Dios Wilder
22 de junio de 1906. En una
localidad hoy polaca, aunque austrohúngara en aquellos tiempos anteriores a la
debacle de la Gran Guerra, llamada Sucha y renombrada cincuenta años más tarde
como Sucha Beskidzka, nacía Samuel
Wilder, a quien su mamá apodará Billie para que años más tarde, cuando la
centrifugadora de la Historia le arroje hacia el país más rico del mundo, él
mismo… se haga llamar Billy. Billy Wilder. Dios, a decir del cineasta español
Fernando Trueba y de muchos entre los que se encuentra quien esto escribe.
Dios Wilder es el responsable de algunas de las más altas cotas de
creatividad artística de cuantas fueran los seres humanos capaces de plasmar en
el por tantas razones vomitivo siglo XX, una centuria en la que el responsable
de Con
faldas y a lo loco entre otras joyas inmortales fue destacado
protagonista algunas veces muy a su pesar, como cuando hubo de enterarse de que
los horrendos dirigentes de la Alemania que asolaba Europa se encargaban de
acabar con la vida de su madre y aun de otros de sus familiares, un horror del
que el mismo se libró cuando un año después del ascenso al poder de Hitler y
sus secuaces se exilió en Francia, para ya en 1935 lanzarse a la aventura
americana que le convertiría en uno de los más geniales directores y guionistas
de cine de la historia de ese arte.
A la descacharrante Con faldas y a lo loco, podemos añadir
otras cumbres cinematográficas como las que siguen, que certifican la inmensa
categoría humana y artística de una persona sin par: Días sin huella, Perdición,
El
crepúsculo de los dioses, Testigo de cargo, El
apartamento, Uno, dos, tres, ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu
madre?, Primera plana o Aquí, un amigo. La obra gigantesca
de un cínico tan tierno como certero.
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