Le contaba a la filóloga Elena Cianca, la mujer del escritor Emilio Gavilanes, en la presentación de un libro de él, esa nueva joya (y van…) de 2025 que lleva por título Anotaciones a lápiz, que uno espera cada libro de Emilio con ansia y que cuando sabe de su puesta a la venta sale corriendo para ir a comprarlo, exactamente como uno hacía cuando los Rolling Stones sacaban aquellos discos suyos tan molones, tal y como hice yo mismo hace ya tantos años cuando salió Some girls. Se lo contaba a ella y le decía que prefería soltarla a ella ese elogio de la categoría literaria de Emilio porque sé que cuando se los suelto a él (los elogios) se siente abrumado por lo que él interpreta una exageración de amigo admirado. Y luego llego, abro Anotaciones a lápiz y leo en uno de esos fragmentos tan Gavilanes que pueblan sus libros perfectos que Emilio escribe:
“Me
encantan las canciones de los Rolling Stones, cuando acaban”.
¿Es lo mejor de muchos museos “lo que se ve desde las ventanas”?, no lo sé, pero con lo que dudo con Gavilanes, junto a él, es con eso de que a escribir se puede aprender, si bien lo que él y yo dudamos es que se pueda enseñar a escribir. Que lo diga él, que me estoy liando:
“A
escribir se puede aprender. ¿Pero se puede enseñar? Lo dudo”.
Leyendo a Gavilanes uno aprende a
regocijarse con el arte literario. Pero no sé si a escribir. Si acaso, como él
mismo contara en la presentación de Anotaciones a lápiz (un título que
redunda en el esfuerzo de lograr la eternidad de lo efímero sin ambición),
leyendo a Gavilanes uno podría perder la intención de seguir escribiendo ante
el reto de emular tamaña montaña de belleza creativa. No es mi caso. No compito
con Gavilanes. Afortunadamente. Simplemente escribo. Y leo. Leo a Gavilanes.
“Todos
estamos en el mundo antes de existir. Y después”.
Sobre
leer y escribir hay aquí un fragmento impecable que resumo a
continuación. En él, el autor dice que “leer es una forma de escribir, quizá la
más confiable”, con cuanto leemos vamos añadiendo textos, párrafos, que “se
incorporan al libro de nuestra existencia”. De manera que, cuando escribimos,
lo que hacemos es rescatar a nuestra manera esos fragmentos que más nos han
impresionado como lectores. Al mismo tiempo, “escribir es una forma de leer”: se
escribe y se va llegando a lugares inesperados:
“Cuando
uno consigue que lo que ha escrito le resulte ajeno (que es lo que ocurre
cuando leemos), tiene la experiencia más alta como escritor”.
Anotaciones a lápiz.
Un libro repleto de reflexiones que reflejan esas luces que solamente se
encienden desde la escritura que son capaces de urdir los auténticos literatos,
aquellos que, como Gavilanes, crean no un mundo confeccionado a base de
palabras sino unas palabras que al dejarse atrapar y agrupar iluminan un
mundo que ya existía pero que se mantenía inquietamente invisible,
estupefacto en su nimiedad.
“Hay que leer lo
que a uno le hace disfrutar, lo cual no quiere decir cosas ligeras, porque a
cada uno le hacen disfrutar cosas distintas. A unos, libros muy complejos. Y a
otros, libros muy sencillos. Al fin y al cabo, lo que eres”.
Hay en este libro sapiencia y hay
saber mostrarla, claro, si no de qué estaríamos hablando. Como cuando el
autor nos habla del pasado y nos dice que “el pasado se cambia queriéndonos
a nosotros mismos; asumiendo sinceramente quiénes fuimos: solo el amor puede
cambiar realmente el pasado; bajo la influencia del amor, el pasado se esfuma, se
disuelve y se transforma en presente”. Me hace gracia que Gavilanes escriba que
eso de que el amor sea quien puede cambiar el pasado “suena cursi y manido”,
aunque añada: “pero es verdad”. Es verdad que únicamente el amor es capaz de
que nuestro pasado sea nuestro presente.
