“Rapidez en las decisiones y en los movimientos que desorientan a los enemigos, sumisión personal a todas las inclemencias y fatigas, dureza y persistencia de la acción que no dejan respirar al adversario”. Esta descripción realizada por Ramón Muntaner encaja a la perfección con los míticos almogávares, las tropas de infantería ligera empleadas por la Corona de Aragón entre los siglos XIII y XV. No obstante, el cronista medieval catalán realmente utiliza la cita en cuestión para hacer una caracterización de la actuación guerrera del rey de Aragón Pedro III el Grande.
Ciertamente, Pedro III no dejaba de ser un guerrero que combatía como un almogáver, un monarca que, además, basó sus éxitos bélicos en este cuerpo de élite reforzado por una poderosa flota y por experimentados líderes militares como el almirante Roger de Lauria. Es más, esta sentencia podría ser aplicada también a sus vástagos Alfonso III, Jaime II y Federico II, todos ellos hijos del monarca Grande que llegarían a ser reyes. Los dos últimos personajes estarían además implicados en las expediciones que los almogávares llevaron a cabo en Oriente por ser durante esa época reyes de Aragón y Sicilia y, por lo tanto, promotores, en parte, de dichas empresas militares.
El oficio de los almogávares no era otro que el de la
guerra. Estos soldados de infantería ligera no sabían hacer otra cosa que
penetrar en territorio musulmán con un número reducido de efectivos para, así,
a través de pequeñas actuaciones, escaramuzas que no dejaban de provocar un
gran daño al enemigo, conseguir hacerse con un buen botín. Del mismo modo,
también colaboraban activamente en las campañas de conquista emprendidas por
los monarcas aragoneses, constituyendo uno de los principales cuerpos de sus ejércitos.
Las ansias de rapiña de dichas tropas de infantería, o
incluso únicamente su necesidad de la propia subsistencia, hacía preciso que
los reyes de la Casa de Barcelona se vieran obligados, siempre que fuera
posible, a emprender constantemente nuevas campañas militares de conquista,
ante el peligro inminente de que estos soldados se volvieran en contra de su
señor.
En palabras de Jerónimo Zurita,
historiador aragonés del siglo XVI, los almogávares eran gente usada a
robar y a hacer guerra a los moros por los montes y lugares muy fragosos.
Muy difundida ha sido también la definición que sobre
este cuerpo de infantería hace el cronista medieval catalán Bernat
Desclot, en la que comenta que “estas gentes que llamamos
almogávares (…) no viven sino de armas, y no están en
ciudades ni en villas, sino en montañas y en bosques, y guerrean todos los días
con sarracenos y entran dentro de la tierra de los sarracenos una jornada o
dos, robando (…) y traen muchos sarracenos presos (…). Y
de esto viven, y sufren grandes penurias que otros no podrían soportar; que
bien pueden estar dos días sin comer (…) o comerán de las
hierbas de los campos (…). Y no llevan más que una gonela o
una camisa, sea verano o invierno, muy corta, y en las piernas unas calzas muy estrechas
de cuero y en los pies buenas sandalias de cuero; y llevan buen cuchillo (…) y
lleva cada uno una buena lanza, y dos dardos y un zurrón de cuero a la espalda
en el que llevan pan para dos o tres días. Y son muy fuertes y ligeros para
huir o para perseguir; y son catalanes, y aragoneses y serranos”. Téngase
en cuenta, por cierto, que estos serranos eran los
habitantes de las montañas valencianas del interior.
No se conoce a ciencia cierta cuál fue el origen de
los almogávares, pero no hay ninguna duda que fue Jaime I el
Conquistador el monarca impulsor de la utilización a gran escala
de este cuerpo de infantería en las campañas aragonesas de conquista. Tal sería
el éxito alcanzado por los almogávares a lo largo de su extenso reinado que
hacia finales del siglo XIII, época en la que ocupó el trono aragonés su hijo y
sucesor, al ya mencionado Pedro III el Grande, conquistador de Sicilia, el
Mediterráneo central se iría llenando de estos rudos soldados
catalano-aragoneses que sirvieron de forma efectiva a dicho rey.
