La película estadounidense Una batalla tras otra es el décimo largometraje dirigido por el cineasta Paul Thomas Anderson y está basada en una novela de Thomas Pynchon. ¿Qué podía salir mal?
One battle after another,
ese es su título original, se estrenó en 2025 y para mí su principalísimo e
inexplicable mérito es que sus 161 minutos no se me hicieron terriblemente
largos. Siéndolo.
Interpretada por Leonardo DiCaprio,
siempre excelente, y por otro astro como es Sean Penn, muy bien respaldados
por Chase Infiniti, Benicio del Toro y Teyana Taylor,
suena constantemente en este inclasificable film de acción más o menos cómica la
música de Jonny Greenwood mientras vemos la excelencia fotográfica de Michael
Bauman.
El libro de Pynchon que el propio Anderson
adapta muy libremente es la cuarta novela del reputadísimo escritor, Vineland,
publicada en 1990 y traducida al español en 2021 por Manuel Sáenz de Heredia.
Elogiadísima entre la crítica cinematográfica española e internacional, estoy más cerca de estar de acuerdo con las dos reflexiones sobre Una batalla tras otra de las que hablo a continuación que de las que se refieren a ella como la mejor película de 2025 e incluso la alaban como obra maestra, como cine irrefutable (sic), como “un clásico de este tiempo extraño” (Laura Pérez, en Fotogramas), aunque también estoy cerca de creer que “no para de sorprender durante casi tres horas que pasan volando” y que es “una montaña rusa en la que apetece montarse”, como mantuviera Jordi Batlle Caminal en La Vanguardia.
Carlos Boyero fue muy explícito
cuando escribió en El País que le pareció “una de las películas más
tontas e insoportables del año, un delirio sin causa y cuya agotadora duración
complica encontrar una postura adecuada en la butaca”. Exagera, para mi gusto,
pero está más cerca de mi forma de verla que quienes ven en esta desaforada
manera de expresar la Primera Guerra Cultural Mundial la quintaesencia del cine
necesario.
Por su parte, Keith Uhlich, en Slant, dejó dicho que Una batalla tras otra es “una sobrecargada bagatela satírica que convierte la desmesura en una forma de arte, pero que fracasa en reflejar con precisión —y mucho menos de forma adecuada— el espíritu tempestuoso de nuestra época”. Ahí sí que firmo yo.


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