Competencia oficial es una lección cinematográfica escondida en las maneras ágiles de una comedia comedida formalmente espléndida, muy bien escrita, dirigida e interpretada. Fascinantemente interpretada, diría yo, pues es además una obra maestra sobre el noble arte de la actuación. Porque la película hispano-argentina Competencia oficial nos interpela sobre lo que es el cine, sobre su existencia funcional o artística, y sobre la necesidad de hacer competir a las creaciones humanas con vocación artística como si tal cosa pudiera desvirtuar su inmaculada esencia casi divina. También es una película sobre el oficio y el arte de la interpretación, sobre sus formas, sus virtudes y sus manías o trucos fabulosos. Todo ello, ya digo, dentro de lo que es el film, una comedia siempre divertida, no necesariamente hilarante, sí jocosa. Inteligentemente jocosa.
Estrenada en 2021, su duración no llega a las dos horas, ha sido dirigida por el tándem de cineastas argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn, escrita por ambos junto a Andrés Duprat, fotografiada espléndidamente por Arnau Valls Colomer e interpretada por tres superdotados de la profesión actoral: Antonio Banderas, Penélope Cruz y Óscar Martínez (sublimes Banderas y Martínez, con una capacidad múltiple de registros llenos de verdad y llenos de mentira, al mismo tiempo, siempre la conveniente en cada caso), fenomenalmente acompañados por Irene Escolar, José Luis Gómez, Manolo Solo, Nagore Aranburu y Pilar Castro.
Comparto con el crítico cinematográfico de El
Mundo, Luis Martínez, su opinión sobre Competencia oficial, de la
que escribió que "no sólo es un delirante y muy divertido comentario sobre
los azares de la industria cinematográfica sino, mejor aún, un ingenioso
mecanismo en el que el interpelado, además del cine, es el propio espectador”.
Y yo me sentí interpelado. Y satisfecho. Muy
satisfecho. Pocas cosas mejores que el arte.


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