Del mismo modo, los almogávares también operarían bajo
las órdenes de sus herederos, Jaime II el Justo, rey de
Sicilia que tras el fallecimiento de su hermano Alfonso III el Liberal sería
coronado también rey de Aragón, y Federico II, rey de
Sicilia tras la renuncia al trono de Jaime. El principal campo de batalla por
esta época, finales del siglo XIII y principios del XIV, se situaría en torno a
Sicilia y el sur de la península Itálica, área mediterránea en la que se
combatiría a los angevinos napolitanos y a sus
aliados, Francia y la Santa Sede principalmente. No obstante, a pesar de tan
preciado servicio a la Corona, a partir de 1302, año de firma del Tratado
de Caltabellotta entre Sicilia y el reino angevino de Nápoles,
estos soldados, en su mayoría almogávares, dejaron de tener una ocupación
clara. Su oficio, como ya hemos comentado, no era otro más que guerrear y en
esos momentos no existía un lugar próximo donde poder desempeñar tal menester.
Bizancio: el
nuevo campo de batalla
Los almogávares, ya lo sabemos, venían combatiendo a
los musulmanes de la península Ibérica desde tiempos de Jaime I el Conquistador
(1219-1276). Estaban especializados en luchar a pie contra este tipo de tropas
utilizando su armamento ligero, por lo que, cuando se puede dar por finalizada
la reconquista por parte de la Corona de Aragón, se trasladaron a Sicilia para
continuar sirviendo a los monarcas de la dinastía barcelonesa en su lucha
contra los angevinos. Sellada en esos momentos la paz por parte de Aragón y
Sicilia con napolitanos y franceses, y encontrándose ambas coronas del Casal de
Barcelona en buena sintonía con el papado, a Federico no le quedaba otra salida
que hallar una ocupación para estos numerosos almogávares que se encontraban en
su reino o pronto tendría que asumir las consecuencias de tener ociosa a una
multitud de soldados profesionales ansiosa por volver a combatir y conseguir
cuantiosos botines.
Pero la fama adquirida en toda Europa por estas tropas
de élite no tardaría en facilitar la solución al rey de Sicilia. Tanto tiempo
combatiendo al islam durante la estancia en el trono de Jaime I y veinte años
de lucha continuada en Italia con el reinado de los herederos del rey
Conquistador, Pedro III, Jaime II y Federico II, eran aval suficiente. Por esas
fechas el emperador bizantino, Andrónico II Paleólogo,
hacía un llamamiento a la desesperada al líder almogáver, Roger de
Flor, para que pasara a su servicio y combatiera a los turcos que
amenazaban Constantinopla.
Con el beneplácito de Federico de Sicilia, Roger
estuvo dispuesto a aceptar la propuesta del heredero de Miguel VIII, aquel
emperador que había conseguido restaurar el poder bizantino en Constantinopla
expulsando a los occidentales allí instalados desde los tiempos de la Cuarta
Cruzada (1204) -para más información, véase nuestro trabajo titulado Breve
Historia del Imperio bizantino (Nowtilus, 2009)-, no sin antes
exigirle una serie de condiciones: el título de megaduque del Imperio y el
enlace matrimonial con una princesa de la estirpe Paleólogo. Es preciso
destacar que aunque la propuesta del de Flor era muy ambiciosa, por lo que era
esperable que ni tan siquiera fuera escuchada, fue finalmente aceptada por el
desquiciado emperador Andrónico II, quien ante el temible acoso otomano ofreció
al caudillo almogáver a su sobrina, María, como esposa.
Debido al éxito en la negociación entre Roger de Flor
y Andrónico, en verano de 1302 zarpaban del puerto siciliano de Messina treinta
y nueve galeras que llevaban a bordo mil quinientos caballeros, cuatro mil
almogávares y mil peones, además de la tripulación necesaria de marineros y
remeros. La procedencia de estos mercenarios era muy variada: podían venir de
cualquier territorio de la Corona de Aragón o de Sicilia. La carga económica de
la expedición fue sufragada por el rey Federico.
