Los casi 300 minutos de la serie estadunidense de televisión Érase una vez en el Oeste, compuesta por seis violentísimos episodios repletos de furia, no son un plato de gusto, como se dice en mi idioma. Aunque para mí sí lo han sido, si evito el trasfondo de la expresión. Porque disfrutar de ella es sufrir. No sufrirla, ojo.
Que Érase una vez en el Oeste podría haberse titulado perfectamente Aquí no queda ni el apuntador (Aquí no hay quien viva ya estaba
cogido), también te lo digo.
No me resisto a reproducir la
sinopsis que hace de ella FilmAffinity (donde
es la número 75 de las Mejores Miniseries de televisión de siempre): “en el
salvaje territorio de Utah, el ejército de Estados Unidos, la milicia de los
mormones, los indios nativos americanos y los pioneros libran una dura batalla
por la supervivencia. En ese contexto, una madre y su hijo huyen de su pasado
mientras se enfrentan a un duro panorama de crueldad y violencia en el viejo
Oeste”.
American Primeval (algo así como ‘Lo primigenio estadounidense’ o ‘Primigenia estadounidense’) es el título original de este salvaje western estrenado en 2025 en formato televisivo, ideado y escrito por Mark L. Smith y magníficamente dirigido por Peter Berg, que está interpretado por una excelente Betty Gilpin, muy bien secundada por Taylor Kitsch, Dane DeHaan, una brillante Saura Lightfoot Leon, el niño Preston Mota, un convincente Shea Whigham, Kim Coates o la adolescente Shawnee Pourier, entre otros.
Todo ello se engrandece especialmente
con la impactante y sutil música del grupo de rock Explosions in the Sky y la fotografía
sensacional de Jacques Jouffret.
Las críticas especializadas oscilan entre la fascinación y el denuesto. Por mi parte, estoy bastante de acuerdo con lo que Richard Roeper escribiera para Chicago Sun-Times, aquello de que Erase una vez... es “uno de los westerns más sórdidos, sangrientos y caóticos de los últimos tiempos, una experiencia visceral que cala hasta los huesos y que aumenta el nivel de tensión episodio tras episodio”. También con Aramide Tinubu cuando dijo en Variety de la serie que es “una experiencia realmente envolvente”.
Cuando Erik Kain dejó escrito en
Forbes sobre Érase una vez... que, “aunque
todo el asunto es sombrío, violento y deprimente en su desagradable y brutal
retrato del estado de la naturaleza, la disfruté mucho” él no sabía que a mí me
iba a pasar exactamente lo mismo.
Claro que siempre habrá quien vea en ella esto: “Los personajes son mediocres, la trama es un desastre y, a pesar de hacer un gesto hacia la gran historia de violencia de Estados Unidos, no hace prácticamente nada con estas importantes ideas” (Elijah Gonzalez, en Paste Magazine) o esto otro: “Como entretenimiento desechable, es mediocre; como historia, está mal documentada” (Warren Cantrell, en The Playlist). Lo de la documentación para escribir una historia de ficción yo creía que era algo superado, aunque conviene indicarlo para que nadie crea que ha aprendido Historia viendo una serie de televisión.
Acabo... Dijo Robert Lloyd en Los Angeles Times que “hay una
recompensa emocional al final, si no estás demasiado aturdido para apreciarla,
pero hay que hacer un duro viaje para llegar hasta allí”. Yo de ti lo haría. El
viaje. Es duro.
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