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¿Quiénes eran los míticos almogávares?; por David Barreras y Cristina Durán

“Rapidez en las decisiones y en los movimientos que desorientan a los enemigos, sumisión personal a todas las inclemencias y fatigasdureza y persistencia de la acción que no dejan respirar al adversario”. Esta descripción realizada por Ramón Muntaner encaja a la perfección con los míticos almogávares, las tropas de infantería ligera empleadas por la Corona de Aragón entre los siglos XIII y XV. No obstante, el cronista medieval catalán realmente utiliza la cita en cuestión para hacer una caracterización de la actuación guerrera del rey de Aragón Pedro III el Grande.


Ciertamente, Pedro III no dejaba de ser un guerrero que combatía como un almogáver, un monarca que, además, basó sus éxitos bélicos en este cuerpo de élite reforzado por una poderosa flota y por experimentados líderes militares como el almirante Roger de Lauria. Es más, esta sentencia podría ser aplicada también a sus vástagos Alfonso IIIJaime II y Federico II, todos ellos hijos del monarca Grande que llegarían a ser reyes. Los dos últimos personajes estarían además implicados en las expediciones que los almogávares llevaron a cabo en Oriente por ser durante esa época reyes de Aragón y Sicilia y, por lo tanto, promotores, en parte, de dichas empresas militares.

El oficio de los almogávares no era otro que el de la guerra. Estos soldados de infantería ligera no sabían hacer otra cosa que penetrar en territorio musulmán con un número reducido de efectivos para, así, a través de pequeñas actuaciones, escaramuzas que no dejaban de provocar un gran daño al enemigo, conseguir hacerse con un buen botín. Del mismo modo, también colaboraban activamente en las campañas de conquista emprendidas por los monarcas aragoneses, constituyendo uno de los principales cuerpos de sus ejércitos.

Las ansias de rapiña de dichas tropas de infantería, o incluso únicamente su necesidad de la propia subsistencia, hacía preciso que los reyes de la Casa de Barcelona se vieran obligados, siempre que fuera posible, a emprender constantemente nuevas campañas militares de conquista, ante el peligro inminente de que estos soldados se volvieran en contra de su señor.

En palabras de Jerónimo Zurita, historiador aragonés del siglo XVI, los almogávares eran gente usada a robar y a hacer guerra a los moros por los montes y lugares muy fragosos.

Muy difundida ha sido también la definición que sobre este cuerpo de infantería hace el cronista medieval catalán Bernat Desclot, en la que comenta que “estas gentes que llamamos almogávares (…) no viven sino de armas, y no están en ciudades ni en villas, sino en montañas y en bosques, y guerrean todos los días con sarracenos y entran dentro de la tierra de los sarracenos una jornada o dos, robando (…) y traen muchos sarracenos presos (…). Y de esto viven, y sufren grandes penurias que otros no podrían soportar; que bien pueden estar dos días sin comer (…) o comerán de las hierbas de los campos (…). Y no llevan más que una gonela o una camisa, sea verano o invierno, muy corta, y en las piernas unas calzas muy estrechas de cuero y en los pies buenas sandalias de cuero; y llevan buen cuchillo (…) y lleva cada uno una buena lanza, y dos dardos y un zurrón de cuero a la espalda en el que llevan pan para dos o tres días. Y son muy fuertes y ligeros para huir o para perseguir; y son catalanes, y aragoneses y serranos”. Téngase en cuenta, por cierto, que estos serranos eran los habitantes de las montañas valencianas del interior.

 

No se conoce a ciencia cierta cuál fue el origen de los almogávares, pero no hay ninguna duda que fue Jaime I el Conquistador el monarca impulsor de la utilización a gran escala de este cuerpo de infantería en las campañas aragonesas de conquista. Tal sería el éxito alcanzado por los almogávares a lo largo de su extenso reinado que hacia finales del siglo XIII, época en la que ocupó el trono aragonés su hijo y sucesor, al ya mencionado Pedro III el Grande, conquistador de Sicilia, el Mediterráneo central se iría llenando de estos rudos soldados catalano-aragoneses que sirvieron de forma efectiva a dicho rey.

