Dunkerque es una ficción memorable

Un superviviente es el hilo conductor de una hazaña mostrada con la extraordinaria naturalidad de las grandes películas de género.

Dunkerque es un film magnífico que se queda corto para llegar a obra maestra porque al entretenimiento de calidad que procura no es capaz de añadir la profundidad que en ocasiones parece querer mostrar.

Tensión, ritmo, belleza concreta y horror sin el pormenor de los estetas de la violencia gratuita. Unas interpretaciones de mérito, un buen guion… ¿Qué más precisa una película para entusiasmar a un espectador que va a disfrutar del cine en el cine y disfrutar efectivamente de eso que es el cine hecho para disfrutarlo en donde se disfruta mejor el cine: en el cine?

Si vas a ver Dunkerque, verás una película de guerra de esas que están hechas para mostrarte que la guerra es dolor, es algo feo, de una fealdad humana, eso sí. Es de las películas que te hablan de lo terrible de las guerras, que te dicen al oído sin aspavientos que lo más hermoso de ellas está fuera de su ser guerras, está en el mero ámbito de los humanos queriendo superar el caos y la maldad intrínseca de las guerras desde su estatura moral de luchadores por la supervivencia o de luchadores por la dignidad y la vida de los otros.

Muestra de la categoría de la dirección de Christopher Nolan es que consigue sustituir, cuando se lo propone, la acertada pirotecnia tecnológica con la que reconstruye el pasado de un hecho bélico decisivo por puro cine, por puro teatro, por puro arte: las miradas de Kenneth Branagh y Mark Rylance.

Nolan mola. Esta película suya, al menos, sí. Sin duda.

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