Seguramente no les diga nada el nombre de Caitlin Clark. 23 años, base de Indiana Fever, equipo medianejo de la liga profesional femenina estadounidense de baloncesto. Clark cumplió el año pasado su primera temporada en profesionales. No sorprendieron sus brillantes cifras de tiro y asistencias, pues ya llegaba como una gran promesa de la liga universitaria, donde trascendieron sus intensos duelos con Angel Reese, ahora también enrolada en la WNBA. Clark es particularmente luminosa, su juego es espectacular, pero todavía le falta para ser una número uno.
Pues bien, resulta que, desde su
llegada a Indiana, el interés del público por la liga femenina se ha
incrementado exponencialmente. La Woman League era ruinosa, y para sobrevivir
necesitaba el soporte financiero de la liga masculina. De pronto la gente
quiere ir a las canchas y comprar paquetes televisivos, lo que ha multiplicado
el valor de los derechos de imagen. Ahora mismo Caitlin Clark obtiene
percepciones por concepto publicitario comparables a las de Tim Curry.
¿Se explica este boom solo por la
llegada a la Liga de dos jugadoras prometedoras? Obviamente, no. Vamos al lío…
y a la verdadera motivación de este texto.
Desde el primer momento Clark ha sido
objeto de una intensa presión por parte de las jugadoras rivales, que se
emplean agresivamente contra ella, lo cual incluye actitudes intimidatorias.
“No te tengo miedo”, esa se ha convertido en una de las frases en cancha
recurrentes de Clark, que a pesar del mobbing, sigue metiendo
triples y colocando pases fabulosos. En los medios ha habido declaraciones de
jugadoras y exjugadoras afroamericanas críticas con la “chica blanquita”. Tiene
sentido: “el público no nos hacía ni puto caso; ha sido llegar ella y ahora
todos nos siguen”
Se diría que estamos pues ante un
problema estructural vinculado al racismo y la desigualdad. El público del
basket es blanco, pero los jugadores son negros. Conclusión: los yanquis han
encontrado en Clark algo así como su mesías. Despreciaban una liga de negras… y
vuelven a ella cuando aparece una blanca para derrotarlas. Y la chica es la
perfecta WASP. Guapa, de “buena familia”, de porte educado, cristiana,
heterosexual, femenina.
Esta argumentación arrastra verdad,
pero solo es una parte de ella.
¿No advertimos que las críticas de
ciertas rivales afroamericanas a Clark son producto de la envidia? “Has osado,
blanquita, instalarte como una estrella en nuestro territorio… lo vas a pagar”.
El racismo está involucrado en esta historia, no tengo duda. Pero acaso las
jugadoras –blancas, negras o a lunares- deberían pensar en agradecerle a Clark
que haya reactivado espectacularmente una liga que estaba muerta, lo cual es
bueno para todas.
Concluyo. A menudo me encuentro con discursos muy planos que adoptan aspecto zurdo y libertario. Si cada vez que alguien dice que los gitanos son racistas –y yo creo que suelen serlo–, se contesta que han sido oprimidos y que tienen por tanto toda la razón en odiar a los payos, corremos el riesgo de construir argumentaciones tan simplistas como las que manejan los reaccionarios. Dijo Foucault que “el poder viene de todas partes”. Es cierto que a menudo las relaciones entre personas cristalizan en estructuras de dominación que generan privilegios para unos y sufrimiento para otros, pero eso no significa que una conducta agresiva pueda justificarse en razón de supuestas estructuras opresivas, de igual manera que no toda persona blanca es una opresora cuando intenta alcanzar el éxito.
Pero hay otra cuestión que no debemos
obviar. Existe una cosa llamada ética, algo que a menudo la izquierda parece
que olvida. La política remite a la deliberación y, por tanto, a lo
colectivo, pero la ética remite al sujeto. Negro o blanco, hetero u homo,
hombre o mujer, gitano o payo… al final es siempre la conciencia moral la que
debe determinar libremente el contenido del bien y, por tanto, también del mal.
Para que me entiendan, una cabronada es una cabronada, y tratar de destruir a
alguien porque es mejor que nosotros, sobre todo cuando apoyamos nuestro
resentimiento en supuestas opresiones de raza, clase o nación, es miserable
y además hipócrita.
Lebron James, estrella negra de la NBA, lo ha entendido a la perfección, por eso ha elogiado efusivamente a Catlyn, de la que dice sentirse muy cerca. Lebron es muy grande, como todo el mundo sabe.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.