Del mismo modo, los almogávares también operarían bajo las órdenes de sus herederos, Jaime II el Justo, rey de Sicilia que tras el fallecimiento de su hermano Alfonso III el Liberal sería coronado también rey de Aragón, y Federico II, rey de Sicilia tras la renuncia al trono de Jaime. El principal campo de batalla por esta época, finales del siglo XIII y principios del XIV, se situaría en torno a Sicilia y el sur de la península Itálica, área mediterránea en la que se combatiría a los angevinos napolitanos y a sus aliados, Francia y la Santa Sede principalmente. No obstante, a pesar de tan preciado servicio a la Corona, a partir de 1302, año de firma del Tratado de Caltabellotta entre Sicilia y el reino angevino de Nápoles, estos soldados, en su mayoría almogávares, dejaron de tener una ocupación clara. Su oficio, como ya hemos comentado, no era otro más que guerrear y en esos momentos no existía un lugar próximo donde poder desempeñar tal menester.

 

Bizancio: el nuevo campo de batalla

Los almogávares, ya lo sabemos, venían combatiendo a los musulmanes de la península Ibérica desde tiempos de Jaime I el Conquistador (1219-1276). Estaban especializados en luchar a pie contra este tipo de tropas utilizando su armamento ligero, por lo que, cuando se puede dar por finalizada la reconquista por parte de la Corona de Aragón, se trasladaron a Sicilia para continuar sirviendo a los monarcas de la dinastía barcelonesa en su lucha contra los angevinos. Sellada en esos momentos la paz por parte de Aragón y Sicilia con napolitanos y franceses, y encontrándose ambas coronas del Casal de Barcelona en buena sintonía con el papado, a Federico no le quedaba otra salida que hallar una ocupación para estos numerosos almogávares que se encontraban en su reino o pronto tendría que asumir las consecuencias de tener ociosa a una multitud de soldados profesionales ansiosa por volver a combatir y conseguir cuantiosos botines.

Pero la fama adquirida en toda Europa por estas tropas de élite no tardaría en facilitar la solución al rey de Sicilia. Tanto tiempo combatiendo al islam durante la estancia en el trono de Jaime I y veinte años de lucha continuada en Italia con el reinado de los herederos del rey Conquistador, Pedro III, Jaime II y Federico II, eran aval suficiente. Por esas fechas el emperador bizantino, Andrónico II Paleólogo, hacía un llamamiento a la desesperada al líder almogáver, Roger de Flor, para que pasara a su servicio y combatiera a los turcos que amenazaban Constantinopla.

Con el beneplácito de Federico de Sicilia, Roger estuvo dispuesto a aceptar la propuesta del heredero de Miguel VIII, aquel emperador que había conseguido restaurar el poder bizantino en Constantinopla expulsando a los occidentales allí instalados desde los tiempos de la Cuarta Cruzada (1204) -para más información, véase nuestro trabajo titulado Breve Historia del Imperio bizantino (Nowtilus, 2009)-, no sin antes exigirle una serie de condiciones: el título de megaduque del Imperio y el enlace matrimonial con una princesa de la estirpe Paleólogo. Es preciso destacar que aunque la propuesta del de Flor era muy ambiciosa, por lo que era esperable que ni tan siquiera fuera escuchada, fue finalmente aceptada por el desquiciado emperador Andrónico II, quien ante el temible acoso otomano ofreció al caudillo almogáver a su sobrina, María, como esposa.

Debido al éxito en la negociación entre Roger de Flor y Andrónico, en verano de 1302 zarpaban del puerto siciliano de Messina treinta y nueve galeras que llevaban a bordo mil quinientos caballeros, cuatro mil almogávares y mil peones, además de la tripulación necesaria de marineros y remeros. La procedencia de estos mercenarios era muy variada: podían venir de cualquier territorio de la Corona de Aragón o de Sicilia. La carga económica de la expedición fue sufragada por el rey Federico.

