Lo nuevo de los Stones: de amor y magia; por Fernando Martín


Que me gusta a mí el último disco de los abuelillos.

A ver, ceñirse a destacar la edad no sería más que citar lo obvio.

Comentar lo doloroso de la ausencia de Charlie Watts -rescatado post mortem en Live By The Sword-, pues también.

Prefiero, en cambio, resaltar lo admirable que resulta mantener las ganas y la ilusión para meterse en un estudio a pergeñar uno de esos objetos tan en desuso en la actualidad de la AI: un disco.

Me admira lo increíblemente convincente que siguen sonando con la pequeña ayuda de los amigos: el fugado Bill Wyman, mi detestado Paul McCartney -al que se le oye juguetón al bajo en la impecable Bite My Head Off-, Elton John triscando sobre el piano, Stevie Wonder -not needing words- o la divina Lady Gaga, mujer capaz siempre de lo más difícil con un talento que apabulla.

El disco (Hackney diamonds se titula) me suena tremendamente setentero en la línea de It's only rock'n'roll o Goats head soup, aunque, evidentemente, sin la lógica fiereza juvenil, pero ofreciendo a cambio pinceladas de sincera nostalgia y aceptación del tiempo presente. En la maravillosa Whole Wide World canta Jagger "adónde quiera que miro solo veo recuerdos de mi pasado".

Sin descubrir la rueda, los Stones ofrecen un producto más que decente. Mucho más si nos detenemos a compararlo con el nivel de la música comercial en el tiempo presente.

Y es que no hay nada como tener amor a lo que se hace.

Ahí es donde surge la verdadera magia.

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