creación que contiene todos los secretos que hacen nacer
de ese arte la propia vida que no acertamos a entender o a conocer de otras
formas, entonces, sí, entonces decimos de ella que es UNA OBRA MAESTRA, como
esta por la que Alberto Méndez merece que haya ido a donde haya ido sepa por
los medios que sean que su única obra es eso, una obra maestra.
Maravillosa forma de enseñarnos la desesperación del ser humano, la impotencia y el amor sublime.
ResponderEliminarLo releo de vez en cuando y siempre me emociona.