Por fin he leído un libro reciente que ya es mítico. Nunca fui un entusiasta de los Kinks, aunque siempre me gustaron muchísimas de sus canciones. Y llegué hasta a comprar sus discos según se iban publicando.
Tke Kinks, “la belleza de lo cotidiano”: así podría haberse titulado el libro que sobre la banda londinense escribieron los periodistas Manuel Recio e Iñaki García, auténticos expertos en el universo kink, al que llamaron Atardecer en Waterloo. The Kinks.
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Para Mick
Jagger (en su programa de la BBC Jagger’s Jukebox, emitido el 26 de
junio de 2013), “los Kinks podían ser cualquier cosa que se propusieran ser”.
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Ray Davies, “autoerigido crooner de la clase obrera”, y su orgullo de barrio en la era de la locura. Music hall en los tiempos del rocanrol. “Soy un hombre del siglo XX pero no quiero estar aquí”, canta Ray en la canción 20th century man, del elepé de 1971 Muswell Hillbillies.
Después de ser en los años 60 aquel “cuarteto de sonido guitarrero” (García y Recio dixit) perteneciente a la grandeza pop británica, “los Kinks dieron su gran golpe maestro haciendo música americana, pero reinventándola como blues del norte de Londres”, como dijera el cineasta británico Julien Temple.
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Y tras
la etapa de discos conceptuales, de falsas óperas rock, fracasos comerciales
incontestables, sólo para incondicionales (como los autores de Atardecer en
Waterloo), los Kinks decidieron, Ray lo decidió, regresar al rock
clásico. Más que regresar lo que hicieron fue empaparlo, al rock (al
llamado clasic rock), de un repertorio maravilloso. Más Kinks durante
más tiempo. Estamos en 1976. Fantasía de rocanrol.
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Y el gran elepé doble en directo, aquel hito que aún recuerdo como algo maravilloso, aquel disco que todos mis amigos y yo escuchábamos: One for the road. De él dirá Ray que “es técnicamente imperfecto, pero captura la atmósfera de diversión y caos, y eso es lo que son los Kinks en directo, ¿no?” Grabado en la gira norteamericana y europea de promoción del Low budget, apareció en el verano de 1980.
1981: Give the people what they want; 1983: State of confusión; y… vuelta a la cuerda floja.
En 1986,
20 años después de sus primeras visitas casi fantasmas, regresan a
España, pero este que escribe se los pierde. Este que escribe tiene un verso
por ahí [Los Kinks que no llegaste a tiempo a verlos al Rockódromo qué
putada]. Lost and found.
“Los Kinks han sido los grandes segundones,
los verdaderos poetas de las vidas pequeñas, de los pequeños placeres;
primitivos y sentimentales al mismo tiempo”.
Los Angeles Times (cuando la gira estadounidense de la banda en 1987)
Los autores de Atardecer en Waterloo se
preguntan (y se responden) en un momento determinado, cuando el grupo se
bandeaba en medio de una descomunal falta de aceptación pública (allá por el
final de los años 80), “¿por qué la
prensa inglesa alababa a los Stones o a los Who y despreciaba a los Kinks? Posiblemente no haya una respuesta”. Ni falta
que hace. En cualquier caso, Ray Davies llegó a reconocer que “la época de
finales de 1989 y principios de 1990 pensé que los Kinks dejarían de existir.
Fue realmente una época muy difícil”. No obstante, el 17 de enero de 1990 los
Kinks son incluidos en el Salón de la Fama del Rock and Roll y se
convierten en la tercera banda británica en lograrlo. Por detrás de Beatles y
Stones. Pero por delante de los Who. Espera no, ex aequo, pues
esa misma noche también se abrieron las puertas de ese templo para el grupo de
Townshend y Daltrey. (Quince años después ambas bandas, Who y Kinks, entrarán,
de la mano, en el británico.)
Y 1993, y el último elepé en estudio de los
Kinks, titulado Phobia. Los hermanos Davies, cara cara. Punto y final:
el odio es lo único que nos mantiene juntos (el odio es lo único que
dura para siempre). Yo hacía años que les había perdido la pista. Con lo
que les había querido. Pero, cuando un año más tarde publicaron To the
bone, su cuarto álbum en directo (este sí su último elepé oficial no
estrictamente recopilatorio, aunque varias de sus canciones, revisiones de sus clásicos,
sí fueron grabadas en estudio, con o sin público), yo me lo compré (pocos años
más tarde, cuando ya era un cedé doble, y lo disfruté, mucho): ahora mismo lo
estoy escuchando.
“Esta segunda edición de To the bone incluía
dos temas de estudio: Animal y To the bone”, grabados en marzo de
1996, que constituían el epitafio de los Kinks. ‘Habré tocado You really got
me miles de veces y en cada interpretación hay algo nuevo en ella’,
confesaría Ray en las notas del disco”.
“Su legado de 29 discos oficiales y cientos de
singles, recopilatorios y piratas; su extraordinaria trayectoria de más de
treinta años de carrera, con los momentos más altos y más destructivos, los
más sublimes y los más emocionantes; sus letras, sus melodías, sus riffs de
guitarra, sus personajes entrañables, su capacidad para describir las pasiones
del hombre ordinario o para evocar la belleza de los paisajes cotidianos… En
definitiva, su música, al igual que los héroes del celuloide, nunca
jamás morirá.”
La banda de los hermanos Davies, incomprensiblemente
enfrentados en una peculiar relación de amor y odio que lo atravesó todo.
Incluso su música memorable. Y el libro de Manuel Recio e Iñaki García, que es
un monumento, fabulosamente detallado y compuesto, erigido para comprenderla y
conocerla bien... Seguramente amándola.
[El magnífico Atardecer en Waterloo. The Kinks,
publicado en 2017, se cierra con la discografía de los Kinks comentada por
Luis Lapuente.]
“Mi
vida real ha existido como una subtrama de mis canciones.”
Ray Davies: X-Ray [su autobiografía
no autorizada hasta 1973], 1994 [continuada de alguna manera en Americana,
en 2013]
“Siempre he pensado que sería interesante
tomar una muestra de todos los gritos y súplicas, los ruidos y sonidos de este
planeta, mezclando los gritos del torturado con el sonido de las cascadas, el
ruido del tráfico, los lloros de los niños que nacen, las bombas que explotan,
los pájaros que cantan, la parienta echándote la bronca porque llegas tarde del
pub… la cacofonía absoluta del sonido de la humanidad. Me gustaría conectar
todo eso a un amplificador de diez trillones de gigavatios y tocarlo como un
acorde”.
Dave Davies: Kink (su
autobiografía), 1996
Este texto pertenece a mi artículo ‘The Kinks, la belleza de lo cotidiano’, publicado el 2 de diciembre de 2020 en Analytiks, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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