Es Anotaciones a lápiz, lo
sabemos, un libro de fragmentos. Y sobre el fragmento le leemos al autor
de Breve historia de la infancia que “es el género que mejor se adapta a
esta época en la que cada vez se tiene menos tiempo libre, hoy también el que
mejor se adapta a nuestra cada vez más escasa capacidad de concentración, y
también el que mejor explica el funcionamiento de nuestra mente”, puesto que,
al fin y al cabo, “la conciencia es discontinua, fragmentaria, como la propia
realidad; opera a saltos, pasa de ocuparse de lo que tienes que comprar en la
tienda a exclamar algo, a fijarse en el color de las hojas secas del arce, a
tararear un estribillo…”
[…]
Prosa borgiana del clásico siglo XXI,
esa clase de prosa que sabe que “lo primero que hizo la Bella Durmiente cuando
despertó fue ir corriendo al cuarto de baño”, que los monasterios tienen
memoria, que el paraíso está donde está Eva, que lo que hace imperfecta la vida
no es que muramos, sino que resucitemos, que ese Paraíso que es donde está Eva
es el mundo ajeno al Infierno, que el infinito no es más que una palabra, que “las
amapolas se van cansando de su color”…
Mucho Paraíso hay en estas
anotaciones: “el Paraíso es este mundo”, repite Gavilanes, el mundo, que es “una
de las apariencias de la nada, uno de sus disfraces”. Y “qué pena que no
existan ni el Infierno ni el Paraíso”.
¿Es una decisión nuestra la moral de
cada uno? ¿Se ama sin esperanza? ¿Es la belleza el cemento del universo? ¿Mientras
son, las cosas son para siempre? ¿Es la historia de la filosofía un viaje a la
tristeza?
Dios es un invento y los inventos
existen. Lo dice mejor Gavilanes. Todo lo dice mejor Emilio.
“Uno es más
consciente de la vida en el dolor que en la felicidad. Como está más vivo es sufriendo”.
“La poesía es humor que no hace reír”,
dice el autor de El río. Claro que para humor cuando le leemos eso de
que “ojalá Cioran hubiera escrito Ese maldito tú, pedazo de gilipollas.
“Ser
banaliza. Es cuando las perdemos cuando las cosas se vuelven extraordinarias”.
Por cierto, lo digo ahora: la edición
de Anotaciones a lápiz es prodigiosa. Y qué cubierta, madre mía, qué
cubierta… Newcastle Ediciones: enhorabuena.
Espero que cuando Emilio escribe eso
de que “nos gusta leer los juicios de quienes han leído lo que hemos escrito
porque esperamos saber algo más sobre lo que hemos hecho”, lo de que “nosotros
solo lo hemos escrito”, cuando le leo que nos dice que quizás le digamos por qué
lo ha escrito y para qué, que espera que le digamos qué es lo que ha escrito,
porque para él es más enigmático que para nosotros, espero, digo, que le guste
leer mis juicios de lo que ha escrito en Anotaciones a lápiz y sepa algo
más sobre lo que dejó allí guardado, que le guste saber que yo sé para qué ha
escrito y para qué (para no tener tanto dentro de sí mismo y para que quienes
lo leamos estemos menos a oscuras) y que también sé qué es lo que ha escrito
(un breve resumen del mundo que quiere ser inasible y que por culpa de la
literatura deja de serlo), un enigma que deja de serlo en cuanto que lo leemos
como si no pudiéramos hacer otra cosa.
[…]
Cómo sentimos la literatura cuando la
siente Emilio, como en ese texto en el que nos dice que Recuerdos de la
viuda de Miguel Hernández, de Josefina Manresa, “es una de las grandes obras
de la literatura españolas: qué intensidad, Dios”. Nos reproduce algunos
pasajes de esa obra y después se nos sincera diciendo que “qué poco énfasis
pone en todo lo que dice Josefina, no quiere levantar la voz ni llamar la
atención, parece que está hablando consigo misma, no hay estilo en el sentido
de artificio, es todo expresión natural”, que “todo lo que cuenta Josefina,
todos los sufrimientos le darían derecho a sentirse furiosa con mucha gente,
pero nunca se expresa con rabia, solo con pena, pena y compasión por todo y por
todos, y serenidad, con qué serenidad están contadas tantas desgracias, tantos dolores”.
Remata Emilio diciendo que le resulta imposible transmitir lo que es este libro,
pero lo acaba de hacer. “Todo lo que se me ocurre es copiarlo aquí, copiarlo y
guardar silencio”. Menos mal que no lo guarda.
[…]
Este texto pertenece a mi artículo ‘Gavilanes vuelve a soplarnos en el alma su literatura con Anotaciones a lápiz’, publicado el 3 de junio de 2025 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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