El sistema de partidos estadounidense; por Roberto Pastor Cristóbal

No hace mucho tiempo fue común decir que había escasas diferencias entre republicanos y demócratas, las dos principales fuerzas políticas en los Estados Unidos de América. Parecía que existía un consenso basado en una serie de valores comunes y en una gestión centrista. Hoy en día es más difícil mantener esta afirmación.
La historiografía más reciente sobre Estados Unidos ha venido a explicarnos que la pluralidad de la sociedad estadounidense se reflejó también en el campo de las ideas políticas. Entre los diversos factores explicativos sobre esta afirmación podríamos citar varios. Por ejemplo, la diversidad de origen de las poblaciones que acabaron llegando a suelo norteamericano. Las poblaciones europeas trajeron consigo un rico bagaje ideológico, por esta razón sí encontramos presencia de socialistas y anarquistas, por mucho que algunos intelectuales, como Werner Sombart (1863-1941), lo negaran. Los hispanos o afroamericanos también han elaborado propuestas ideológicas propias, adaptando las principales corrientes ideológicas a sus necesidades en una sociedad racialmente segregada hasta bien entrado los años sesenta.
Las candidaturas presidenciales y los propios presidentes han sido uno de los factores históricos que más han contribuido a la evolución y pluralismo ideológicos en Estados Unidos. La importancia concedida a la figura presidencial no ha sido siempre igual, pero los cambios en su percepción han sido determinantes en los cambios dentro del pensamiento político. Veamos cómo.
En principio, era deseo de los Padres Fundadores no lastrar al país con luchas entre “facciones” políticas (el término “facciones” era el utilizado en una época anterior a los partidos de masas). Bajo sus ideales “republicanos”, basados en la virtud, el gobierno de los mejores y en el equilibrio, bastaban unos cuantos hombres justos que guiarían a la recién nacida nación por la senda del progreso y sin quebrantar la voluntad del pueblo. Pero tras la presidencia de George Washington, terminada en 1797, empezaron a surgir corrientes más o menos afines a uno u otro candidato al cargo de presidente. Supuestamente, existía la idea de que la figura del Presidente era la de un gestor de las medidas del Congreso y un referente unitario para la nación, pero sin un contenido propio.
Las dos corrientes políticas que surgieron entre finales del XVIII y principios del XIX, “federalistas” y “republicanos”, parecían diferenciarse por cómo interpretaban el legado de la independencia y su actitud más o menos recelosa, en el primer caso, y entusiasta, en el segundo, respecto a la Revolución Francesa (1789-1799). Más la diferencia real fue que unos apoyaron al presidente John Adams (1797-1800) y otros al presidente Thomas Jefferson (1800-1809). Si observamos sus gestiones, abunda el pragmatismo, por lo que los primeros grupos políticos se convirtieron en grupos de presión a favor de uno u otro candidato.
Prácticamente, esto es lo que observamos a lo largo de todo el siglo XIX. En esta centuria no se puede hablar de partido político, tal y como lo entendemos hoy en día. Los partidos políticos eran grupos de notables, de gente influyente reunida en torno a una serie de principios vagos e intereses necesariamente concurrentes. Lo importante era armar una coalición de diferentes minorías en torno a un candidato. En buena medida, hoy en día ese carácter de coalición de diversos intereses e incluso cierto toque elitista sigue definiendo a los partidos políticos en Estados Unidos. Es lógico, en un país tan diverso, que no exista una mayoría clara en cualquier aspecto que pudiésemos pensar, tales como la religión, la etnia, la actividad económica o la posición social. Las alianzas son necesarias y un líder también, en la figura del Presidente, se articula políticamente este hecho. Por este motivo, la figura presidencial acabó acumulando mayores poderes y siendo el centro del sistema político estadounidense. Si nos fijamos en los dos grandes partidos actuales, ambos fundados en el siglo XIX, veremos dos ejemplos ilustrativos.
Por un lado, el Partido Demócrata, fundado en 1828, fue una plataforma para la candidatura de Andrew Jackson (1829-1837), pero durante la presidencia de éste marcó la formación de una coalición entre sureños y reformistas partidarios de la extensión del sufragio. Esto se mantuvo hasta la llegada de Franklin D. Roosevelt al poder durante los años 30 del siglo XX.
El Partido Demócrata fue el de la esclavitud pero también el de hombres de progreso como Jennings Bryan (1860-1925) o el presidente Woodrow Wilson (1913-1921). No es extraño ver estas contradicciones dentro de los partidos, porque la práctica política se basaba y se basa en contentar a unos y otros, en elegir al que es capaz de aunar y sumar en la práctica democrática. Jackson o Wilson fueron reformistas y belicistas, autoritarios y defensores de la voluntad popular, el símbolo de toda fuerza política estadounidense: carisma, maquinaria electoral y unión de intereses.
Por otro lado, el Partido Republicano nació, en 1854, de los deshilvanados restos de los whigs (una agrupación de industriales de la Costa Este) y de ambiciosos hombres de frontera con un espíritu de libertad fuertemente inculcado en sus mentalidades. Su objetivo principal fue la abolición de la esclavitud.

Este texto pertenece al artículo del autor 'Las elecciones presidenciales y el sistema de partidos en Estados Unidos', publicado por vez primera el 23 de marzo de 2016 en Anatomía de la Historia, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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