La lluvia antes de caer y el camino abierto: Jonathan Coe y sus obras maestras
La octava novela del escritor británico Jonathan Coe apareció publicada en 2007 con el título de The rain before it falls, y fue traducida formidablemente por vez primera a mi idioma dos años después por Javier Lacruz: La lluvia antes de caer. Es extraordinaria, como todo cuanto he leído hasta ahora de Coe, que no es poco.
La técnica narrativa depurada de Coe recurre en esta ocasión, básicamente, a la reconstrucción del pasado de alguien… a través de la descripción de algunas de sus fotografías tomadas a lo largo de su vida y del mundo especial que existe dentro de ellas y alrededor de su ser instantáneas para retar a los recuerdos (“la revelación gradual de la historia oculta e insospechada de su familia”). Las fotografías, de las que no podemos fiarnos porque “todo el mundo sonríe” en ellas:
“Una foto no es mucha cosa, la
verdad. Sólo puede capturar un momento entre millones de momentos de la vida de
una persona, o de la vida de una casa. Pero estas fotos que tengo delante, las
que pretendo describirte…, tienen cierto valor, creo, aunque sólo sea porque me
ayudan a recordar. Son la prueba de que las cosas de las que me acuerdo (o
algunas de esas cosas, por lo menos) sucedieron de verdad y no son vagos
recuerdos, ni fantasías, ni imaginaciones. ¿Pero qué pasa con los recuerdos
de los que no hay fotos, ni prueba, ni confirmación posible?”
Contarle a alguien una historia, la historia de ese alguien para acabar
enseñándole que…
“eras inevitable”.
Leyendo esta extraordinaria novela de Coe considero nuevamente que la felicidad es (como) leerle a él contándonos cosas a veces (muy) tristes.
¿Cuánto de imaginación hay en nuestra memoria?
“Estaba pensando que fue al
atardecer y, mientras atravesábamos Birmingham y dejábamos atrás las afueras de
Wolverhampton y nos íbamos metiendo en el campo, se iba poniendo el sol,
mandando rayos anaranjados de una luz triste y oblicua, entre las copas de los
árboles y los setos. Pero me parece que me lo estoy imaginando y no es un
auténtico recuerdo”.
La principal narradora de la novela, la principal voz, reconoce, el propio
Coe lo hace con ella, intuyo, que “la historia que quiero contarte, si te la
cuento bien, demostrará que todo tiene una explicación”.
“Qué difícil es contarte todo esto
en el orden adecuado. Como siempre, se supone que te estoy describiendo una
foto, y en cambio te lo he contado todo sin orden ni concierto. Pero, a lo
mejor, es que no hay un orden exacto. Quizás el caos y el azar son el orden
natural de las cosas. A veces me lo parece”.
¿Y si al final nada de nuestras vidas ha sido casual? ¿Y si al final caemos
en la cuenta de que había un patrón? “Un patrón que había que descubrir en
alguna parte…”
Cuando experimentamos emociones intensas llegamos a confundir en ocasiones
“un instante y la eternidad”, y ahí es donde La lluvia antes de caer es
una obra literaria de primer nivel e imbatible, capaz de unir en nuestra mente
lectora instantes eternos que ni siquiera hemos vivido nosotros. Esa maestría
está al alcance de muy pocos escritores. Muy pocos.
Sobre aprender a vivir es sobre lo que creo que trata
la literatura:
“Querida Ros, ¡viva
la libertad! ¡El camino
abierto y el cielo
despejado! Al final he
aprendido a vivir. Te
quiere, Bea”.
Es difícil sustraerse a la magnitud artística de Coe cuando se lee
en sus novelas (una y otra vez) maravillas prodigiosas como esta:
“Me pasé despierta casi toda la
noche pensando en el concierto, en cómo nos habíamos quedado juntas al fondo de
la iglesia, medio escondidas en plan cómplice, disfrutando de la música, pero
al mismo tiempo ausentes (creo que se trataba de una cantata de Bach), rodeadas
por el parpadeo de las llamas de las velas, que se reflejaba en sus ojos
haciéndolos bailotear, mientras aquel pelo dorado suyo rozaba la incandescencia
(o eso me parecía a mí al menos, en aquel estado de éxtasis juvenil)”.
La música es en la novelística de Coe algo esencial, la música como si la literatura no pudiera expresarse del todo sin ella. Aquí la que cumple ser la llama esencial en ese sentido es una canción titulada Bailero, del músico francés Joseph Canteloube, que la incluyó entre sus Chants d'Auvergne compuestos en la segunda década del siglo XX y que aquí suena majestuosa, hermosísima:
“La canción Bailero, que
siempre me recuerda la imagen de ese lago y ese prado, donde nos pasamos la
tarde echadas en medio de aquella hierba tan alta y aquellas flores silvestres,
mientras Thea jugaba a la orilla del agua. No se puede decir nada, supongo, de
una felicidad perfecta, sin manchas ni defectos; nada que no sea la certeza de
que tendrá que acabarse”.
Thea, la niña para la que la lluvia favorita era “la lluvia antes de caer”
porque no existe y “no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz”.
La lluvia antes de caer como la mera y suficiente perspectiva de la
felicidad. Y saber “aceptar la verdad de dos cosas que se contradicen
abiertamente”, algo fundamental en nuestras existencias. La necesidad de
“albergar ideas contradictorias” para llegar a ser adulto.
“Tenía unos ojos fríos y sin vida, los ojos de alguien que ya no podía asumir el riesgo de mirar el mundo”.
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