Pero no todos los almogávares que había combatido en Sicilia se habían embarcado junto a Roger de Flor. Sin embargo, Federico encontró otra salida para estos soldados que no se habían encaminado a Constantinopla: muchos de los mercenarios catalano-aragoneses prefirieron entrar al servicio de los sultanes del norte de África y pasar a formar parte de los contingentes cristianos que luchaban en los enfrentamientos que tenían lugar entre estos soberanos musulmanes.

Tras la llegada de la expedición almogáver a Constantinopla, tuvo lugar la boda entre Roger de Flor y María Paleólogo. Durante la celebración de los esponsales quedaría también demostrado que la Casa de Barcelona se había erigido en una poderosa dinastía poseedora de un imperio marítimo aun en expansión: la potencia naval de Génova no tardó demasiado en dar muestras de su aversión hacia los mercenarios de la Corona de Aragón, ahora serios rivales que podían arrebatarles la hegemonía en el Mediterráneo central y oriental. El mismo día de la ceremonia se produjo una pelea entre los abundantes ciudadanos genoveses de Constantinopla y los almogávares. Ramón Muntaner describe que en el enfrentamiento murieron más de tres mil genoveses, para regocijo del emperador, que en esos momentos veía a sus aliados transalpinos como una amenaza y a los soldados catalano-aragoneses como sus libertadores.

 

Las conquistas en Oriente

El historiador Jesús Ernest Martínez Ferrando divide en dos periodos distintos las campañas de la llamada Compañía Catalana en Oriente. La primera la califica como de nomadismo guerrero, y la extiende entre los años 1302 a 1311. A la segunda, mucha más amplia que la anterior, la denomina periodo de organización sedentaria, y tiene lugar entre 1311 y 1460. Es preciso destacar que a lo largo de estas dos etapas de expediciones almogávares en territorio bizantino o turco sus miembros siempre combatieron bajo la bandera de Aragón, lo que da una idea de que a pesar de que guerrearan con autonomía en dicho territorio, lo hacían bajo el emblema de los monarcas de la Casa de Barcelona. Debido a ello, los reyes Jaime II de Aragón y Federico de Sicilia nunca perdieron la pista a la Compañía y considerarían sus hazañas como logros propios, especialmente el segundo de ellos, que como ya hemos mencionado sufragó la expedición inicial y que, como podremos observar en breve, llegó incluso a recibir vasallaje por las tierras conquistadas.

Los mayores logros de Roger de Flor tendrían lugar a partir de 1303, cuando sus tropas, ya en Anatolia, comenzaron a conseguir una victoria tras otra frente a los turcos. De esta forma los almogávares conquistarían Filadelfia, Magnesia, Tira y Éfeso y arrinconarían a los otomanos en la cordillera del Taurus, en el sur de Asia Menor.

La victoria total para la Compañía llegaría el 15 de agosto de 1304, en la batalla del Taurus, encuentro que precisó de todo un día para derrotar al enemigo y de tres jornadas para recoger el botín. Este triunfo permitió a Roger de Flor alcanzar Cilicia, pero muy pronto su liderazgo sería compartido con Berenguer de Entenza, ricohombre aragonés que arribó en otoño de 1304 a Oriente al mando de trescientos caballeros y mil almogávares que fueron transportados en nueve galeras. Estas tropas eran aportadas por Jaime II el Justo como participación a la campaña de Roger de Flor, que recordemos había sido sufragada por su hermano Federico. Una carta del de Entenza al rey de Aragón, escrita en Messina antes de la partida de su expedición, lo confirma, ya que en ella el noble admite que cumplirá las órdenes de su monarca, por lo que podemos considerar esta misiva como una muestra de hasta qué punto se implicó Jaime II en las conquistas orientales de los almogávares.

