El primer libro que publicamos en Punto de Vista Editorial en versión analógica (a algunos de mis socios no les gustaba que usara esa palabra para distinguir nuestras ediciones en papel de las más habituales digitales) fue Young Americans. La cultura del rock (1951-1965), una obra escrita por Justo Serna y Alejandro Lillo que pusimos en las librerías en 2014.
Recientemente, con motivo del éxito de la película A complete unknown, estrenada en 2024, dirigida por James Mangold, donde asistimos al ascenso a esa especie de podio divino-artístico pop de Bob Dylan (interpretado por Timothée Chalamet), recordé aquel capítulo del libro de Serna y Lillo titulado ‘Cuando Bob Dylan llegó a Nueva York’.
“Estamos a mediados de los sesenta. Un chorro de luz ilumina a quien está en el escenario. ¿Quién es? Asistimos a una actuación de Bob Dylan. Canta en público con guitarra eléctrica y armónica. ¿Qué pieza? Like a rolling stone (1965). Pero escuchamos solo un breve fragmento. Inmediatamente después, el mismo personaje habla en una entrevista. Han pasado varias décadas: estamos hacia 2005. Refiriéndose a su etapa juvenil dice:
‘Ambicionaba salir
para consumar una odisea: la de llegar a casa, casa que estaría en algún
sitio... Salí para encontrar el hogar que había abandonado tiempo atrás. No
podía recordar exactamente dónde estaba, pero estaba en camino. Y al encontrar
lo que finalmente encontré fue como me lo había imaginado. Exactamente. En
realidad no tenía ninguna ambición. Había nacido muy lejos de donde se supone
que debía estar y por eso estoy en camino, de camino a mi hogar’.
Eso confiesa Dylan
en No direction home (2005), el documental que dirigió Martin Scorsese
sobre el cantautor americano y que ahora podemos ver y volver a ver cada vez
que queremos evocar su pasado, que es aquel tiempo que estaba cambiando a
principios de los años sesenta”.
¿En qué sitio se encuentra el hogar
de Dylan donde llegaría para “consumar una odisea”? Como leemos en el libro de
Lillo y Serna, “quizá sólo es un espejismo o una ensoñación”.
Hay motivaciones constantes en las
letras de las canciones del genio estadounidense: sin ir más lejos, la “de
estar en la carretera, el deseo de marchar, de crear algo nuevo, de asentarse
finalmente en la casa que él imaginó”. Ese “referente inspirador” está en el nodetenerse,
no hay camino de vuelta.
Detengámonos durante un momento en aquella
instantánea en la que aparece “con Suze Rotolo cogida del brazo caminando por
las calles de un Nueva York helado”, la que vemos en la portada de su segundo álbum,
The freewheelin’, aparecido en 1963:
“Vemos en contrapicado a una pareja de jóvenes. Marchan abrazados, en actitud fraternal, cariñosa. Avanzan por una calle de Nueva York, concretamente en la esquina de Jones Street con West 4th Street: en pleno Greenwich Village. Están ateridos de frío. Han abandonado la acera y caminan por el centro de la calzada, por el centro del mundo: libres, irresponsables, espontáneos. Parecen amarse. A la izquierda distinguimos una furgoneta Volkswagen, como un cacharro allí abandonado. Él —serio y circunspecto, con el pelo cardado— siente el estremecimiento del viento helado. Lleva un Levi’s ya envejecido y una cazadora de ante que apenas le cubre. Ella luce una sonrisa abierta que expresa toda la dicha. Se protege con una gabardina o un impermeable de color verde oscuro. No importa: no importan el hielo o la nieve. Son Bob Dylan y Suze Rotolo”.
Serna y Lillo recuerdan una glosa que
escribió Antonio Muñoz Molina “con motivo de las memorias de la chica que
aparece en dicha foto”, en ella el escritor español decía…
‘La portada de
aquel disco, que fue el primer LP de Bob Dylan que escuchamos entero, The freewheelin’,
tiene algo de foto de familia. El hombre y la mujer de la foto eran
increíblemente jóvenes, pero nosotros éramos más jóvenes aún. No entendíamos
las letras de aquellas canciones que poseían una fuerza inaudita aunque estaban
hechas tan solo con una voz y una guitarra, pero su furia y su ternura
traspasaban nuestro desconocimiento del idioma (...). Tenía 17 años cuando
conoció a Dylan. Vivía en el Village, como aspirante a artista, pero venía de
Queens y era una hija de emigrantes italianos, trabajadores y militantes
comunistas, un padre y una madre que amaban la música tanto como los libros y
que la introdujeron tempranamente en las luchas por los derechos civiles. Bob
Dylan, cuando se enamoró de ella —lo cuenta en otra memoria extraordinariamente
bien escrita, Chronicles— era un provinciano recién llegado a Nueva York desde
Minnesota, con mucha vocación musical pero mucha ignorancia, feliz de dejarse
guiar por aquella neoyorquina de Queens’.
