Eric Clapton

A Eric Clapton se le cae el blues de entre los dedos. La vida mata mucho. Pero no querer ser Dios tampoco es poca cosa. Un sumidero arrastró al señor Manolenta hasta casi la mismísima nada. Pero allí no iba a ser bien recibido quien esculpe en el silencio la aguda y brillante sensatez del desasosiego.

Esa música suya es un sueño eléctrico sobre la Europa renacida de un mundo que flotó en los abismos. El gran león británico se transformó en la ruda elegancia de los nuevos días dominados por la música de todos los jóvenes de todos los tiempos. Y allí estaba Clapton. No sólo. Clapton y cada guitarra construida por cada ser humano para sacar a la belleza de aquella siesta en una maravillosa noche de invierno. Clapton, Eric Clapton y la derrota de las lágrimas, Eric Clapton bajo los cielos mientras, siempre después de cada medianoche, su guitarra deja de llorar por aquel viejo amor inextinguible. Eterno.

A Eric Clapton no le vamos a olvidar tan fácilmente, no son estos tiempos para dejarse morir, no lo son para el estupor y la desmemoria, son más bien días de limpiarnos las heridas, dejar a Ulises con sus cuitas de ser Alguien y a Penélope con su esperanza abierta: es una época esta de consolación, de guitarras de blues sin esclavos ni látigos, de música para las penas y el escalofrío. No son estos tiempos tampoco de dejarle morir a Clapton, hemos de aplaudir cada vez que vuelva a pulsar nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras fantásticas verónicas, hemos de sonreír cuando al cerrar los ojos intuyamos que el alborozo se encamina con el suspiro del arranque de Layla, esa sinfonía del siglo XX, desde la cuna hasta los cielos.

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.