En la infancia había algo anómalo: ocurrían cosas extrañas, teníamos pistolas y espadas, puñales y fusiles; muchas veces ni los veíamos, pero estaban ahí en nuestras manos y hacía puuum o putschhh o yo que sé, un ruido que mataba al otro, aunque a veces había quien se resistía y teníamos que insistirle, estás muerto . También cantábamos sin micrófonos, pero cogiendo uno hecho de un aire perfecto, y era como si fuéramos Raphael o Elvis o Luis Mariano. Fumábamos cigarrillos sí, y qué humo nos salía por la boca, el humo imaginario de la perdición; hasta los liábamos, pero todo era de mentirijillas al final; bueno, todo no, mis amigos eran de verdad, eran tan de verdad que siguen ahí, en ese lugar donde se posan las águilas, en el sitio exacto donde estoy, donde respira aún el niño que sigo siendo, el ser humano que iba creciendo a su lado. Es en la infancia cuando todo está ahí, deslumbrante, único, a tu alcance; no necesita ser memorable, simplemente es, existe, vive,...
Tengo siete libros publicados, también escribo mi segunda novela. Me gusta (mucho) Nacho Vegas, Jonathan Coe, Rodrigo Sorogoyen, MARGA y reírme. Dijeron que era un agitador cultural, pero lo que prefiero ver escrito sobre mí es eso, que soy un escritor. Ibáñez escribe.