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La Frontera, Sabina y La Romántica Banda Local


Arganzuela del Manzanares, tierra de Ñu y La Frontera, matadero y tierra drogada, la forja de rebeldes muertos, macarras de barrio y miedo de lagartos.

Diez minutos de pasión…

Hacía tiempo que el tiempo no hacía su magia de tejer en segundos las horas que los siglos, ignorantes de su paso —el del tiempo de los siglos—, desperdiciaban en minutos de pasión:

diez minutos de pasión, como aquella pequeña maravilla de la cultura popular que cantaban unos madrileños venidos del tiempo de los edificios como esqueletos a los que llamábamos La Frontera…

[“Su vida es un incendio”.]

La frontera del tiempo,

el equilibrio infinitesimal entre las huellas

de humanos muertos

y los besos futuros de la juventud

hoy todavía enmascarada.

[No será] tiempo perdido…

“El juego terminó”.

 



 

Sabina alivia los lutos. No ha escrito la mejor canción de todos los tiempos. Dylan lo hizo.

Pongamos que hablo de él, de Joaquín Sabina:

Sabina lo niega todo y con él me pasa como con aquellos amigos que sabes que lo fueron porque les habían robado el fuego a los dioses,

aunque ahora todo lo que queda de aquello son los rescoldos de un sueño mal soñado.



 

 

Hubo un tiempo en el que en la tele salían Tequila, Blondie, los Ramones y hasta la Romántica Banda Local.

Mi amigo Quique y yo comprábamos a menudo discos y teníamos un compromiso: informar el uno al otro de los discos que cada uno quiere comprar… para no comprar nunca el mismo y tener así, entre los dos, una discografía imbatible. Recuerdo que una vez nos cambiamos el Dark side de Pink Floyd por el segundo de Burning y la casete de la Romántica Banda Local por una de Bloque. O algo así, no estoy seguro.

[A La Romántica Banda Local: No hay un cambio si no hay stop]

Los improbables territorios

donde los nuevos libertarios

les llevan sangre a los tiburones.

(Siempre es de otros. La sangre.)

En Lepanto, Moctezuma perdió su penacho

otra vez

y Miguel de Cervantes soñó a Sancho Panza.

Hoy… las peores mentes de tu generación

imaginan un pasado que les haga dejar de beber.

No hay un cambio si no hay stop.

Dentro de la librería Alberti

vuela herida una gaviota

mientras escuchamos

a un socialista imbécil

hacerse el catedrático.

Del verano ya no queda

nada más que el deseo,

el frescor de las tardes derretidas

y la memoria del porvenir.

Stop. Detente, bala. Mata a otro.

Mejor: sé destreza antigua

y esfuerzo de proyectil. Nada más.

Que lo mío… Nada más.

Que lo suyo.

Comentarios

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