La octava y la novena novelas del escritor estadounidense Colson Whitehead son las dos primeras de la serie con Ray Carney, un chanchullero y dueño de una tienda de muebles en el Harlem durante la segunda mitad del siglo XX como protagonista (El ritmo de Harlem y Manifiesto criminal).
En
Manifiesto criminal, me parece memorable cuando Carney acompaña a su
hija a un concierto de los Jackson 5 (con los Commodores como teloneros)
en el Madison Square Garden:
“Público
mezclado, negros y blancos, la mayoría menores de veintiún años. Carney y los
otros papás intercambiaban gestos de cabeza y fingían disfrutar menos de lo que
estaban disfrutando. Las jovencitas gritaban de placer a cada insinuación
procedente del escenario y aplaudían las coreografías a rabiar. Si la música
sonaba fuerte, la indumentaria era más fuerte aún. Los chicos Jackson brincaban
y se contoneaban embutidos en prendas ceñidas con estampados multicolores en
zigzag. Chalecos arcoíris con lentejuelas producían chasquidos y frufrús, y la
gorra de raso rojo del guitarrista era tan grande como para esconder dentro un
jamón entero. Por lo que había mamado de pequeño, Carney pensó inevitablemente
que los pantalones campana eran ideales para tener rápido acceso a una
pistolera de tobillo”.
Son los Jackson 5 los que, en Manifiesto criminal, desencadenan toda la trama, por cierto. May, la hija de Carney, es una extraordinaria fan del grupo. Se pasa el día escuchándolo. Y Carney quiere conseguir algo casi imposible cuando se lo propone: entradas para verlos en el Madison. Estamos en 1971… Los Jackson 5 tocaron (en la novela y en la realidad) allí el día 16 de julio de aquel año.
“No
paraban, aquellos Jackson. Carney desconocía si eran sexualmente activos, pero
sin duda eran promiscuos, pues patrocinaban nada menos que tres marcas de
cereales para el desayuno. May y John siempre estaban canturreando el anuncio
de Alpha-Bits, en constante incordio mutuo: «¡Coge tus Alpha-Bits y ven a la
mesa, nos comeremos los Alpha-Bits de la A a la Z!». Carney reconocía que la
letra tenía sentido, pero era una chorrada. El cuarto de May estaba lleno de
carteles desplegables de las cajas de Super Sugar Crisp, haciendo compañía a
los de Flip y Tiger Beat. Aquella habitación era un templo satinado a los
Chicos de Gary, Indiana. Saltando, bailando, pasando el rato en el parque,
fotos individuales y en grupo, saliendo a escena con originales trajes de arlequín
o monos de la era espacial, todas y cada una de las imágenes aderezadas por sus
características sonrisas de ensueño”.
En
la novela suenan las canciones ABC, I’ll be there, Maybe
tomorrow, algunas cantadas “a voz en cuello” por May (esta última, por
ejemplo), Ready or not, Stand¡, Never can say goodbye…
Cuando
Ray le pregunta a May por qué se llamaban los Jackson 5, siendo como eran seis,
ella le responde que “Johnny Jackson es el que toca la batería. Dicen que es
primo de ellos, pero en realidad es un amigo de la infancia”.
Volvamos
al concierto:
“Los
Jackson estaban en primer plano, tres de ellos bailando y cantando en el centro
del escenario, flanqueados por el guitarrista y el bajista.
—¿El
de la guitarra quién es? —preguntó Carney—. ¿Marlon?
—¡No,
Tito! ¡Calla!”
Los
Jackson 5 se disponían a tocar un bis, y Michael comenzó diciendo: "Esta noche quiero
hablaros del blues”. Lo cual provocó que a Carney se le escapara la risa: “el
chaval tenía diez años”. Entonces, “preguntó Marlon, o quizá era Jermaine: ¿El
blues? A lo que Michael (sí, Michael Jackson) respondió:
“Exacto,
el blues. Pasa que nadie tiene el blues como lo tengo yo. Seré joven, pero sé
muy bien de qué va”.
Y
entonces…
“Los
chicos atacaron Who’s lovin’ you y el auditorio se vino abajo. Las
chicas gritaban. Corría el rumor de que la mafia había matado a palos a varios
tíos y los había enterrado en los cimientos del edificio. Seguro que con el
ruido se habrían despertado. Carney hizo mal en reírse. ¿Acaso había algún
chaval negro de diez años que no conociera el blues?”
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