Una novela moderna: Los guapos, de Esther García-Llovet


Los guapos
, publicada en 2024, la novena novela de la escritora española Esther García-Llovet, es la primera suya que leo y me dejó estupefacto cuando lo hacía, nada más empezarla también y no digamos nada al acabarla. Una estupefacción satisfactoria. Algo que solamente las magníficas obras de arte literario son capaces de conseguir. Los guapos, qué maravilla auténticamente moderna, de las que gritan sin quedarse uno afónico, y menos ellas, que a la novela (ese culmen de la creatividad humana) la queda todavía por perpetrar mucho rocanrol.

 

“Blancas, grises y rubias de bote, feas, las mechas de Ocho el gato montés se enredan en un torbellino de pelo largo y sucio, tieso, a cada voltereta escupe agujas de pino y hierba, cáscaras de piña seca. Ocho se retuerce, se araña la cabeza intentando arrancarse una corona de cartón del Burger King ajustada con una goma bajo las orejas mordidas en cien peleas de gasolinera de carretera, se encoge, salta otra vez, se aparta la corona hacia atrás, estira el cuerpo erizado como de un calambrazo, al borde de la piscina donde las gotas de lluvia fina, estrecha, repican y estallan contra la superficie como agua hirviendo”.

 

Así comienza Los guapos, y no, el gato no es el protagonista. Vaya arranque, ¿Qué no?

García-Llovet escribe como si fuera una escritora más joven de lo que es. Y probablemente lo sea. Maldito edadismo que ya no le deja a uno profundizar en estas cosas. Lo dejo, sí.

Esta novela va un poco, y quizás sobre todo, de algo paranormal que como todo lo paranormal lo más normal (ja) es que no lo sea: los círculos en los cultivos o crop circles (que los más pedantes llaman ya agroglifos). También va de gente que se pone (un poco o un mucho):

 

“Hablaban, su amigo el abogado y el chaval, con esa locuacidad sinestésica y desbordante de los que toman ácido, las palabras se desplegaban de sus bocas en largos bucles de pergamino púrpura y dorado como en los códices medievales, plenos de sabiduría natural. Romantizamos el pasado, romantizamos el futuro, pero estos dos ayahuasqueros de verdad romantizaban el momento, el presente, el ahora”.

 

El párrafo anterior es una buena muestra de la escritura sensacional de García-Llovet, quédate con eso. Esto que sigue también:

 

“Le asalta una pena tremenda, como de vaciarse o caer muy despacio”.

 

El protagonista de la novela, que transcurre en El Saler valenciano (donde “el wifi es de cuatro buenas rayas, cuatro lonchas muy aprovechables”), es el joven Adrián Sureda, un simpático caradura (“de una simpatía arrolladora”) que podríamos colocar en la categoría de los emprendedoresquenotienenniideadeemprendimiento. O algo así. Alguien que siempre mantiene “esa bendita ignorancia, cargada mitad cinismo mitad ingenuidad, de lo que pasa en el mundo”. Sin embargo, la autora consigue que te caiga bien. O que no caiga, tampoco sé. Porque lo que avanza en el transcurso de Los guapos es una historia de leve derrota protagonizada por perdedores de un perfil literario casi mítico, al mismo tiempo que muy terrenales. Más que los círculos esos. Adrián fracasa a la española, nos cuenta la autora, es un adicto a la novedad, no es que sea ambicioso, para él “todo viene y todo va”. Y es guapo, sí, claro. (Como la gran familia valenciana a quien García-Llovet agradece al final del libro, “todos guapos”, al fin y al cabo, por El Saler “todo el mundo es guapo y hasta se parece, sospechosamente, será algo genético”).

Valencia, “esta tierra de agua y fuego y de quinto elemento”.

Solamente artilugios como las novelas (o los sitios y momentos en que nos contamos cosas) tienen fin, es una pequeña reflexión que, a mí que me gusta ver lo que hay de literatura en la literatura (qué cosas) detecto en Los guapos. Porque “en la vida todo sigue, si te das cuenta, las cosas que te pasan en realidad no se acaban nunca, cambian a otra cosa pero acabarse no, ya me entiendes, cerrarse, eso no pasa nunca, solo cuando te mueres y ni siquiera eso porque los demás siguen vivos y coleando. Las cosas solo se acaban cuando les pones un punto final, como en los libros, como en el cine. O cuando las cuentas”. García-Llovet comienza el capítulo 15 así:

 

“Un buen argumento tiene que ser breve y tiene que ser conciso, firme, tenso, como la cuerda por la que camina el funambulista sobre el abismo”.

 

Breve y conciso, como el argumento de Los guapos. Yo de ti la leería. En ella, el tiempo y la realidad van de la mano. ¿Como en la vida?

 

[…]


 

Este texto pertenece a mi artículo Los guapos, de Esther García-Llovet, una estupefacción satisfactoria’, publicado el 29 de mayo de 2024 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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