Estoy terminando de leer Madame
Bovary. Leo despacio, muy despacio. Y a veces, cuando llego a ella,
llego tan cansada que los ojos me traicionan y las dos nos dormimos, ella
fundida en su aburrimiento y yo en mi cansancio. Me sé el final, pero aun así,
no sé si por romanticismo o porque es primavera la leo para raptarla y es como
si me las llevara a ella y a su Normandía a un lugar de mi memoria donde
ponerlas a salvo. Porque ella se equivoca constantemente. No por amar sino por
creerse adúltera.
Entretanto, la realidad surge en abril con días de gabardina y viento que harán
del verde mucho más que un color bonito. Yo camino con Emma y pienso en el mar,
en esa línea del horizonte donde el cielo y las aguas se unen, donde la
realidad y la literatura practican sexo.
“Las personas tendemos a juzgar”—le
digo—. “Pero son adúlteras las que nos juzgan con el corazón herido, las que
con el índice no señalan una calle de moda en un plano de París sino la
posición de su próxima víctima. Son
adúlteras las que creen llevar a las espaldas un peso mayor que el de los demás
y no soportan vernos felices”.
Este
texto fue publicado en Anatomía de la Historia en enero de
2017 y puedes leerlo completo en ESTE ENLACE.
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