Pero no todos los almogávares que había combatido en
Sicilia se habían embarcado junto a Roger de Flor. Sin embargo, Federico
encontró otra salida para estos soldados que no se habían encaminado a
Constantinopla: muchos de los mercenarios catalano-aragoneses prefirieron
entrar al servicio de los sultanes del norte de África y pasar a formar parte
de los contingentes cristianos que luchaban en los enfrentamientos que tenían
lugar entre estos soberanos musulmanes.
Tras la llegada de la expedición almogáver a Constantinopla,
tuvo lugar la boda entre Roger de Flor y María Paleólogo. Durante la
celebración de los esponsales quedaría también demostrado que la Casa de
Barcelona se había erigido en una poderosa dinastía poseedora de
un imperio marítimo aun en expansión: la potencia naval de Génova no
tardó demasiado en dar muestras de su aversión hacia los mercenarios de la
Corona de Aragón, ahora serios rivales que podían arrebatarles la hegemonía en
el Mediterráneo central y oriental. El mismo día de la ceremonia se produjo una
pelea entre los abundantes ciudadanos genoveses de Constantinopla y los
almogávares. Ramón Muntaner describe que en el enfrentamiento murieron más de
tres mil genoveses, para regocijo del emperador, que en esos momentos veía a
sus aliados transalpinos como una amenaza y a los soldados catalano-aragoneses
como sus libertadores.
Las conquistas en
Oriente
El historiador Jesús Ernest Martínez
Ferrando divide en dos periodos distintos las campañas de la llamada Compañía
Catalana en Oriente. La primera la califica como de nomadismo
guerrero, y la extiende entre los años 1302 a 1311. A la segunda, mucha
más amplia que la anterior, la denomina periodo de organización
sedentaria, y tiene lugar entre 1311 y 1460. Es preciso destacar que a lo
largo de estas dos etapas de expediciones almogávares en territorio bizantino o
turco sus miembros siempre combatieron bajo la bandera de Aragón, lo que da una
idea de que a pesar de que guerrearan con autonomía en dicho territorio, lo
hacían bajo el emblema de los monarcas de la Casa de Barcelona. Debido a ello,
los reyes Jaime II de Aragón y Federico de Sicilia nunca perdieron la pista a
la Compañía y considerarían sus hazañas como logros propios, especialmente el
segundo de ellos, que como ya hemos mencionado sufragó la expedición inicial y
que, como podremos observar en breve, llegó incluso a recibir vasallaje por las
tierras conquistadas.
Los mayores logros de Roger de Flor tendrían lugar a
partir de 1303, cuando sus tropas, ya en Anatolia, comenzaron a conseguir una
victoria tras otra frente a los turcos. De esta forma los
almogávares conquistarían Filadelfia, Magnesia, Tira y Éfeso y arrinconarían a
los otomanos en la cordillera del Taurus, en el sur de Asia Menor.
La victoria total para la Compañía llegaría el 15 de
agosto de 1304, en la batalla del Taurus, encuentro que
precisó de todo un día para derrotar al enemigo y de tres jornadas para recoger
el botín. Este triunfo permitió a Roger de Flor alcanzar Cilicia, pero muy
pronto su liderazgo sería compartido con Berenguer de Entenza,
ricohombre aragonés que arribó en otoño de 1304 a Oriente al mando de
trescientos caballeros y mil almogávares que fueron transportados en nueve
galeras. Estas tropas eran aportadas por Jaime II el Justo como participación a
la campaña de Roger de Flor, que recordemos había sido sufragada por su hermano
Federico. Una carta del de Entenza al rey de Aragón, escrita en Messina antes
de la partida de su expedición, lo confirma, ya que en ella el noble admite que
cumplirá las órdenes de su monarca, por lo que podemos considerar esta misiva
como una muestra de hasta qué punto se implicó Jaime II en las conquistas
orientales de los almogávares.