No obstante, aunque en principio pudiera intuirse que Roger de Flor y Berenguer de Entenza rivalizarían por acaparar el protagonismo entre los almogávares, lo cierto es que los dos líderes se entendieron a la perfección y permitieron a la Compañía ser aun más efectiva. Buena muestra de ello es que Roger llegaría incluso a ceder su título de megaduque del Imperio bizantino a Berenguer cuando el primero comenzó a titularse a sí mismo césar. Por desgracia para los almogávares, esta excepcional asociación de sus dos caudillos pronto sería cortada de raíz con la desaparición de Roger de Flor.

En abril de 1305 Miguel IX, hijo de Andrónico II, asociado al trono constantinopolitano por su padre, algo muy común entre los emperadores romanos y bizantinos, planeó el asesinato de Roger de Flor y de toda la plana mayor almogáver. Miguel IX pudo desarrollar con éxito su proyecto y en un banquete celebrado en Adrianópolis, al que invitó al líder de la Compañía, acabó con los catalanes y aragoneses allí reunidos empleando para ello a ocho mil jinetes alanos bajo el mando de su general, Georgios.

La violencia contra los almogávares se extendió por todo el Imperio, lo que demuestra que fue un complot organizado desde el trono bizantino, produciéndose una elevada mortandad entre los mercenarios hispánicos. Los almogávares supervivientes pudieron acantonarse en Galípoli, a la entrada del estrecho de Dardanelos, donde resistieron heroicamente bajo el mando de Berenguer de Entenza y pudieron finalmente iniciar una exitosa contraofensiva a lo largo de toda Grecia. Dicha campaña militar, conocida como Venganza Catalana, a punto estuvo de acabar con el Imperio bizantino.

El historiador italiano Stefano Maria Cingolani efectuó en su obra La memoria dels reis un recuento de los muertos causados por los miembros de la Compañía utilizando los datos aportados por el cronista Ramón Muntaner: ciento ochenta mil seiscientas cincuenta personas sin tener en cuenta las bajas de civiles. Aunque es evidente que se trata de una exageración, llama la atención cómo Muntaner pone de manifiesto estas cifras con total tranquilidad, al mismo tiempo que justifica como necesarias estas matanzas.

En 1306, las tropas de Miguel IX serían duramente derrotadas por los almogávares y éstos llegarían a las proximidades de Bulgaria, acorralando a los ejércitos mercenarios de Georgios, líder alano al que finalmente se dio muerte. Bizancio lanzaría a sus aliados genoveses, al mando de Antonio Spinola, a la toma de Galípoli, defendida por el cronista Ramón Muntaner, por entonces capitán almogáver, momento que como afirma Martínez Ferrando, nos sirve para hallar muestras del sentimiento de unidad de los almogávares hacia su patria, a pesar de ser fuerzas mercenarias.

Los miembros de la Compañía que defendían Galípoli protestaron airadamente contra el inminente ataque genovés, manifestando que la república transalpina se encontraba en paz con los reyes de Aragón y Sicilia. No obstante, también es cierto que esta reacción almogáver puede ser interpretada como un intento desesperado por evitar el ataque genovés. El asedio de la ciudad de los Dardanelos se tradujo finalmente en un rotundo éxito de los almogávares y supuso un desastre total para Génova y el Imperio, llegando incluso a perder la vida Spinola y su capitán, Bocanegra.

Por esas fechas, Berenguer de Entenza destruía Heraclea, pero finalmente era hecho prisionero por los máximos y más peligrosos rivales de los almogávares en esas tierras, es decir, los genoveses. No obstante, aunque Berenguer recuperó la libertad, nuevamente el liderazgo de los almogávares se vería dividido tras el protagonismo adquirido por Bernat de Rocafort durante el cautiverio del de Entenza y la llegada en 1307 de otro miembro de la dinastía barcelonesa, el infante Fernando, hijo de Jaime II de Mallorca, enviado al lugar para cumplir los designios de Federico de Sicilia, quien, al igual que su hermano Jaime II de Aragón, trataba de no perder comba en Oriente.

