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El Embarcadero (del Canal del Manzanares) estaba en mi barrio


En la España del siglo XVIII, aquella de la que la Historia habla, cuentan, como si fuera una España ilustrada (por lo de la Ilustración y tal), reinando el cuarto de los monarcas Borbones, Carlos III —en pleno Antiguo Régimen, en el final de la Edad Moderna (ya tan antigua)—, aquel campeón de quienes pretenden reformar para que nada cambie, uno de los proyectos de infraestructura más ambicioso fue el llamado Real Canal del Manzanares.

Descabellado les pareció a tantos aquel canal, con el que se quería unir por agua Madrid con Aranjuez, sitio (real, muy real, regio) donde la idea era que se uniera al río Tajo. Bueno, no a tantos…

 

El Canal del Manzanares

El Real Canal del Manzanares que finalmente se construyó contaba con diez esclusas y dos embarcaderos, principio y fin de su transcurrir, el uno en las cercanías del Puente de Toledo (del que hablaré más adelante, pues es el verdadero protagonista de este artículo) y el otro en Vaciamadrid (la localidad que en 1845 se uniría a Rivas de Jarama para constituir el municipio de Rivas-Vaciamadrid). Hoy en día solamente se pueden distinguir, difícilmente, eso sí, algunos de sus restos, en la ribera del río Manzanares. Las instalaciones que están en mejor estado se encuentran en el llamado Tramo 2 del Parque Lineal del Manzanares: los restos del complejo de la Casa de la Cuarta Esclusa, considerado por el Ayuntamiento de Madrid como Bien de Interés Cultural (BIC). También permanecen las ruinas de las esclusas quinta hasta la décima y última, además de algunos puentes que eran a su vez acueductos: el del Congosto, el de las Cambroneras (que es el que está en peor estado) y el de los Migueles-Hundimiento. Hay quienes organizan excursiones guiadas por estos restos arqueológicos, pues no en vano estamos ante un patrimonio histórico singular que, desgraciadamente, corre un serio peligro denunciado a menudo sin que se haya puesto en marcha lo que ordena el Plan Especial de Ordenación de Infraestructuras en el entorno del Manzanares Sur, Tramo 2 (PEIMANSUR), aprobado por el Ayuntamiento de Madrid en marzo de 2010.

Me voy un rato al siglo XVI (por no retrotraerme hasta el siglo XV, cuando en Castilla reinaba Juan II, y se pensó ya en construir un canal navegable, que uniera las aguas de los ríos Jarama y Manzanares). En 1581, el ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, que ya había servido al emperador Carlos, presentó al hijo de éste, el rey Felipe II, su proyecto para hacer navegables los principales ríos peninsulares (Tajo, Duero, Guadalquivir y Ebro) y algunos otros: en el plan para poderse embarcarse por el Tajo, ambicioso como el que más, se pretendía conseguir remontar el afluente Jarama y desde ahí el también afluente de aquél, el río Manzanares, para llegar a las cercanías palaciegas de la ciudad de Madrid, la capital de la Monarquía Hispánica de los Austrias. Ni que decir tiene que no se llevó a cabo ninguno. Como tampoco algún que otro proyecto posterior, el de los ingenieros militares flamencos Carlos y Fernando de Grunenbergh —que presentaron en 1668 a la regente Mariana de Austria, viuda de Felipe IV, que les había encargado el plan años antes, y madre del entonces menor de edad Carlos II— para hacer navegable el río Manzanares desde El Pardo hasta Toledo, por ejemplo, retomado ya reinando los Borbones, también sin éxito.

Vuelvo ahora al reinado de Carlos III y al Canal del Manzanares, aquel proyecto nunca acabado cuyas obras comenzaron en septiembre de 1770 a raíz de que el asentista, empresario (emprendedor diríamos hoy) de la época, Pedro Martinengo, quien se estaba encargando de la construcción del camino o calzada del Puerto de la Fuenfría (conocido hoy como Camino Borbónico), obtuviera Real Cédula de aquel monarca (tan madrileño) para una explotación de cincuenta y cinco años, “para hacer a su costa y expensas un canal navegable desde el Puente de Toledo, con aguas del Rio Manzanares”, tal y como consta en un documento custodiado en la Biblioteca del Banco de España o en la Biblioteca Regional de Madrid. El Canal se construyó en la margen izquierda del río Manzanares, y en su cabecera (junto a la que estaría el Embarcadero) es “de donde se introducen las aguas por filtración” para alimentarlo, tal y como se puede leer en el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, escrito por el erudito español Sebastián de Miñano y Bedoya y publicado de 1826 a 1828 en diez volúmenes.


