El escritor estadounidense Cormac McCarthy no llegó por unas semanas a cumplir los 90 años. Falleció en 2023, después de haber escrito una novelística de ensueño, grandiosa y muy muy suya. Porque todos los Grandes de la Literatura Universal, siempresiempresiempre escriben singularmente, y lo hacen, desde un corazón especial, con un arte único, para toda la humanidad.
Su décima novela apareció en 2006 y se titulaba The
Road. En mi idioma, La carretera, espléndidamente traducida
por Luis Murillo Fort, se publicó un año después.
La novela
Es curioso que el asunto del
libro, su ámbito más bien, siendo como es un libro, una novela de McCarthy, sea
un mundo postapocalíptico, lo que a algunos les permitiría situar La
carretera dentro del género de la ciencia-ficción. Algo que, en el caso de
un Gigante de las Letras, como es el autor de No es país para viejos, no
es marco suficiente, pues autores así superan los géneros y los trasladan a una
dimensión distinta.
Estamos helados en la casi permanente oscuridad, ante una situación deprimente y lóbrega, terrible, bajo una constante lluvia de cenizas, enfrentados a una sociedad descuartizada y descuartizadora nuevamente salvaje, casi desoladoramente despojada de aquello que alguna vez fue la humanidad o, precisamente, comportándose como se podría esperar de aquello que fueran las sociedades humanas.
La carretera
es un viaje. El viaje de un padre enfermo y su hijo, un niño aún, a lo largo de
una carretera… Y cuanto ocurre entre ambos es todo lo que precisamente podemos
sentir de aquello que fuera lo que hoy pensamos que es la humanidad, que como
sabemos no es más que la lucha incesante entre civilización o barbarie.
Con motivo de la
publicación de la citada edición en español de la novela, el escritor y crítico
literario José María Guelbenzu escribió una crítica en El País,
el 8 de septiembre de 2007, titulada ‘Un Dios ciego y sordo’.
“La
lucha del padre adquiere carácter de grandeza y empecinamiento a la vez. Él
sabe que su destino será matarse antes que ser hechos prisioneros por
cualquiera de los grupos salvajes que pululan sobre la tierra y el chico, poco
a poco, lo entiende así también. Estamos, pues, ante una situación extrema.
Pocas veces la literatura ha aceptado moverse en semejante límite de principio
a fin. La lucha del padre es una mezcla de visceralidad y emocionalidad: cumple
su verdad de padre sin apoyo, sin apenas esperanza, en la soledad más total;
sólo sabe que está dispuesto a todo por defender al chico de cualquier amenaza
y, al mismo tiempo, sabe que aquello no tiene sentido, que no será la razón lo
que le ayude a mantenerse. Sin embargo, a lo largo de la edad del chico le ha
transmitido los valores que él aprendió (deducimos que el chico nació tras la
catástrofe y que el tiempo les ha obligado a abandonar su ciudad y caminar en
la dirección en la que estuvo la casa y la infancia del hombre). Y esos valores
chocan con la brutal insoportable realidad. El padre ha de defenderse con la
misma fiereza con que es o espera ser atacado; el chico, en cambio, que aún no
ha alcanzado a asumir el principio de contradicción, tiende a ser compasivo,
aunque a veces pensamos que esa compasión está teñida de pena por sí mismo, de
angustia ante la muerte y la imposibilidad. Estos dos pobres seres unidos por
el amor y el miedo son la expresión de una soledad intolerable”.
Guelbenzu, que la considera “una obra maestra”, sostiene que lo que “subyace permanentemente” en La carretera es una pregunta: “¿por qué tratamos de sobrevivir como humanos, no como animales?”
“A
su término, dan ganas de llorar; no de deprimirse sino de llorar, que también
desahoga; pero no todo es muerte y desolación. Éste es un libro valiente,
honesto y necesario como pocos y Cormac McCarthy ha vuelto a dar lo mejor de sí
mismo”.
Lo que nos sorprende todavía hoy de esa pequeña novela
descomunal es la relación tan diáfana entre el reconocimiento de la crítica y
los premios literarios profesionales (fue ganadora del Premio Pulitzer de
Ficción en 2007) y la excelente acogida popular que convirtió al libro en un
éxito de ventas grandioso. Algo cada vez menos habitual.
Mi amigo Guillermo Jiménez escribió de La
carretera en su muro de Facebook (en un texto que yo publiqué en Insurrección)
que “es asequible y potente, siempre dentro de los márgenes de brutalidad,
grosería, sadismo, salvajismo y atrocidades que uno encuentra en cualquier
historia de Cormac McCarthy”.
