El sueño de Bob Dylan

Un huracán boxea como un canto rodado llamando a las puertas del Cielo de regreso a la autopista 61.

Los señores de la guerra, antes de rezarle a Isis, le pusieron nombre a cada animal en Mozambique mientras pedían una taza más de café en la bahía del Diamante Negro.

Tenían licencia para matar y lo asesinaron: la muerte solitaria de Hattie Carroll en la granja de Marga se produjo cuando salí una mañana (aquella nueva mañana) que cantaba el ciego Willie McTell subido al Buick 6 de John Wesley Harding camino de Acapulco. Dicen que la muerte no es el final.

Siguen cambiando los tiempos la mayor parte del tiempo. Sí, las cosas han cambiado. Pero no vamos a ninguna parte.

Sopla el viento (un viento idiota) aquí mientras permanezco atrapado en Legazpi con el blues de un día solitario en Memphis, ese blues nostálgico y subterráneo de la lápida que se parece al de Pulgarcito. Y va a caer una buena (ya se escucha el trueno en la montaña y el cielo está de color rojo), cubos de lluvia, una tempestad. Aunque me siento joven para siempre (con mis botas de cuero español y mi sombrero de piel de leopardo). Nos vemos por la mañana.

Como una mujer, a lo largo de la atalaya, la chica norteña se envuelve en su propio desconsuelo, es la Dama de los Ojos Tristes de las Tierras Bajas en la senda de la desolación.

En los días lluviosos hay otras mujeres que llegan para el cambio de guardia como un tren sigiloso. Si las veis, saludadlas.

Ella me pertenece, es mi refugio ante la tormenta, soy emocionalmente suyo. Sara, mi amor abandonado (déjame seguirte). El hombre que hay en mí te ama (ama un corazón como el tuyo). Eres una gran chica, ahora, fuiste mi romance en Durango (hasta que me enamoré de ti). Pero me vas a hacer sentir muy solo cuando te vayas. Es un amor enfermo, amor bajo cero, ¿es un amor en vano? Todo ha terminado (si no fuera por ti o por un sencillo giro del destino). En realidad, no soy yo, nena, deja de llorar, esta tarde me quedaré aquí contigo. Tal vez consigas sentir mi amor. Mi disparo de amor. Si bien, lo más probable es que tú sigas tu camino (y yo el mío).

Hay que servir a alguien, como bufón, como un ángel precioso o como el que toca la pandereta en la balada del hombre delgado. Por ejemplo, a la reina Juana. O casi. O quizás a la Dulce María, absolutamente (si das con ella esta noche).

Cualquier día de estos me liberarán de tantos años tan largos y malgastados en un mundo equivocado. A mí que contengo multitudes. En la calle Cuarta, seguro. Sonarán las campanas de la libertad. Estoy salvado (aunque lo tiré todo por la borda). Sigue Dios de nuestro lado. No te lo pienses dos veces, es así. Solamente estamos sangrando (y la rueda está ardiendo), todo está bien. Estoy aferrado a una sólida roca. Estoy sentado en la cima del mundo. Dios lo sabe.

Aún no es de noche. Señor, oh, Señor (veo en ti cada grano de arena, cada hoja que tiembla, un espíritu sobre las aguas): ¿puedes decirme qué estamos esperando? ¿Quizás a que acabe el sueño de Bob Dylan?

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.