La compañía fundada por Pedro de Martinengo (pero poco después gestionada por Rossi y García) quebró en 1776, tras sucesivas catástrofes, inundaciones de su vaso incluidas, pero el Canal siguió adelante. Los proyectos o replanteos del Canal se irán sucediendo. El de Carlos Lemaur, financiado por el Banco de San Carlos, data de 1786, y poco después, en 1787, ha de ocuparse la Real Hacienda de su mantenimiento y explotación con cargo al Erario.

La navegación seguiría produciéndose en el canal, pero los resultados económicos no serían muy boyantes. La llegada del ferrocarril a mediados del siglo XIX fue la puntilla a aquel plan y a cualquier otro de esas características. Todas aquellas instalaciones comienzan a quedar abandonadas y semiderruidas, y a convertirse en incontrolados vertederos: en 1862 el Ayuntamiento de Madrid ordenó su cegamiento, salvo en sus primeros 500 metros, y el Canal entró en pública subasta dividido en lotes.


En 1778, el Canal, a punto de ser ya considerado Real Canal, después de pasar a ser parte de la Hacienda regia (la Hacienda no era pública, no habíamos llegado a la contemporaneidad del Estado liberal que conocemos), constaba de ocho esclusas. En lo que quedaba de reinado de Canal III, el decidido impulsor del Canal, se hicieron obras de mantenimiento y se construyó la novena esclusa. Ya reinando Fernando VII se llegó cerca del Jarama, a Vaciamadrid, y se construyó la décima y última esclusa. Fin de viaje.

 

El Embarcadero

El Real Canal del Manzanares comenzaba en el Embarcadero (situado en el lugar conocido a menudo como Soto de la Arganzuela), pues allí se podía (es un decir, había que trabajar trasegando materiales o, desde el reinado de Fernando VII, ser un miembro de la realeza o casi) subir a una falúa para navegar junto a los campos que hoy son el Parque de la Arganzuela (en el interior de Madrid-Río), el Parque de Enrique Tierno Galván, los dos primeros tramos (hoy en el Parque Lineal del Manzanares) y el tercero, en el Parque Regional del Sureste. En el Embarcadero el público accedía al Canal para subir a las embarcaciones (y descender de ellas a su regreso) donde navegar por el discurrir del correspondiente sistema de esclusas.


Desde la creación del Canal, en aquel ya lejano siglo XVIII, era el Embarcadero (inicialmente un conjunto menor de edificios proyectado por el arquitecto e ingeniero Manuel Serrano en 1774), además, la zona central de su administración y, más adelante (reinando ya Fernando VII en la siguiente centuria), se construyó en su entorno un ámbito prácticamente urbano, alrededor de una plaza, para llevar a cabo la explotación económica del mismo, que llegó a tener su propia capilla, así como la cabecera de donde el Canal tomaba las aguas del río Manzanares, los almacenes y las habitaciones de los empleados. Una explotación económica fundamentada en dos facetas. Una de ellas fue la extracción y fabricación de yeso: existían molinos y hornos para la producción de esa pasta destinada a la construcción, una vez que el mineral era extraído en las canteras que se encontraban en lo que hoy es el Parque Lineal y luego transportado a través del propio Canal hasta la zona del Embarcadero.


La otra faceta económica del Real Canal del Manzanares, que se llevaba a cabo en el entorno del del Embarcadero, fue la de vivero. La crianza de determinadas especies de árboles no solamente adornaba aquel emplazamiento, sino que también servía para darle galanura al resto del Canal. Durante la Guerra de la Independencia, a comienzos del siglo XIX, el vivero sufrió severos daños de los que se sobrepuso. La intención del proyecto de Martinengo fue que el Embarcadero convirtiera a Madrid en un verdadero puerto fluvial.