La película
El cuarto largometraje dirigido por el cineasta australiano John Hillcoat fue la versión cinematográfica de La carretera (“una película brutal, furiosamente desoladora, magistral”, a decir del crítico Luis Martínez en El Mundo), estrenada en Estados Unidos a finales de 2009 con una medida duración algo inferior a las dos horas. El guion, adaptando la novela de McCarthy, fue escrito por el anglo-australiano Joe Penhall, que cinco años antes había hecho lo propio con otra gran novela, Amor perdurable (Enduring love, de 1997), del británico Ian McEwan. El filme (con la música compuesta e interpretada para él por Nick Cave y Warren Ellis y la fotografía de Javier Aguirresarobe) estaba extraordinariamente bien interpretado por Viggo Mortensen (de prodigiosa tachó su actuación Oti Rodríguez Marchante en ABC) y Kodi Smit-McPhee, como el padre y el hijo de esta particularísima road-movie. La actriz Charlize Theron interpretó el papel de la mujer del padre, la madre del niño, que aparece brevemente en un flashback y adquiere un protagonismo más relevante que su breve aparición en el libro.
“Si el trabajo de
Hillcoat posee una notable fuerza visual, ambiental y sentimental, las
interpretaciones (...) son admirables. También está más allá del elogio la obra
de arte que ha logrado la fotografía de Javier Aguirresarobe”
Carlos Boyero
(El País)
No sé qué es lo que vio la muy reconocida crítica
cinematográfica estadounidense Ann Hornaday cuando escribió para The
Washington Post que la película La carretera “posee un gancho
innegable y una adusta grandeza, pero en última instancia parece una película
de zombies con pretensiones literarias”. A mí me pareció una magnífica
adaptación de una novela memorable. Novela y película que disfruté
prácticamente seguidas cuando, nada más acabar de leer la una, pocos días
después, pude ver la otra en televisión. Era agosto de 2012 y el día 14 escribí
en Facebook que la novela (una semana más tarde vi el filme) es “la mejor que
he leído este verano. Imprescindible manera de conocer con el corazón en un
puño el alma humana en medio de la desolación. Os recomiendo esa tremenda
novela, que posee en su interior el hálito impredecible de la belleza dentro de
la destrucción”.
El cómic
Año 2024. El historietista francés Manu Larcenet adapta al cómic (novela gráfica si se prefiere) la que ya es considerada un clásico literario, La carretera. Ese mismo año se publica en mi idioma en la brillante traducción de Eva Reyes de Uña. Yo la disfruto poco después de su aparición. Larcenet dibuja y escribe otra maravillosa versión (ahora en historieta) de la portentosa obra de McCarthy, muy bien recibida (no me extraña) por la crítica especializada (sobrecogedora es una palabra habitual que sale de ella) y por los compradores de tebeos (como yo sigo llamando a estas obras, ya sé que mal), hasta el punto de que en el verano 2024 ya había sido traducida a más de trece idiomas.
Larcenet obtuvo la autorización personal de MCarthy
para llevar su novela al cómic, pero el autor estadounidense falleció poco
después (en junio de 2023). Escuchémosle:
“Para crear esta
atmósfera, ralenticé deliberadamente el tiempo de lectura. En la novela
original hay muy poco diálogo, todo está en primera persona, es un texto lleno
de silencio y sobre todo no quería incluir nada fuera de texto. Para adaptarlo
a un cómic hay que mostrarlo todo. Como le prometí a McCarthy en mi carta,
reemplacé sus palabras con mis rasgos. Hasta el punto de rozar el exceso de
trabajo y, a veces, entregar cajas muy ocupadas y difíciles de leer, pero las
dejé. Quiero que la gente lea literalmente los dibujos”.
Respecto de los colores del álbum, el historietista
nos cuenta (lo hizo para la revista digital cultural Télérama) que “al
principio elegí un tratamiento bastante clásico, pero desbordaron el dibujo.
Como soy mi propio colorista, busqué a tientas. Y luego recordé las primeras
clases de color en el instituto de Sèvres, donde estudiamos grises de colores.
Es una forma parsimoniosa de utilizar el color, que permite suavizar y sobre
todo realzar el dibujo sin distorsionarlo. Y sobre todo lo que le confiere un gran
poder evocador. A estos catorce tonos de gris les debo algunas de las páginas
más bellas del álbum”.
Larcenet (que ya había adaptado a su arte gráfico antes otra obra literaria, El informe de Brodeck, una novela de 2007 del escritor francés Philippe Claudel) tardó dos años en completar este portentoso álbum de 156 páginas (“seis meses de investigación gráfica y un año y medio de dibujo”), tiempo durante el cual no hizo otra cosa (“pasaba siete u ocho horas durante el día y de tres a cinco horas por la noche”). Y es que el artista piensa que un cómic “debe ser una aventura intelectual y emocional, si no ¡es mejor no hacerlo!”
“En La carretera
nos encontramos con un Manu Larcenet que hace un extraordinario e impactante
trabajo reflejando a la perfección el cruel mundo postapocalíptico que nos
presentaba McCarthy en su novela. Aunque cambia varias cosas con respecto al
texto original consigue mantener tanto el espíritu de la novela como el tono de
desesperanza, sin dejar de lado la pregunta que sobrevuela la obra sobre qué
nos convierte en humanos, mientras asistimos una emocionante historia de amor
paternofilial”.
Diego García Rouco (Zona
Negativa)
En suma, desde la novela hasta el cómic pasando por el cine: La carretera es parte de la humanidad desde el arte, como casi todo.






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