La argentina Camila Sosa Villada publicó su tercer libro en 2019, era su primera novela y se titulaba Las malas. Antes había aparecido su primer poemario, La novia de Sandro, en 2015, y tres años después su primer ensayo, un libro de carácter autobiográfico titulado El viaje inútil.
Sosa Villada es también dramaturga y
actriz. Las malas, el primer libro suyo que leo, es impactante.
Sabemos en el prólogo, escrito por el escritor y editor argentino Juan Forn, que Camila Sosa Villada nació Cristian Omar y aprendió pronto que de no doblegarse “al mandato cultural” habría de saber enfrentarse el resto de su vida a la vergüenza, el miedo, la intolerancia, el desprecio y a la incomprensión. De eso va Las malas. Y Forn aclara que “la alquimia que ocurre” en las páginas de Las malas es la transformación de todo eso (la vergüenza, el miedo, la intolerancia, el desprecio y la incomprensión) “en alta prosa”.
El frontispicio de la novela es una
cita de la poeta Gabriela Mistral: “Todas íbamos a ser reinas”, el título de un
poema de la escritora chilena incluido en su libro Tala, de 1938.
Las malas
comienza así:
“Es profunda la
noche: hiela sobre el Parque. Árboles muy antiguos, que acaban de perder sus
hojas, parecen suplicar al cielo algo indescifrable pero vital para la
vegetación. Un grupo de travestis hace su ronda. Van amparadas por la arboleda.
Parecen parte de un mismo organismo, células de un mismo animal. Se mueven así,
como si fueran manada. Los clientes pasan en sus automóviles, disminuyen la
velocidad al ver al grupo y, de entre todas las travestis, eligen a una que
llaman con un gesto. La elegida acude al llamado. Así es noche tras noche”.
Una novela sobre travestis,
protagonizada por travestis, sentida por travestis y escrita para la humanidad,
como las buenas novelas.
¿Qué es una travesti? “Irse de todos
los lugares: eso es ser travesti”. Las travestis de Las malas son seres
humanos que “trepan cada noche desde el infierno del que nadie escribe para
devolver la primavera al mundo”. Su cuerpo “toma prestado del infierno la
sustancia de su hechizo”, pues de él obtienen lo que la naturaleza no les da.
“El dolor de una travesti es como un hechizo: somete al espectador a un estado
de lisergia triste, de pena fosforescente”. Las travestis de la novela, “tan
yermas, agrias, secas, malas, ruines, solas, ladinas, brujas, infértiles
cuerpos de tierra”. Envejecen como envejecen las perras y las lobas: un año de
una travesti “equivale a siete años humanos”. (Eso escribe la autora, años
humanos.) Las travestis no habían tenido la oportunidad de esconderse en el
armario: ellas habían “nacido ya expulsadas del armario”, esclavas de su
apariencia.
“Estamos ahí para
ser escritas. Para ser eternas. […] Nuestro cuerpo va con nosotras. Nuestro
cuerpo es nuestra patria”.
Hay una “gloria travesti”, una
“frivolidad tan honda” como “de princesa puta”.
Algo de la Argentina que la autora ha
creído comprender está en estas palabras de la novela:
“Si alguien
quisiera hacer una lectura de nuestra patria, de esta patria por la que hemos
jurado morir en cada himno cantado en los patios de la escuela, esta patria que
se ha llevado vidas de jóvenes en sus guerras, esta patria que ha enterrado
gente en campos de concentración, si alguien quisiera hacer un registro exacto
de esa mierda, entonces debería ver el cuerpo de La Tía Encarna. Eso somos como
país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis. La huella dejada
en determinados cuerpos, de manera injusta, azarosa y evitable, esa huella de
odio”.
Sostiene la narradora/protagonista que “sin las prostitutas, este mundo se hundiría en la negritud del universo”. Sic y resic.
Es este un libro en definitiva sobre
la belleza, el deseo y el dolor:
“Hablo de la
sensación de estar tragando puñados de tierra de la mano de Dios”.
Cuando acabo de leer Las malas,
su autora me lo dice al oído, me susurra para qué ha escrito ese libro. Lo hizo
por ellas, por la olvidadas que ya no tienen nombre:
“Es como si nunca hubiéramos estado ahí”.
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