De caballos y hombres: tres de Cormac McCarthy
La maravillosa sensación de haber vuelto al lugar donde las palabras se leen como si nos fueran a salvar la vida: REGRESAR A CORMAC MCCARTHY, a sus páginas hechas de magia, ficción y sangre viva.
“Todos los
cuentos son uno solo. Correctamente escuchados todos son el mismo cuento”.
Hace seis años disfruté muchísimo leyendo la primera de las novelas que acabarían componiendo la conocida como Trilogía de la frontera, titulada Todos los hermosos caballos (All the Pretty Horses), publicada en 1992 y muy bien traducida al español por Pilar Giralt Gorina. Este verano del Segundo Año de la Gran Pandemia, este verano de 2021, he leído las otras dos novelas: En la frontera (The Crossing, aparecida en 1994) y Ciudades de la llanura (Cities of the Plain, editada en 1998), ambas traducidas magníficamente a mi idioma por Luis Murillo Fort. Una obra maestra cada una de ellas. Una deslumbrante obra de arte todas ellas en su conjunto infinito.
“Los proyectos
condenados al fracaso dividen definitivamente las vidas entre el entonces y el
ahora”.
La frontera que titula la trilogía y uno de sus libros es el límite
entre Estados Unidos y México. Una barrera más que geográfica mental,
histórica, humana, a menudo incomprensible por tanto.
“¿Por qué no puede ir el sheriff a México?, preguntó Boyd.
Porque es americano. En México nuestras leyes no valen nada.
¿Y las leyes de México?
En México no hay ley que valga. Son un hatajo de delincuentes”.
Cormac McCarthy escribe en la novela En la frontera un descarnado
canto a la Naturaleza vivida en plenitud por unos hombres orientándose en las
encrucijadas.
“Entre los
álamos, cuyas ramas eran como huesos y cuyos troncos mudaban la pálida o verde
o más oscura corteza, arracimados más abajo de la casa, en el recodo exterior
del cauce, crecían árboles tan imponentes que en la hilera del otro lado del
río había un tocón aserrado sobre el cual en inviernos previos los pastores
habían armado una tienda de lona de metro veinte por metro ochenta debido al
suelo de madera que aquel les proporcionaba. […]
Frente a él las
montañas resplandecían con un blanco cegador. Parecían recién creadas por la
mano de un dios impróvido que aún no había resuelto qué utilidad darles. Así de
nuevas.”
Escribí antes “unos hombres”, y sí, es este un mundo de varones, es una novela masculina escrita cuando no se pretendía completar el círculo de las dignidades ocultas que desde hace un tiempo impera sobre casi toda labor creativa. Sólo constato. Dejo el análisis para otros. Para otros lugares también.
“¿Estás casado?
No, señor. Sólo tengo dieciséis años.
No te cases. Las mujeres están locas.
Sí, señor.
Creerás que encuentras una que no lo está, pero ¿sabes una cosa?
¿Qué?
También estará loca.
Sí, señor”.
Hay en la segunda de la Trilogía de la frontera mucha reflexión
sobre las razones de nuestra existencia y los motivos de nuestros motivos, toda
ella leída en las conversaciones que mantienen los sabios personajes que
deambulan por esta novela en movimiento. Un ejemplo:
“Dijo que el
lobo es un ser muy metódico y que sabe aquello que los hombres ignoran: que el
único orden que existe en el mundo es el que la muerte ha puesto en él.
Finalmente dijo que si bien los hombres beben la sangre de Dios no comprenden
realmente la gravedad de lo que hacen. Dijo que los hombres desean ser serios,
pero que no saben cómo. Entre sus actos y sus ceremonias está el mundo, y en
este mundo sopla el vendaval y los árboles se tuercen al viento y todos los
animales que Dios ha hecho vienen y van y sin embargo los hombres no son
capaces de ver este mundo. Ven lo que hacen con sus propias manos o aquello que
nombran, y se llaman a voces unos a otros, pero el mundo intermedio les resulta
invisible”.
Otro:
“Dijo que el
muchacho debía buscar ese sitio donde los actos de Dios y los de los hombres
son inseparables. Donde es imposible distinguir unos de otros”.
Sangre y huesos. Puro McCarthy.
