Ir al contenido principal

La violencia del franquismo

Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco es un libro escrito por los historiadores Julián Casanova, Francisco Espinosa, Conxita Mir y Francisco Moreno Gómez, que fue publicado en 2002.

 

La violencia no fue una consecuencia de la Guerra Civil, sino que era parte esencial del plan de los sublevados y lo siguió siendo de la dictadura de Franco hasta su hora final”.

 

Ese párrafo condensa, en su explosiva y contundente brevedad, el contenido de una larga obra furiosamente historiográfica.

Martí Bas: Fusilamientos en la plaza de toros de Badajoz, obra de 1937.

El libro lo abre Julián Casanova para estudiar la importancia del terror en los cuarenta años de la dictadura del general Franco. A continuación, Francisco Espinosa analiza el plan de exterminio que estaba detrás del golpe militar y cómo fue su desarrollo. Conxita Mir expone la manera en que ese terror fue un instrumento para controlar socialmente a la mayoría de los españoles. Por último, Francisco Moreno Gómez explica en qué consistió la resistencia armada llevada a cabo por los huidos y los guerrilleros.

Es esta una obra (dedicada por los autores a la memoria del historiador español, maestro de historiadores, Josep Fontana) que no habla de uno de los aspectos del franquismo, sino del implacable terror establecido por aquella dictadura para darla pleno sentido.

En el prólogo, escrito por Casanova, nos habla de franquismo y olvido, una de las esquirlas del pasado sucio de nosotros, los españoles.

 

La dictadura de Franco siempre guardó el honor para los vencedores y el horror para los vencidos. Convirtió la guerra civil en una experiencia traumática para todos los derrotados y, todavía muchos años después, para cientos de miles de personas que no la habían sufrido.

No resulta fácil olvidar el franquismo, sus miles de asesinatos, sus humillaciones, torturas y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Pero, precisamente por las mismas razones, hay también muchos que no quieren recordarlo o que manejan esa historia de infamia en su propio beneficio”.

 

Porque lo que no podemos olvidar es que “la violencia fue la médula espinal de la dictadura de Franco”.

 

“La larga paz incivil que siguió a la guerra constituye el tema primordial de este libro. Nuestra intención es explicar la estrecha conexión que en la posguerra existió entre la represión política y el control social sobre los vencidos”.

 


Lo más destacable del volumen, dice Casanova en ese prólogo, es su constatación, “por encima de cualquier otra consideración, del compromiso de los vencedores por la venganza”, su negación del perdón y su “voluntad de retener hasta el último momento el poder que les otorgó las armas”.

Todo ello siguiendo las premisas que la Historia permite a quien la usa para comprender el pasado:

 

El conocimiento histórico nunca es políticamente neutral. Y tampoco son neutrales las interpretaciones que en estas páginas se transmiten, basadas en muchos años de investigación y en el diálogo permanente con otros historiadores”.

 

Los autores escribieron Morir, matar, sobrevivir… con el objetivo de “impedir que los herederos de la victoria franquista blanqueen todavía más su pasado, el pasado más violento y represivo que ha conocido nuestra historia contemporánea. El desafuero cometido por la dictadura de Franco fue demasiado grande para ser olvidado”. Era 2002, se dijo, cuando el libro vio la luz. Pues bien, todavía hoy entiendo como un fin loable para una obra historiográfica “impedir que los herederos de la victoria franquista blanqueen todavía más su pasado, el pasado más violento y represivo que ha conocido nuestra historia contemporánea” porque “el desafuero cometido por la dictadura de Franco fue demasiado grande para ser olvidado”. Hay que repetirlo.

 

La primera parte de la obra, escrita asimismo, lo sabemos, por Julián Casanova, se titula ‘Una dictadura de cuarenta años’.

 

“La dictadura de Franco fue la única en Europa que emergió de una guerra civil, estableció un Estado represivo sobre las cenizas de esa guerra, persiguió sin respiro a sus oponentes y administró un cruel y amargo castigo a los vencidos hasta el final. Hubo otras dictaduras, fascistas o no, pero ninguna salió de una guerra civil. Y hubo otras guerras civiles, pero ninguna resultó de un golpe de Estado y ninguna provocó una salida reaccionaria tan violenta y duradera”.

 

Lo que siguió a la guerra civil española fue “una larga paz incivil”. Y “esa es la diferencia más relevante entre la guerra civil española y otras guerras civiles del mismo período que desembocaron también en la victoria de las fuerzas del orden y de la reacción”. Cifras: “No menos de 50 000 personas fueron ejecutadas en los diez años que siguieron al final oficial de la guerra el primero de abril de 1939, después de haber asesinado ya alrededor de 100 000 rojos durante la contienda”. Fue la violencia “una parte integral de la formación del Estado franquista”.

