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Guillermo del Toro llega por fin a Frankenstein


Había visto algunas películas sobre el personaje de Frankenstein, la de Kenneth Branagh (de 1994) y la más clásica de hace tanas décadas (la que dirigió James Whale y se estrenó en 1931), por ejemplo, pero nunca he leído, aunque he estado a punto varias veces, la novela de Mary Shelley (Frankenstein o El moderno Prometeo, de 1818) en que se basan. Hay algo en toda esa historia, en esa ficción, que se atasca en algún lugar antes de llegar a producirme emoción o interés alguno. No sé qué es. El caso es que después de ver la de Guillermo del Toro de 2025 (titulada simplemente Frankenstein), solamente puedo decir que la que más me ha gustado es El jovencito Frankenstein, aquella humorada de Mel Brooks del año 1974. Con eso lo digo todo. ¿Todo?


¿Qué puedo decir del Frankenstein de Del Toro? Poca cosa. Que dura dos horas y media, una duración que se me hizo algo larga y que el guion es la peculiar adaptación que de la novela hace el propio Guillermo del Toro. Que está protagonizada por Oscar Isaac (doctor Victor Frankenstein), Jacob Elordi (que compone un monstruo de manera bastante aceptable), Mia Goth y Christoph Waltz. También que la fotografía (lo mejor junto a un diseño de producción un tanto exagerado) es de Dan Laustsen.

Dios, el ser humano, la ciencia, ese mejunje. Ya sabes. De eso va la película, como el libro. A mí me parece un disparate todo lo que veo. No veo por ningún lado esa “fábula del revés” que vio Luis Martínez en su crítica para El Mundo (tampoco delicadeza y espectacularidad). Tampoco “una mirada tierna” ni un cuento que “se ha llenado de amor” (Tommaso Koch, El País), ni una “deslumbrante pirotecnia visual y sentimental o “una combinación perfecta de terror, asombro y humanismo (Oti Rodríguez Marchante, ABC), ni ninguna de las maravillas que aprecian a cuantos especialistas leo hablando sobre ella.

Tal vez Frankenstein no haya sido creado (toda su ficción, el monstruo tampoco) para mí. Aunque he de decir que ganas le puse. Hasta que toda esa parafernalia desmedida se derrumbó ante mí a lo largo de dos horas y media interminables.

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