No obstante, aunque en principio pudiera intuirse que
Roger de Flor y Berenguer de Entenza rivalizarían por acaparar el protagonismo
entre los almogávares, lo cierto es que los dos líderes se entendieron a la
perfección y permitieron a la Compañía ser aun más efectiva. Buena muestra de
ello es que Roger llegaría incluso a ceder su título de megaduque del Imperio
bizantino a Berenguer cuando el primero comenzó a titularse a sí
mismo césar. Por desgracia para los almogávares, esta excepcional
asociación de sus dos caudillos pronto sería cortada de raíz con la desaparición
de Roger de Flor.
En abril de 1305 Miguel IX, hijo
de Andrónico II, asociado al trono constantinopolitano por su padre, algo muy
común entre los emperadores romanos y bizantinos, planeó el asesinato de Roger
de Flor y de toda la plana mayor almogáver. Miguel IX pudo desarrollar con
éxito su proyecto y en un banquete celebrado en Adrianópolis, al que invitó al
líder de la Compañía, acabó con los catalanes y aragoneses allí reunidos
empleando para ello a ocho mil jinetes alanos bajo
el mando de su general, Georgios.
La violencia contra los almogávares se extendió por
todo el Imperio, lo que demuestra que fue un complot organizado desde el trono
bizantino, produciéndose una elevada mortandad entre los mercenarios
hispánicos. Los almogávares supervivientes pudieron acantonarse en Galípoli,
a la entrada del estrecho de Dardanelos, donde resistieron heroicamente bajo el
mando de Berenguer de Entenza y pudieron finalmente iniciar una exitosa
contraofensiva a lo largo de toda Grecia. Dicha campaña militar, conocida
como Venganza Catalana, a punto estuvo de acabar con el
Imperio bizantino.
El historiador italiano Stefano Maria
Cingolani efectuó en su obra La memoria dels reis un
recuento de los muertos causados por los miembros de la Compañía utilizando los
datos aportados por el cronista Ramón Muntaner: ciento ochenta mil seiscientas
cincuenta personas sin tener en cuenta las bajas de civiles. Aunque es evidente
que se trata de una exageración, llama la atención cómo Muntaner pone de
manifiesto estas cifras con total tranquilidad, al mismo tiempo que justifica
como necesarias estas matanzas.
En 1306, las tropas de Miguel IX serían duramente
derrotadas por los almogávares y éstos llegarían a las proximidades de
Bulgaria, acorralando a los ejércitos mercenarios de Georgios, líder alano al
que finalmente se dio muerte. Bizancio lanzaría a sus aliados genoveses, al
mando de Antonio Spinola, a la toma de Galípoli,
defendida por el cronista Ramón Muntaner, por entonces capitán almogáver,
momento que como afirma Martínez Ferrando, nos sirve para hallar muestras del
sentimiento de unidad de los almogávares hacia su patria, a pesar de ser
fuerzas mercenarias.
Los miembros de la Compañía que defendían Galípoli
protestaron airadamente contra el inminente ataque genovés, manifestando que la
república transalpina se encontraba en paz con los reyes de Aragón y Sicilia.
No obstante, también es cierto que esta reacción almogáver puede ser
interpretada como un intento desesperado por evitar el ataque genovés. El asedio
de la ciudad de los Dardanelos se tradujo finalmente en un rotundo éxito de los
almogávares y supuso un desastre total para Génova y el Imperio, llegando
incluso a perder la vida Spinola y su capitán, Bocanegra.
Por esas fechas, Berenguer de Entenza destruía
Heraclea, pero finalmente era hecho prisionero por los máximos y más peligrosos
rivales de los almogávares en esas tierras, es decir, los genoveses. No
obstante, aunque Berenguer recuperó la libertad, nuevamente el liderazgo de los
almogávares se vería dividido tras el protagonismo adquirido por Bernat
de Rocafort durante el cautiverio del de Entenza y la llegada en
1307 de otro miembro de la dinastía barcelonesa, el infante
Fernando, hijo de Jaime II de Mallorca, enviado al lugar para cumplir
los designios de Federico de Sicilia, quien, al igual que su hermano Jaime II
de Aragón, trataba de no perder comba en Oriente.