 

“La Ley de Responsabilidades Políticas de nueve de febrero de 1939, la de Represión de Masonería y el Comunismo de primero de marzo de 1940, la de Seguridad del Estado de 29 de marzo de 1941 y la que cerró ese círculo de represión legal, la de Orden Público de 30 de junio de 1959, fueron concebidas para seguir asesinando, para mantener en las cárceles a miles de presos, para torturarlos y humillarlos hasta la muerte”.

 

Todo ello tras una guerra que se propuso y fue “una guerra de exterminio y de terror”. Una guerra, la Guerra Civil española, sobre la que Casanova apuntala una idea medular de la historiografía sobre aquella contienda:

 

“La mayoría de los historiadores sabemos, y hemos demostrado, que la guerra civil no la provocó la República, ni sus gobernantes, ni los rojos que querían destruir la civilización cristiana. Fueron grupos militares bien identificados quienes, en vez de mantener el juramento de lealtad a la República, iniciaron un asalto al poder en toda regla en aquellos días de julio de 1936. Sin esa sublevación, no se hubiera producido una guerra civil. Habrían pasado otras cosas, pero nunca aquella guerra de exterminio. Fue, por lo tanto, el golpe de Estado el que enterró las soluciones políticas y dejó paso a los procedimientos armados. Un golpe de Estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la supuesta revolución, acabó finalmente desencadenándola. Y una vez puesto en marcha ese engranaje de rebelión militar y de respuesta revolucionaria, las armas fueron ya las únicas con derecho a hablar.

Esa guerra desembocó en una larga posguerra, mucho más larga que la que siguió a cualquier otra guerra civil del período, donde los vencedores tuvieron la firme voluntad de aniquilar a los vencidos. El plan de exterminio existió, se ejecutó y no paró después de la guerra civil”.

 


El régimen salido de aquella guerra se mantuvo incluso después de que en 1945 los fascismos que habían apoyado a Franco cayeran. ¿Cómo fue posible? Porque 1) “así lo quisieron las potencias democráticas que, tras una interesada indiferencia, dado que España no contaba para nada en el mercado internacional, descubrieron el interés estratégico que tenía mantener un régimen de ese tipo en tiempos de rabioso anticomunismo”; 2) “porque la Iglesia católica, feliz con sus privilegios y la paz de Franco, no quiso dar señal alguna de disidencia, de perdón y de reconciliación; y 3) “porque hubo cientos de miles de personas que aceptaron la legitimidad de esa dictadura forjada en un pacto de sangre, que adoraban al Generalísimo por haberles librado de los revolucionarios y que consideraron, día tras día, la muerte y la prisión como un castigo adecuado para los rojos”.

Eliminar a los vencidos (matarlos, detenerlos, hacerlos exiliarse…) abrió a los vencedores “amplias posibilidades políticas y sociales y les otorgó enormes beneficios”: se trató de “una purga de amplias consecuencias, que desarticuló la cultura y las bases sociales de la República, del movimiento obrero y del laicismo”, de tal manera que “sobre las ruinas de los vencidos y sobre los beneficios que otorgó la victoria en la guerra y en la paz fundó el franquismo su hegemonía y erigieron Franco y los vencedores su particular cortijo”. De hecho, “una de las bases de apoyo duradero a la dictadura de Franco fue la adhesión inquebrantable de todos aquellos beneficiados por la victoria”.

En su evolución, la dictadura franquista dulcificó sus métodos pero nunca pretendió “quitarse de encima sus orígenes sangrientos, la guerra civil como acto fundacional, que recordó una y otra vez para preservar la unidad de esa amplia coalición de vencedores y para mantener en la miseria y en la humillación a los vencidos”.

Respecto del asunto de la memoria tras la llegada de la democracia duranta la llamada Transición, Casanova mantiene en el libro que “parece claro que en la actualidad, a comienzos del siglo XXI, entre los historiadores no tiene mucho sentido hablar de conspiración de silencio ni de pactos sobre la memoria y el olvido”, pues estos, los historiadores han “convertido el franquismo en un objeto de estudio privilegiado en la historiografía sobre la España contemporánea”. Lo que no quita para admitir que todavía (cuando se escribió el libro del que se habla aquí, y hoy, en el verano de 2025, cuando escribo esto) algunos, muchos, en realidad, quienes defienden o justifican o amparan el franquismo, “beatifican a sus mártires y son incapaces de tener un gesto de dignidad frente a la barbarie golpista. Poco podemos hacer los historiadores frente a eso. Salvo investigar, escribir y rodear de rigor y de credibilidad nuestras enseñanzas”.

Y en eso seguimos, los historiadores. En esas seguimos.

 

La segunda parte de Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, escrita por Francisco Espinosa, se titula ‘Julio de 1936. Golpe militar y plan de exterminio’.

 

“La particularidad de la sublevación del 36 frente a las anteriores, que tardó en ser percibida incluso por muchos de quienes la apoyaban, fue su firme decisión de exterminio inmediato del oponente. El ciclo de violencia abierto por los sublevados no respondía a ninguna violencia previa sino a su oposición frontal al proyecto republicano y a los resultados de las elecciones de febrero de 1936, que dieron la victoria a los partidos agrupados en el Frente Popular.

