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Cuando Miguel Delibes salvó a alguien de ahogarse en Suances

Me cuenta en octubre de 2024 Noemí Sabugal en su libro Laberinto mar que a ella le contó Miguel Delibes en su libro Mi vida al aire libre que un día él, el autor de El hereje, salvó de ahogarse a una persona en Suances.


Delibes tiene una calle en el pueblo de mi madre, cerca de la playa de La Concha, y desde hace poco también hay allí una ruta, muy recomendable, de poca dificultad y de tres kilómetros, que lleva su nombre.

Quiero que Miguel Delibes me cuente aquello de la salvación de ahogarse a alguien en Suances y lo que hago es leer aquel libro suyo en el que lo contó por primera vez. Aquel libro suyo de 1989.


Leo en la web de la editorial que lo publicara, antes de leer yo mismo el libro (especialmente lo tocante en él a los veraneos en Suances de la familia Delibes), que en Mi vida al aire libre (memorias deportivas de un hombre sedentario), pues ese es el título completo de la obra, “Delibes rememora los diferentes deportes que ha practicado a lo largo de su vida: desde su temprana afición a la caza como morralero de su padre a su pasión por el fútbol, pasando por la práctica del ciclismo, la motocicleta o incluso el tenis”. También que “estas memorias y recuerdos están contados con un tono y lenguaje desenfadado y lleno de humor, no exento de nostalgia, que hace que el libro se lea con la misma fruición y complacencia que cualquiera de sus novelas”.


Al padre de Delibes (Adolfo Delibes, catedrático de Derecho, nacido en la localidad cántabra, entonces santanderina, de Molledo) se le llevaban los demonios cada vez que sabía de alguien que se ahogaba en una de las playas que entonces comenzaban a estar concurridas (concurridillas), el entonces aquel era un entonces de pongamos… la década de 1920, a finales. No concebía que pudiera no enseñar uno a sus vástagos a nadar en la misma época en que aprendían a andar. Promovía en sus hijos baños en el mar, pero baños cortos. El mar era el de Suances, que es donde veraneaba la familia. Lo de cortos era por lo de no acatarrarse en el agua (fría, si lo sabré yo). Mejor que lo cuente el insigne escritor:

 

“Aún lo recuerdo en la playa de Suances, en Santander, reloj en mano, cronometrando nuestras inmersiones (nunca más de diez minutos), la arena resplandeciente, al fondo la Isla de los Conejos”.

 

Su padre, ni que decir tiene, no se bañaba en aquel mar. Nunca. Bueno, nunca no, porque en una ocasión…

 

“Apareció con un bañador listado de azul, de media manga, comprado la tarde anterior, se metió en el mar, descarnado y cauteloso, y cuando el agua le alcanzó la cintura, se acuclilló y se puso a nadar, con una braza académica, aburrida, fría, poco excitante, resoplando a cada brazada como una locomotora. Y cuando dos minutos más tarde salió del agua, tan blanco, tan delgadito y anticuado, con sus brazos entecos sin bíceps, y mi madre le ayudó a ponerse el albornoz, los hermanos nos miramos un poco abochornados”.

 


Miguel, un niño de aquélla (nacido en 1920 en Valladolid, donde don Adolfo ejercía su profesorado y dirigía la Escuela de Comercio), les dijo a sus hermanos (llegó a tener siete, él era el tercero) que su padre, “si no se enfriase, podría ir nadando hasta la Isla de los Conejos”. Isla esta que ya ha salido dos veces aquí a relucir: la que se ve majestuosa, de una hermosura casi soñada, desde el precioso arenal de una de las playas que hay (la más grande) en el municipio de Suances, la playa de La Concha.

Hago ahora un pequeño quiebro, y traigo aquí algunas de las memorables frases de Delibes en aquel libro suyo de memorias dedicadas a su gran pasión cuando era niño (y joven y adulto, pues lo jugó entre los once y los cuarenta y cinco años): el fútbol. Aquel niño que fue como muestra de que “las cosas aprendidas por gusto se pegan más a la memoria que las aprendidas por obligación”, de tal forma que aquel niño Miguel “hoy no sabría citar un solo párrafo de las disciplinas que estudiaba” pero sí “repetir de carrerilla las alineaciones del Real Madrid de aquel entonces o de su Valladolid, pero también la del Athletic de Bilbao, el Valencia o la delantera del Real Oviedo.

 

“A mí lo que me exaltaba era el fútbol y, ávido de darle una categoría científica, inventé la primera teoría, que formulé con terminología de ley en 1932: el equipo que después de perder en casa visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo sumará al menos uno de los dos puntos en litigio. Consideraba esta ley fruto de la observación, como todas las grandes leyes científicas que rigen la vida y el universo, y me jactaba de ella. El fútbol era una cosa muy seria puesto que admitía su vertebración en leyes. Y como esta formulación encerraba buena parte de verdad, en el colegio me dio nombradía y, diez años más tarde, el cronista deportivo de El Norte de Castilla, al hacer los pronósticos del sábado mencionaba la ley Delibes como un físico mencionaría a Newton al hablar de la gravitación universal”.

 

Regreso a las aguas de Suances.

 

“Raro será el día soleado de verano desde 1926 a 1989 que haya pasado sobre mí sin bañarme en agua fría. Desde siempre hemos sido unos incondicionales del baño de placer”.

 

Llegamos, ya finalizo, a lo que Delibes llama en su libro “el ahogado de Suances”. El escritor, que iba acompañado por dos de sus hijos, a una edad provecta, como él mismo indica en su relato, saltó desde lo que él llama el malecón (a una altura de cuatro metros) hasta el mar, donde habían visto un “bulto inmóvil” y, “auxiliado por un atezado jayán y una muchacha pizpireta, varamos al náufrago en la arena”. Cuando el autor de El camino se dio cuenta de que “el accidentado iba recuperando el color y empezaba a dar muestras de vida” se escabulló para no llamar la atención de nadie.

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