La sexta novela del gran escritor estadounidense Jonathan Franzen se titula Encrucijadas (originalmente, Crossroads: A Novel) y ha sido espléndidamente traducida al español por Eugenia Vázquez. Acabo de leerla. Es impresionante. Franzen es una vez más impresionante, descomunal como escritor, un inventor de situaciones auténticas de máximo nivel artístico, un literato grandioso. Sí, he disfrutado enormemente de Encrucijadas, que, me entero ahora, se anuncia como la primera obra de una trilogía que devoraré a medida que se vaya publicando en mi idioma.
Al comienzo leemos a uno de los personajes, el reverendo Russ Hildebrandt,
el padre de la familia protagonista, hablar sobre la canción que da título al
libro, y prácticamente al grupo juvenil cristiano que de alguna manera está también
en el centro protagónico de una novela (Encrucijada):
“Así que le
pregunté cómo no conocía la canción original de Robert Johnson y me miró perplejo
porque, para él, claro, la historia de la música empieza con los Beatles. Creedme,
he oído la versión que hace Cream de Crossroads y sé muy bien lo que hay
detrás: un atajo de ingleses desvalijando a un auténtico maestro del blues
negro americano y actuando como si esa fuera su música. […]
Da la
casualidad de que tengo la grabación original del Cross road blues de
Johnson —alardeó en un tono repelente— desde cuando vivía en el Greenwich
Village. Bueno, ya sabéis que pasé una temporada en Nueva York. Buscaba viejos
discos de 78 revoluciones en las tiendas de segunda mano. Durante la Gran
Depresión, las discográficas se echaron al campo e hicieron grabaciones
asombrosas, Leadbelly, Charlye Patton, Tommy Johnson. Yo trabajaba para un
programa extraescolares en Harlem y cada noche volvía a casa y ponía sus discos:
era como si me transportaran directamente al Sur durante los años 20. Había
tanto dolor en esas viejas voces… Me ayudó a entender la congoja con que
lidiaba a diario en Harlem, porque eso es el blues en el fondo y eso es lo que
se perdió cuando las bandas de músicos blancos empezaron a plagiar el estilo. No
oigo ni rastro de dolor en esa nueva música”.
En realidad, la novela de Franzen no va de blues, pero tenía que decirlo.
¿O sí es a su manera un blues? No importa. Sigo. O mejor: empiezo.
En Encrucijadas nos vemos humanamente, pero también
literariamente, deslumbrados por aquellas cosas que hacen que el futuro se
contraiga de forma drástica, que logran “que cualquier hecho más allá del día
siguiente carezca de importancia”. Hablo del deslumbramiento maravilloso del
arte. Espero que sepas a qué me refiero.
“Es que hay
palabras que están ahí fuera en el mundo y empiezas a plantearte qué ocurriría
si las dijeras: las palabras tienen su propio poder, crean el sentimiento por
el mero hecho de que las digas”.
[…]
Marion, la esposa de Russ Hildebrandt, vuelve a fumar y
brilla el brillante Franzen:
“La primera
calada le recordó la pérdida de la virginidad: dolorosa, horrible y excelente”.
El balance que es siempre cuanto vivimos. “Los hechos del mundo se habían sometido
a su estado anímico”, escribe luego nuestro autor (sigue con Marion).
Cuando nos magnificamos, cuando nos hacemos reales e inevitables. Encrucijadas
está sobrada de las situaciones habituales de quienes viven su vida como
la viven los personajes literarios que salen de la realidad mistificada por los
escritores singulares.
“Como si la música alguna vez solucionara algo”, piensa en una ocasión Clem,
el hijo mayor del matrimonio Hildebrandt al escuchar a un grupo musical agitar
a su audiencia a favor de la paz y la retirada estadounidense de la guerra en
Vietnam. Porque en esta novela estadounidense, se vuelve a Vietnam,
ese gran abismo novelesco, literario, artístico, esencial.
Hablé antes de Dios. Al fin y al cabo, hay una abundancia de Dios en la
novela, del Dios de muchos cristianos, del Dios en los corazones, pero
también en las cabezas de quienes sienten la necesidad de su existencia, de su
amor, de su mera presencia espléndida.
[…]
No, no es Encrucijadas una novela de sabor bíblico, sobre la vida de Jesucristo, no. Como ya te he dicho, Vietnam está lo suficientemente presente como para recordarnos que estamos a comienzos de la década de los años 70 del siglo pasado, en Estados Unidos. En el país de Franzen.
¿Hay eternidad “cada segundo que estamos vivos”, como Marion creyó alguna
vez justo cuando estaba enamorando a Russ? ¿“Las palabras no expresan la emoción,
la crean por sí mismas”?
Tal vez Encrucijadas sea una novela sobre encontrar, y reencontrar,
la alegría. (“La alegría es un don divino, nadie la merece”.) O a Dios. (“En el
principio solo había una partícula de materia oscura en un universo de luz, un
cuerpo flotante en el ojo de Dios”.) Quizás sea un libro de ficción sobre los múltiples
cortes bruscos que hay entre la fantasía y la realidad.
Franzen es un poderoso artesano de esas palabras que crean la emoción, sin
duda, capaz de crear para nosotros, que le leemos arrobados, conmovidos,
vibrantes, esos momentos vividos en que tendemos a creer que la esperanza es el
refugio de los estúpidos. Por cierto, ¿crees como uno de los personajes de su
quinta novela que las primeras impresiones te acompañan para siempre?
Hay un pasaje de la novela en el que leemos una reflexión muy interesante
sobre el arte que desprenden las novelas para quienes las leemos encantados:
“Antes de tomar
su vuelo, Marion se compró un libro de bolsillo: La plenitud de la señorita
Brodie. No esperaba poder concentrarse en una novela. Hace años que no tenía
la serenidad suficiente para leer una, pero la absorbió en el acto. Leyó sin
parar hasta Phoenix y después en un segundo avión todo el viaje hasta Albuquerque.
No llegó a acabar el libro, pero no importaba, el ensueño de una novela era
más maleable que otra clase de sueños. Podría interrumpirse en medio de una
frase y volver luego a sumergirse de lleno. Gracias a la lectura, la mañana en
California se había hecho atardecer en Alburquerque.
Así que en eso consiste esto, Jonathan Franzen, en la maleabilidad del
ensueño que impregna al lector de una novela. Un ensueño que podríamos
recuperar en cualquier momento.
Más pensamientos religiosos cercanos a Dios, este de Becky, la hija
del matrimonio Hildebrandt (compuesta por otros dos hijos, varones, más): “el
tiempo es una ilusión”.
Sé que muchos lectores de la estirpe irredenta de los letraheridos se
enfadan si uno habla de obra maestra cuando se refiere a un libro digamos
convencional, de esos que detectamos los simples lectores sin sus dotes, pero
lo escribo: ENCRUCIJADAS ES UNA OBRA MAESTRA.
“La perpetua carga de
estar a solas con su conciencia”.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Las magníficas encrucijadas del literato Jonathan Franzen’, publicado el 23 de diciembre de 2021 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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