La rivalidad entre Berenguer de Entenza y Bernat de Rocafort se saldó finalmente en 1308 con el asesinato del primero a manos de un hermano del segundo durante una expedición en Macedonia. Pero el liderazgo de Bernat de Rocafort no duraría demasiado, si tenemos presente que pronto su comportamiento excesivamente violento hizo que perdiera el apoyo de los almogávares. En consecuencia, Rocafort fue traicionado y entregado al rey Roberto de Nápoles. Bernat acabó sus días prisionero en una fortaleza, donde murió de hambre. La suerte del infante Fernando de Mallorca no fue mejor, ya que fue capturado por los venecianos y entregado a los angevinos asentados en los Balcanes.

Al parecer, la Compañía no deseaba ver un caudillo único al frente de la misma, pero tampoco quería que el liderazgo compartido implicara el exterminio de sus jefes como fruto de la rivalidad. En consecuencia, se decidió que un consejo de doce miembros eligiera a cuatro capitanes.

Arrinconados los turcos a los confines de Asia Menor y tras haber arrasado la Grecia continental, ya sin actuar como mercenarios de un líder regional, como bien pudiera ser por esas fechas el emperador de Constantinopla, los almogávares acabaron ofreciendo sus servicios al noble francés Gautier de Brienne, duque de Atenas, junto a quien combatirían contra el enemigo común a partir de 1309: Bizancio.

El duque de Atenas utilizó con éxito a la Compañía mientras la consideró necesaria, pero pronto acabaría enfrentado a la infantería catalano-aragonesa cuando intentó prescindir de su ayuda militar. El 13 de mayo de 1311 la batalla de Cefís supuso el final de la presencia francesa en Atenas y permitió a los almogávares hacerse con su ducado. Es a partir de este momento cuando se inicia el periodo de establecimiento sedentario de los almogávares en Oriente.

Con el objeto de legalizar su presencia en dichas tierras, los líderes almogávares solicitaron a Federico de Sicilia que uno de sus hijos recibiera el título ducal. La presencia de la Casa de Barcelona en la región quedó reforzada mediante la anexión de la Tesalia meridional en 1318 tras el fallecimiento de su déspota bizantino, Juan II Ángel, y con la fundación del ducado de Neopatria en sus tierras, territorio que rendiría también vasallaje al rey de Sicilia. En 1380, estos territorios quedaron integrados en la Corona de Aragón gracias al matrimonio que tuvo lugar unos años antes entre la titular de los dos ducados, Leonor de Sicilia, y Pedro IV el Ceremonioso. Los ducados griegos se mantendrían hasta el año 1391.


Estos hechos parecen confirmar, como pone de manifiesto Cingolani, que Federico de Sicilia llegó a tener en mente hacerse con el Imperio bizantino utilizando a las tropas almogávares allí desplegadas, aunque no queda del todo claro si este rey había proyectado dicha idea desde el comienzo de las expediciones en Oriente o si por el contrario vio la conquista de Constantinopla como una oportunidad que se abría tras los éxitos y el establecimiento de la Compañía Catalana en aquellas tierras. Una carta enviada por Federico en 1304 a Jaime II pone de manifiesto que, tras las primeras victorias de los almogávares en Asia Menor, el objetivo del hijo menor de Pedro III era someter a Bizancio: “el rey Federico hace saber al rey de Aragón que su intención sobre Romanía (Bizancio) es su conquista”.

Conquista a la cual este rey no podría haber aspirado jamás si no hubiera contado con el mejor cuerpo de infantería ligera de la Baja Edad Media: los almogávares.

  

 

[ESTE ARTÍCULO, con el título de ‘Almogávares: la infantería de élite de la Corona de Aragón’, APARECIÓ EN la revista digital que yo dirigí, ANATOMÍA DE LA HISTORIA, POR VEZ PRIMERA EL 20 de junio de 2011]

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