La monumental puerta del Embarcadero —erigida en 1819 por el arquitecto Isidro González Velázquez (quien firmaba como Isidro Velázquez e intervino en otras obras del propio Canal, incluida la Dársena Real, de exclusivo uso regio) en honor del rey Fernando VII— se acabó trasladando, abandonado el uso de éste, muy cerca de su emplazamiento original, en lo que entonces era la Plaza de la Condesa Pardo Bazán (de hecho cuando hace años vi una foto de ella en ese lugar fue cuando supe de la existencia del Embarcadero, tan cercano a mi barrio, enclavado en un lugar tan bien conocido por mí desde mi niñez). Dicha plaza estaba en la confluencia de los paseos de Yeserías, Chopera y Santa María de la Cabeza, pero desapareció cuando se construyó en 1952 por segunda vez el Puente de Praga (llamado en aquellos años oficialmente Puente de los Héroes del Alcázar de Toledo). La puerta del Embarcadero se alzaba en aquel entonces, hasta aquel año 52, en lo que es hoy el Paseo de Chopera, como si fuera parte, sin serlo, del conjunto del Matadero (erigido precisamente sobre zonas, ya cegadas a comienzos del siglo XX, de lo que fue aquel Canal del Manzanares y, especialmente, del propio Embarcadero). Y hay que repetir que, en ningún caso, esa puerta es la que está situada en el madrileño Parque de El Cruce, en Villaverde Alto, como algunos indocumentados han venido manteniendo.


Isidro González Velázquez, autor también de la monumental cabecera del Canal, se valió de materiales de construcción de segundo uso, provenientes de los ya desaparecidos Palacio del Buen Retiro y Real Fábrica de Porcelanas.


Existe una recreación gráfica en 3D del complejo del Embarcadero (que yo no he podido ver ni dar fe de cómo hacerlo) llevada a cabo por el equipo del Departamento de Ideación Gráfica Arquitectónica de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM), encabezado por Javier Ortega Vidal. Se trata de un trabajo de investigación y virtualización artística sobre el área urbana del Canal del Manzanares, publicado en 2009.


Lo que no podía imaginar yo era que, en mis paseos de chiquillo con mi padre, al pasar junto al Embarcadero Club, a finales de la década de 1960 o en los comienzos de la siguiente, lo que hacía era estar cerca muy cerca del lugar donde realmente estuvo aquel otro ya lejano Embarcadero del Real Canal de Manzanares.


En la biblioteca digital memoriademadrid del Ayuntamiento de Madrid di con unas fotos de 1969 en las que se ve a dos chicas “en la calle de San Anastasio, llamada también cuesta de San Anastasio porque salvaba el desnivel entre el paseo de Yeserías y el paseo de Santa María de la Cabeza”. Leo allí que “en este tramo se encontraba una sala de fiestas famosa por sus bailes con orquesta. El nombre de Embarcadero Club hace alusión a que cerca de este lugar se situaba el embarcadero del antiguo Canal del Manzanares” Por otra parte, sé que en 1963 ya existía ese club porque en todocolección.net venden una “entrada-invitación al restaurante-Embarcadero Club con motivo de la emisión del programa Gran Vía de Radio Madrid.

Hasta hace poco tiempo dudaba de si lo había soñado o si mi padre me había contado que en Embarcadero Club había tocado Miguel Ríos (quizás cuando aún se hacía llamar, le hacían llamar, mejor dicho, Mike Ríos), tal vez incluso yo mismo paseando con él (con mi padre, no con Miguel Ríos) viera un cartel en la puerta de aquel sitio anunciando la actuación del ahora venerado artista musical… El caso es que recientemente Marga me enseñó una entrevista para el El País que Ángel S. Harguindey le hizo a Miguel en abril de 2010 donde el cantante de El blues del autobús decía esto:

 

“Eran tiempos sórdidos y peligrosos, y las pensiones impregnaban la vida con el degradante olor a repollo. La ayuda de algún familiar y la mesa familiar de alguno de mis nuevos amigos contribuyeron a que no tirara la toalla. La Tuna y el Imperator, y más tarde El Embarcadero, Consulado y otros clubes, fueron la tabla de salvación, el pan nuestro de cada día, el primer apartamento, el aprendizaje sin tregua. La única pega es que no hacía rock and roll. Tocaba con músicos de partitura a equipo puesto y el repertorio en los clubes y en los discos se dulcificó, pero estaba aprendiendo el oficio”.

 

El Embarcadero, allí Fernando VII no pudo ver nunca actuar a Miguel Ríos.

Comentarios

  1. Muy interesante. Gracias

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  2. Muchas gracias por darnos a conocer, con una lectura y cronología muy comprensible, este interesante proyecto.

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  3. Muchas gracias, muy interesante

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