Febrero.1898.España
El
acorazado estadounidense USS Maine tuvo
una vida de ocho años y tres meses,
los transcurridos entre su botadura neoyorquina el 18 de noviembre de 1889 y su
estallido en La Habana la noche del 15 de febrero de 1898. En servicio, en
realidad no llegó a los tres años, pues no fue empleado para lo que se le
construyó hasta septiembre de 1895.
El
Maine
había llegado al puerto cubano 21 días antes de aquel de febrero del año 98 en
que entró de lleno en la Historia. Y había arribado a La Habana cuando estaba a
punto de cumplirse el tercer año de la guerra de la Independencia cubana, la
tercera de las guerras de Cuba que enfrentaba a los insurgentes de la isla con
el poder colonial español. ¿Cuál era el objeto de la llegada del buque de
guerra a una de las últimas posesiones españolas en América? Aunque oficialmente arribaba (sin avisar) en visita “de paz y
amistad”, en realidad el Maine era la
respuesta del Gobierno estadounidense a la solicitud de una garantía real, cierta,
inequívoca, de la seguridad de los ciudadanos norteamericanos en la isla transmitida
por el cónsul y ex general confederado en la Guerra Civil estadounidense, Fitzhugh
Lee. El Gobierno español, por su parte, envió al puerto neoyorquino, a modo de
respuesta asimismo amistosa, al
crucero acorazado Vizcaya.
La explosión del Maine la noche del 15 de febrero mató a
casi toda su tripulación (230 marineros, 28 marines y dos oficiales), si
bien su capitán, Charles Dwight Sigsbee, pudo sobrevivir a la catástrofe, que
pronto fue utilizada por el Gobierno estadounidense para precipitar su
intervencionismo en los asuntos de la isla y provocar el estallido de la Guerra
Hispano-estadounidense cuando su presidente, el republicano William McKinley,
exigió dos meses después la inmediata retirada española de Cuba.
El desigual conflicto,
entre una potencia emergente y decidida a ejercer un verdadero protagonismo en
la política mundial y una potencia agonizante que vería cómo desaparecían los
restos casi completos de su ya exiguo poder colonial, acabaría con la independencia
cubana, portorriqueña, filipina y de algunas otras islas del Pacífico respecto
de España y con el surgimiento de Estados Unidos como protagonista cada vez más
de primer orden del escenario planetario.
Pero,
aquella noche de febrero de 1898, ¿estalló el Maine a causa de un sabotaje español o lo hizo debido a otras razones
menos pendencieras, más fortuitas, meramente accidentales? Desde luego, ninguna
investigación hasta la fecha ha podido dar la razón a lo que a todas luces fue
simplemente un casus belli sin más,
un ‘motivo de guerra’ aireado por una prensa
amarilla ─que ya por entonces hipnotizaba a la opinión pública estadounidense
hasta límites de altísima tensión entre los intereses del nuevo gigante
norteamericano y los de la mermada España─ en condiciones de alumbrar aquello
de “no dejes que la verdad te estropee un titular”.
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