“Eso de que
están hechos la sangre y los huesos pero que no puede formarse por sí solo en
un altar ni por herida alguna de guerra. Lo que sin duda podemos creer que tiene la
facultad de cortar y moldear y ahuecar la negra forma del mundo del mismo modo
que lo hacen el viento o la lluvia. Pero lo que no puede cogerse nunca ha de
ser cogido, y no es una flor sino que es veloz y ligera y cazadora y el viento
le teme y el mundo no puede quedarse sin ella”.
Y mientras, “el mundo esperaba” y ellos “contemplaron el sol elevarse sobre
la llanura de Chihuahua e inflarse como un globo de cristal para crear una vez
más el mundo a partir de la oscuridad”.
De hombres y sus caballos, esta trilogía fabulosa contiene una hermosa
prosa repleta de deslumbrantes sentimientos animales:
“Tan encostrado
estaba el caballo de escarcha blanca y salada que resplandecía como un portento
que se aventurara en la llanura que se oscurecía por momentos. Cuando le hubo
dicho al caballo todo lo que se le ocurrió, comenzó a contarle historias. Le
contó historias en español que su abuela le había contado a él, y cuando le
hubo contado todas las que recordaba, se puso a cantar”.
Jinetes venidos ya de otros tiempos que cabalgan “hacia el crepúsculo y la
oscuridad”. Jinetes que saben que “de todas las cosas que supuestamente se
conocen era que de ninguna de ellas podía afirmarse que fuera cierta. Y no solo
de la proximidad de la guerra. De cualquier cosa”. Si entienden o no los caballos
lo que les dicen quienes les cabalgan no tiene mayor importancia (“¿cómo puedes
mentir a un caballo?”, pregunta alguien en Ciudades en la llanura):
quizás ni la gente lo haga entre sí. Solo existe una realidad: vivir la vida.
Mi última cita de la crepuscular En la frontera (crepuscular, como la
trilogía en sí):
“La gente habla
de lo que le reserva el futuro. Pero en el futuro no hay nada. El día nace de
lo que ha habido antes. Hasta el mundo seguramente se sorprende al ver la forma
en que aparece a diario. Incluso Dios, quizá”.
Ciudades de la llanura (“allá abajo en el llano las luces de las ciudades titilaban divididas por
la oscura serpiente del río”) es mucho más que la novela que cierra la
trilogía uniendo las vidas de los protagonistas de las dos anteriores.
El pasado y la belleza:
“Un hombre
bajaba por la carretera conduciendo un asno cargado hasta arriba de leña. A lo
lejos las campanas habían empezado a doblar. El hombre le dirigió una sonrisa
astuta. Como si ambos compartieran un secreto, el hombre y él. Algo sobre la
vejez y la juventud y sobre sus exigencias, y lo justo de estas. Y sobre lo que
pudiera reclamárseles a ellos. El mundo pasado, el mundo por venir. Su
transitoriedad común. Y por encima de todo el profundo conocimiento de que belleza
y pérdida son una misma cosa.”
Las lecciones que la vida da:
“En esta vida se aprenden
duras lecciones.
¿Cuál es la peor de todas?
No lo sé. Quizá sea que cuando algo se acaba es que se acaba. No vuelve
más.
Sí, señor”.
Y la memoria:
“Sabía cuán frágil
es el recuerdo de los seres queridos. Sabía cómo cerramos los ojos y hablamos
con ellos. Cómo ansiamos oír de nuevo sus voces, y cómo esas voces y esos
recuerdos se van difuminando hasta que lo que era carne y era sangre ya no es
sino eco y sombra. A la postre quizá ni siquiera eso”.
Al otro lado de la frontera de los personajes de Ciudades de la llanura
vuelve a estar México, ese México para ellos absolutamente insondable,
misterioso, como si por arte de magia llegaran naturalmente a otro planeta:
“Y desde luego
tampoco sé qué es México. Supongo que eso se lleva en la cabeza. México.
Cabalgué mucho por ese país. Cuando oyes la primera ranchera te parece que
entiendes todo el país. Cuando llevas oídas un centenar ya no entiendes nada.
Ni lo entenderás nunca”.
Uno solamente tiene su mejor criterio, pero el mundo no sólo no sabe nada
de los criterios de uno, “peor aún, al mundo no le importan”.
Hombres (y mujeres) educados en la certeza de que “compartir es la ley del camino”. Ese es el mundo que se desvanece en la gigante oscuridad del final de las cosas, ese es el mundo de tres novelas memorables (“donde todo se sabe no hay narración posible”).
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