Y fue precisamente ese mismo proceso involutivo de carácter contrarrevolucionario el que desencadenó la revolución que supuestamente debía abortar. Y con la revolución llegó también la temida ola sangrienta, la violencia revolucionaria”.

 

Los golpistas tuvieron siempre claro que profundizar en la represión y hacer participar a cuanta más gente fuera posible impediría una vuelta atrás. Se puede hablar de una “caravana de la muerte” que dio comienzo a su largo camino en Melilla el 17 de julio del año 36.

Es muy interesante la disquisición que lleva a cabo Espinosa sobre la expresión guerra civil para referirnos a aquellos hechos de entre 1936 y 1939: “ha habido un gran interés en que creamos que un buen día los españoles, siguiendo la tradición, decidieron dirimir sus problemas a tiros”. De manera que “la guerra civil ha acabado por ocultar y absorber el golpe de estado previo cuyo fracaso dio lugar a la propia guerra”. Y así, esa idea de guerra civil como un desastre inevitable hace que se colectivice la culpabilidad e incluso que se considere a la dictadura franquista y la posterior transición democrática como “lógicas y necesarias fases de superación de los graves problemas existentes”. Todo eso de que aquello estaba ya escrito y que no había nada que nos pudiera apartar del desastre a los españoles es lo que subyace en el uso irreflexivo de la expresión guerra civil. Cuando lo que ocurrió fue que…

 

“las posibilidades individuales y colectivas de la sociedad española de la República fueron barridas por un golpe militar que no estaba decidido por el destino ni por la fatalidad sino por quienes conspiraron para acabar con la República y por las potencias que inmediatamente les ayudaron. Convertir a la República en general y al Frente Popular en particular en el camino que conduce a la guerra civil es borrar su historia y la de quienes le dieron vida y, al mismo tiempo, conceder al «franquismo» el carácter de necesidad histórica con efecto retroactivo desde el mismo 14 de abril de 1931”.

 

Ni el golpe ni la guerra fueron inevitables, porque eso es darles la razón a los golpistas y creer con ellos que lo que hicieron fue “corregir por el medio que fuera una malformación histórica congénita”.

Espinosa llega a tachar de genocidio (en el sentido de crimen contra la humanidad) toda aquella violencia ejercida por los golpistas y por la dictadura franquista consiguiente a su victoria.

 

“Nunca, ni aunque la República hubiera vencido, se hubiera podido recuperar ya la vida anterior al golpe. En este sentido los golpistas, con su modelo de guerra, se adelantaron a los métodos que luego Hitler perfeccionaría hasta llegar a lo que se ha llamado guerra total. Aparte de su probada eficacia habría tres razones para que se actuara así: crear hechos irreversibles, imposibilitar cualquier acto de resistencia al nuevo orden y preparar a Madrid y al resto de la España republicana para lo que se les venía encima”.

 

La represión política no puede separarse de la económica y llega a ser “difícil si se elimina a alguien por motivos políticos y después se le roba, o si, con cualquier pretexto, se le elimina para robarle”.

Para Espinosa hay que poner el foco sobre algo esencial en todo esto: los excesos y las venganzas de los golpistas no fueron consecuencias de la Guerra Civil, “fueron en realidad algunas de las formas de dominio elegidas para imponerse”.

 


La tercera parte del libro
, escrita por Conxita Mir, se titula ‘El sino de los vencidos: la represión franquista en la Cataluña rural de la posguerra’.

 

“La revancha que se ejerció contra quienes permanecieron en el país tras la derrota fue planteada por los defensores del nuevo orden como un objetivo que no conoció treguas”.

 

Mir redunda en la esencia del volumen, que puede resumirse así:

 

“Sólo desde el insufrible miedo que fue capaz de generar el franquismo se puede tratar de comprender el importante número de personas voluntariamente implicadas en las injusticias”.

 

Y llega la historiadora a comparar el franquismo con la Inquisición. Estas son sus palabras al respecto:

 

“Salvando la anacronía no parece demasiado exagerado comparar los procesos de la Santa Inquisición con los que Franco sometió a media España ya que, en relación con el uso político de la delación que se hace en ambos, hay semejanzas inequívocas en las expresiones puestas en boca de los delatores, en los rumores en que se basaban sus acusaciones, en las pruebas testificales que presentaban, en la red de dependencias comunitarias que descubrían, escenificada en unos contextos en que gobernar equivalía a juzgar”.

 

La cuarta y última parte de Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, la escrita por Francisco Moreno Gómez y titulada ‘Huidos, guerrilleros, resistentes. La oposición armada a la dictadura’, merece un artículo propio al que remito al lector.

Comentarios

Grandes éxitos de Insurrección

Échame a mí la culpa, (no sólo) de Albert Hammond; LA CANCIÓN DEL MES

Dostoievski desde el subsuelo

Adiós, Savater; por David Pablo Montesinos Martínez