La rivalidad entre Berenguer de Entenza y Bernat de
Rocafort se saldó finalmente en 1308 con el asesinato del primero a manos de un
hermano del segundo durante una expedición en Macedonia. Pero el liderazgo de
Bernat de Rocafort no duraría demasiado, si tenemos presente que pronto su
comportamiento excesivamente violento hizo que perdiera el apoyo de los
almogávares. En consecuencia, Rocafort fue traicionado y entregado al rey Roberto
de Nápoles. Bernat acabó sus días prisionero en una fortaleza, donde
murió de hambre. La suerte del infante Fernando de Mallorca no fue mejor, ya
que fue capturado por los venecianos y entregado a los angevinos asentados en
los Balcanes.
Al parecer, la Compañía no deseaba ver un caudillo
único al frente de la misma, pero tampoco quería que el liderazgo compartido
implicara el exterminio de sus jefes como fruto de la rivalidad. En
consecuencia, se decidió que un consejo de doce miembros eligiera a cuatro
capitanes.
Arrinconados los turcos a los confines de Asia Menor y
tras haber arrasado la Grecia continental, ya sin actuar como mercenarios de un
líder regional, como bien pudiera ser por esas fechas el emperador de
Constantinopla, los almogávares acabaron ofreciendo sus servicios al noble
francés Gautier de Brienne, duque de Atenas, junto a
quien combatirían contra el enemigo común a partir de 1309: Bizancio.
El duque de Atenas utilizó con éxito a la Compañía
mientras la consideró necesaria, pero pronto acabaría enfrentado a la
infantería catalano-aragonesa cuando intentó prescindir de su ayuda militar. El
13 de mayo de 1311 la batalla de Cefís supuso el
final de la presencia francesa en Atenas y permitió
a los almogávares hacerse con su ducado. Es a partir de
este momento cuando se inicia el periodo de establecimiento sedentario de los
almogávares en Oriente.
Con el objeto de legalizar su presencia en dichas
tierras, los líderes almogávares solicitaron a Federico de Sicilia que uno de
sus hijos recibiera el título ducal. La presencia de la Casa de Barcelona en la
región quedó reforzada mediante la anexión de la Tesalia meridional en 1318
tras el fallecimiento de su déspota bizantino, Juan II Ángel, y con la fundación
del ducado de Neopatria en sus tierras, territorio
que rendiría también vasallaje al rey de Sicilia. En 1380, estos territorios
quedaron integrados en la Corona de Aragón gracias al matrimonio que tuvo lugar
unos años antes entre la titular de los dos ducados, Leonor de
Sicilia, y Pedro IV el Ceremonioso. Los ducados
griegos se mantendrían hasta el año 1391.
Estos hechos parecen confirmar, como pone de manifiesto Cingolani, que Federico de Sicilia llegó a tener en mente hacerse con el Imperio bizantino utilizando a las tropas almogávares allí desplegadas, aunque no queda del todo claro si este rey había proyectado dicha idea desde el comienzo de las expediciones en Oriente o si por el contrario vio la conquista de Constantinopla como una oportunidad que se abría tras los éxitos y el establecimiento de la Compañía Catalana en aquellas tierras. Una carta enviada por Federico en 1304 a Jaime II pone de manifiesto que, tras las primeras victorias de los almogávares en Asia Menor, el objetivo del hijo menor de Pedro III era someter a Bizancio: “el rey Federico hace saber al rey de Aragón que su intención sobre Romanía (Bizancio) es su conquista”.
Conquista a la cual este rey no podría haber aspirado
jamás si no hubiera contado con el mejor cuerpo de infantería ligera de la Baja
Edad Media: los almogávares.
[ESTE ARTÍCULO, con el título de ‘Almogávares:
la infantería de élite de la Corona de Aragón’, APARECIÓ EN la revista
digital que yo dirigí, ANATOMÍA DE LA HISTORIA, POR VEZ PRIMERA
EL 20 de junio de 2011]


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