Scorsese retoma en su documental las
imágenes de aquella actuación en la que Dylan canta Like a rolling stone.
“Ahora lo sabemos:
es un concierto en Newcastle, Inglaterra, celebrado el 21 de mayo de 1966. Ya
es una estrella que ha de salir corriendo del local para acceder al coche.
Vemos a policías británicos protegiéndolo. Y luego escuchamos declaraciones de
antiguos fans que le reprochan no ser el mismo: Bob ha cambiado. En efecto,
Dylan se ha electrificado y, según dicen, está haciendo concesiones a los
gustos populares. ‘Creo que se está prostituyendo’, afirma uno de ellos.
Reprochan sobre todo al grupo que lo acompaña la música manida que ahora
estarían reproduciendo. Sienten nostalgia de sus primeros discos: por ejemplo, The
freewheelin’. ¿Y ahora? Ahora, Scorsese nos hace oír Mr. Tambourine man
(1965). Con guitarra acústica, armónica y esa voz áspera y doliente”.
Un amigo de adolescencia y primera
juventud dice de Dylan que “era como una esponja”. Alguien hambriento
que “lo asimilaba todo: gestos, sonidos”… y admiraba a Woody Guthrie, cuyas
canciones parecerían sonar arcaicas a la mayoría: no a Robert Zimmerman, que
parece obsesionarse por él…
“Llegó a marcharse
a la costa Oeste para conocerlo, para mostrarle su admiración y su respeto.
Guthrie estaba en un hospital de Nueva York, afectado de una grave dolencia. A
esa ciudad llega Bob Dylan en 1961, justo cuando empieza la era Kennedy. ¿Cómo
estaba el panorama? En sus memorias, Crónicas I (2005), Dylan lo
describe con precisión: ‘Las cosas estaba adormecidas en la escena musical
americana de finales de los cincuenta y principios de los sesenta’. El rock se
había debilitado y los grandes como Woody Guthrie estaban decaídos. ‘La radio
se hallaba en una especie de punto muerto, estancada en una programación
insulsa y vacua’, añade. ‘Pasarían años antes de que los Beatles, los Who o los
Rolling Stones infundieran nueva vida y emoción al panorama’, antes de que se
produjera la invasión británica.
Le leímos a Dylan en Crónicas I
que lo que él tocaba por entonces “eran ásperas canciones folk servidas con
fuego y azufre, y no hacían falta encuestas para saber que no encajaban en
absoluto con lo que emitía la radio ni tenía gancho comercial”. Pero ese estilo
encandila a John Hammond, sigo con Serna y Lillo, “un conocidísimo cazatalentos
que le hará fichar por la Columbia Records”.
“A su manera, Bob
encarnaba el sueño americano: el individuo que se basta a sí mismo, que no se
ata al lugar de origen, que abandona el hogar, para satisfacer sus sueños. Si
hubiera sido un rústico más, se habría quedado en casa atendiendo en la tienda
de electricidad, el comercio familiar. Pero no. ‘Me sentía extremadamente
despierto, iba a la mía, era un tipo poco práctico y, para colmo, un visionario’.
Ser un tipo práctico significa no renunciar a las propias metas al menor
obstáculo, a la menor dificultad. Y el frío y la soledad no son limitaciones
insalvables para el joven recién llegado, fuerte y huraño. Siempre joven...”
Cuando se instala en el Greenwich Village, “un área residencial de corte bohemio que respira música y un ambiente de libertad que no se encuentra en otros lugares de América”, Bob Dylan “ya está preparado para Nueva York”. En No direction home le escuchamos decir ‘Yo era una especie de forastero’. Pero no un forastero cualquiera, es alguien en busca de su hogar, “y ya comienza a sospechar que aquel lugar está en la música”. Por eso sigue reconociéndose a sí mismo como un forastero.
“Bob Dylan nunca
ha sido un anticapitalista que espere el derrumbe del sistema. No es un
revolucionario que aguarde la disolución de la máquina, de la maquinaria que se
mantiene en funcionamiento. Él es y ha sido un norteamericano que siempre ha
destacado los valores estadounidenses, que ha marchado con esos valores, que ha
denunciado su hipócrita olvido”.
Esos valores se resumirían en la idea
de “la posibilidad de irse, de marcharse, de tomar tu propio vehículo para
abandonar el lugar de origen”. El viaje es un motivo constante de sus
canciones. De tal manera que, atinan Lillo y Serna, “sus cambios de imagen, de
estilo, de filosofía no se deben sólo a la crecida de la edad, se deben también
a alguien que tantea, que remonta y se desmiente, se contradice, a alguien que
pronto acaba padeciendo nostalgia e incluso melancolía”.
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