Uno ya había leído la novela Los guapos, la novena suya, antes de decidirse a leer todas las demás. Hablo de la escritora Esther García Llovet, nada más y nada menos, capaz de escribir de Mercamadrid (la principal plataforma española de distribución, comercialización, transformación y logística de alimentos frescos) que es “la nave nodriza de la supervivencia, el ocaso de lo nuevo”, una autora excepcional dotada de (y esto lo leo en la novela de la que voy a hablar a continuación:) “esa forma íntima que tiene lo extraordinario de huir de las multitudes, lo raro de verdad”).
Sánchez,
también magnífica, publicada en 2019, es su sexta novela, la segunda de la
llamada Trilogía instantánea de Madrid.
Y su ámbito es “la esfera cutre de las cosas madrileñas”.
“Hacía muchos
meses que no caía una tormenta que despejara el aire bruto de Madrid”.
El personaje literario Sánchez
(Daniel Sánchez se llama, pero es Sánchez, sin más), “un melancólico como la
copa de un pino”, tiene una forma de caminar “de chulo de feria, de guapo
gastado”; es de esas personas que parecen cansadas (“que es lo que se lleva
ahora”), que parecen agotadas y alerta a la vez, como si llevaran una vida de
hipertensos. García Llovet crea ese tipo de seres literarios que acaba por ser
pura fascinación, pero no pura fascinación ética, sino pura fascinación
artística, literaria, la que provoca la gente común cuando la enfocamos con la
magia del arte de escribir. Sánchez, que “podría ser elegante, entrar en el mar
andando con capa y todo”, prefiere “esta vida de todo en un día, la cosa
rápida, los asuntos concretos que siempre salen mal”. De alguna manera, “se
había acabado convirtiendo en eso tan raro que es un guapo triste, un chulo sin
ganas, un macarra de bajona”. Sánchez “se aburría siempre, era flaco, no sudaba
nunca”; y tiene “esa voz grave, con mucho grano, esa mirada de alguien que
piensa seducirte a fondo durante cinco minutos pero ni un segundo más, que le
da fatiga”. Ese es Sánchez, que “había salido tan guapo, había salido tan
bonito, que probablemente los padres pensaron que ya con eso habían mejorado el
momento evolutivo de toda la especie”. Sánchez y su voz que hace pensar en el
Lejano Oeste. Sánchez, cuyo nombre puede sonar “a canción de verano de los
setenta con mucha espuma de color, una canción de Peret”.
[Supongo que habrá alguna explicación
sobre por qué escribí esto en Facebook el 14 de mayo del año 2025:
Cuando
lees a Esther García Llovet es como si de repente cayeras en la cuenta de que
todos los que no escribimos como Esther García Llovet fuéramos jilipichis.]
Sánchez,
la novela donde hay un perro llamado Cromwell que lanza aullidos graves,
aullidos graves “del siglo diecisiete”, la novela a la que de las rotondas (las
cien mil rotondas que hay en España) se dice que son “puntos suspensivos que
dejan todo siempre por acabar”, las rotondas, “esas indecisiones tan
españolas”. La novela narrada por uno de sus protagonistas, la ex pareja de
Sánchez, que era alguien que “antes iba a ver pelis iraníes, dejaba propina,
adelantaba por la izquierda”…, alguien que dice de eso:
“Hay
que ver qué rápido acaba la ruina con la vergüenza”.
Sánchez,
la novela que transcurre durante una madrileña noche veraniega de San Lorenzo,
“tan exótica, tan larga, tan frondosa, tan animal”.
“En ese momento
pasó una estrella fugaz de este a oeste, exactamente por detrás de su cabeza,
una estrella fugaz perfecta y fulgurante, un aviso del cosmos que rajó en dos
el cielo, una estrella fugaz para recordarnos el marasmo de allí fuera y lo
invisible y la verdadera naturaleza de las cosas”.
Alguien lo pregunta en ese libro
magnífico de García Llovet y ahora se lo pregunto a quien me lea:
“¿A ti cuánto te parece que dura un milagro”?
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