“Todo imbécil miserable que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse se refugia en el último recurso: vanagloriarse de la nación a la que pertenece por casualidad”. Eso escribió en una ocasión el filósofo alemán Arthur Schopenhauer.
Schopenhauer tuvo fama de ser el
abanderado de un deprimente pesimismo filosófico, quizás justificado
por el tiempo y el mundo que le tocó vivir. Por ejemplo, las Guerras Napoleónicas
y sus consecuencias posteriores. También ha sido considerado el filósofo más
brillante del siglo XIX. Lanzado a tumba abierta contra la sociedad, además de por
medio de palabras como las reproducidas, se presentó públicamente como ateo
militante respecto a un cristianismo atado a la divinidad, no así a su
particular cristianismo humano, del que se consideraba defensor.
Había nacido en la polaca Gdansk en
1788, y vivió pronto en lo que iba a ser Alemania, donde se dedicó a escribir y
a crear, dando a la imprenta un libro que iba a ser el que le empujó a una fama
que aún permanece, el titulado precisamente Aforismos sobre la sabiduría
de la vida (en realidad, un relevante fragmento de su libro de 1851, Parerga
y Paralipómena. Escritos filosóficos menores). Discutido sin respiro, no
obstante, su influjo casi llega a la actualidad tras ser inspiración de nombres
tan importantes como Nietzsche, Freud y hasta de un más cercano Thomas Mann.
Por su parte, él venía de beber de fuentes como Platón o Kant (incluso admiró y
tradujo a nuestro Baltasar Gracián). Falleció en Frankfort del Meno en 1860.
La andanada contra las patrias de Schopenhauer (unos nacionalismos cainitas, origen de todas las guerras) fructificaron mucho después en una ola de pacifismos militantes en muchos lugares del mundo, incluida la España de la Segunda República (tristemente, en vísperas de nuestra guerra). Por ejemplo, gozaba de buena salud la Liga Española de Refractarios a la Guerra, formando parte de la Internacional de Resistencia a la Guerra (IRG). Estaba al mando y era cabeza visible de este grupo en España Amparo Bosch, que fue también una de las fundadoras de Mujeres Libres, asociación y revista del mismo título muy difundida antes y durante la Guerra Civil. Sus seguidoras eran conocidas, cariñosamente, como Las Refractarias.
Muy cierto que, las patrias y nacionalismos mal entendidos son origen de desgracias. Sin necesidad de retrotraernos exclusivamente a la tercera década del s. XX, contamos con graves ejemplos de patriotismo de alpargata como el vasco y el catalán. O bien, al más reactivo de la Alemania pre-Segunda Guerra Mundial. Una cosa es sentirse orgulloso de su país, muy noble, y otra es pretender que la patria sea un reducto de excelencia y maravilla excluyendo a todo aquel que no quiera pertenecer a ella.
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