El escepticismo paralizante del posmodernismo y el pasado
A partir de
la década de 1970, los posmodernistas vinieron a trastornarlo todo.
El posmodernismo es una
confluencia de corrientes de pensamiento nacidas para enfrentarse a lo moderno, entendido como lo propio de
la cultura de las sociedades industriales, aquello que admira con embeleso a la
razón y que se sostiene con total convicción gracias a su creencia indiscutible
en que el progreso es la línea que hila el pasado, el presente y el futuro de
los seres humanos.
La posmodernidad de los
posmodernistas, que puso en solfa el mismísimo sentido de un concepto
capital de la disciplina histórica, el de verdad,
pareció haber venido a demoler el edificio de la Historia que venía fraguándose
desde la Antigüedad en Occidente y que era inherente a la propia modernidad del ser humano desde que a
partir del Renacimiento éste se considerara a sí mismo el centro de todas las cosas. Pero había un problema. Los
posmodernistas habían creado un mundo que muchos historiadores clásicos consideraron más propio del postureo que de las posturas ciertas del pensamiento humano. La defensa que los historiadores pata negra hicieron de su
oficio es que el posmodernismo ha degenerado, en palabras del historiador
español Jaume Aurell y el historiador británico Peter Burke, “en un
escepticismo paralizante o en un relativismo con un fin incierto”. A eso
hay que añadir que el posmodernismo historiográfico prácticamente carece, a
decir de sus denostadores (para quienes los posmodernistas expresan una mera
actitud teórica), de referentes en la práctica, carece de auténticas obras de
Historia (no teórica, sino verdadera) en la que se estudie el pasado.
Este texto pertenece a mi artículo ‘La
Historia y el posmodernismo’,
publicado el 7 de junio de 2020 en Periodistas
en Español, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE. Levemente
adaptado, pertenece a mi libro La Historia: el relato del pasado,
publicado este año 2020 por Sílex ediciones.
[arte de David Salle]
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