Joyce Carol Oates: Noche. Sueño. Muerte. Las estrellas y el esplendor
La novela Noche. Sueño. Muerte. Las estrellas, de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates, publicada en 2020 con su título original, Night. Sleep. Death. The Stars, y espléndidamente traducida a mi idioma tres años después por Núria Molines Gallarza, está dedicada por su autora a “Charlie Gross, primer lector y amado esposo”. Charles Gordon Gross, reputado neurocientífico y psicólogo, fue el segundo marido de la brillante y prolífica escritora y falleció un año antes de la publicación del libro, un libro que sin duda está mucho más que dedicado a su memoria. Un libro que se abre con la cita de la que Oates toma su título, los versos del poema de Walt Whitman ‘Una noche clara’, incluido en la séptima edición de su poemario Hojas de hierba, publicada en 1881:
“Esta es tu hora, oh,
alma, vuelas libre hacia donde no hay palabras, te alejas de libros, del arte,
el día borrado, la lección aprendida, y emerges, pletórica, silente,
observadora, ponderando los temas que más amas.
Noche, sueño, muerte y
las estrellas”.
Desesperanza y esperanza. “La muerte hace que lo
conocido se vuelva desconocido”. Amor, duelo, memoria, pasado. “No esperar nada
te da muchísima libertad”. Ese trance de incredulidad que supone “que lo que
había existido de manera tan natural en el mundo ahora no existiese y fuera
irrecuperable”. Matrimonio, maternidad. “Nuestros hijos nos atraviesan y se
van”.
La principal protagonista de esta magnífica y
voluminosa novela (que es además un fresco sensacional de la sociedad
estadounidense de lo que ya conocemos del siglo XXI) es Jessalyn Sewell, la
esposa de John Earle (Whitey) McClaren, capaz de convertir a éste “en mejor
persona y no (simplemente) aceptarlo tal como era; solo ella podía amarlo por
lo que podría ser, por su ser más auténtico”, pues ella tenía “el aplomo
necesario para evitar que el alma de helio de Whitey McClaren saliese volando y
se perdiese entre las nubes”. Jessalyn y su profundísimo amor por su marido… Un
amor, correspondido, que a sus hijos “les parecía tan grande que parecía
excluyente”.
“Qué terror pensar que
Whitey se fuera a morir antes. ¡Cómo iba a soportar los días que le quedaban
sin él!
Pero peor si ella moría
primero y Whitey moría de pena…”
Jessalyn (“¿su vida no era más que algo que le había
sucedido, casi nada había sido decisión suya”?), en su atormentado regresar al
mundo, aturdida por el recuerdo de la felicidad compartida, esa felicidad
matrimonial, “hasta en nuestra furia y nuestro terror”.
En Noche. Sueño. Muerte. Las estrellas, acapara
un enorme protagonismo (no determinante, pero sí en abundancia) el drama social
de la violencia de la policía estadounidense:
“[Jessalyn] No tenía ni
idea de que, a lo largo de la última década, los agentes de policía de Hammond
habían disparado a tantas personas desarmadas e indefensas, desde un niño de
ocho años a una señora de ochenta y seis. ¡Tantas muertes y ni un solo agente
condenado! De hecho, ni un solo procesado. Ni una sola disculpa del
Departamento de Policía de Hammond”.
A Jessalyn, la vida doméstica la había cegado ante los verdaderos dramas del mundo: la felicidad la había cegado”.
Oates sabe crear novelas en las que las vicisitudes
extremadamente humanas de sus personajes habitan una realidad social
perfectamente establecida en la narración, no ocurren en un vacío sin
referencias, y es por ello por lo que la grandiosa escritora se puede permitir
hablarnos de las profundidades de las almas de esos protagonistas suyos tan
literariamente descomunales y asumibles, a la vez, “donde mora el dolor”. Esas
profundades de las que “no (siempre) queremos saber”.
Leer a la espléndida autora de Blonde y
tantos y tantos libros portentosos no es fácil. Lo que es imposible es no
aceptar el reto para asumir el enorme placer que da disfrutar de ese “ajetreo
del tiempo” que nos acerca la Literatura con mayúsculas. Esa verdad imaginada
para serlo que es lo que escriben los artistas de las palabras. Artistas como
Joyce Carol Oates.
“Cómo nos tamizamos a través de nosotros mismos con los demás. Agarrando manos que devienen transparentes, que se disuelven al tacto. Gritando: ¡No! ¡Espera! ¡No te vayas, no puedo vivir sin ti!, y al instante siguiente se han marchado y nosotros permanecemos, con vida.
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