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Shostakóvich, un músico libre (por Manuel Casanova)


Dmitri Shostakóvich no es un compositor desconocido, algunas de sus sinfonías se incluyen en el repertorio, pero, con todo, su música no es para todos los paladares. Al gran público le ha costado asimilar su modernidad y aún tiene muchos detractores. Por lo que a mí respecta, desde el primer momento me compenetré con su obra, y no porque me pareciera él entonces mejor que otros, sino porque percibí ese algo intangible que vibra, que nos conmueve al escuchar (o mirar, o leer, o tocar) y que constituye la más íntima percepción del arte. Desde un ángulo menos emocional puedo decir que Shostakóvich me parece el compositor más completo del siglo XX. Además su vida está revestida de leyenda y manipulada por intereses políticos: desde los que lo califican de víctima del estalinismo, hasta los que lo acusan de bolchevique convencido. De igual modo se han atribuido a sus sinfonías oportunistas contenidos morales o patrióticos, no siempre sancionados por el creador.

Soy de la opinión de que Shostakóvich hizo lo que le dio la gana. Compuso la música que quiso componer. Si le censuraban una composición, aceptaba la censura y escribía algo patriótico; cuando recuperaba el favor del Kremlin volvía a componer con libertad. Esto en lo que se refiere a sinfonías y óperas, porque cuando hizo música de cámara nadie le perturbó. Prueba de ello son sus cuartetos, la obra más importante en este género después de los Cuartetos de Beethoven, en opinión de muchos musicólogos. Y es que la música de cámara es demasiado intimista para los conductores de masas, que solo disfrutan con la grandiosidad orquestal, como le pasaba a Hitler con Wagner.

Dimitri Shostakóvich fue un hombre libre. Amaba a su patria y aunque sufrió la persecución estalinista, no dejó de ser un socialista convencido que nunca quiso abandonar Rusia, como hicieron Prokófiev y Stravinski.

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