Segunda mitad de la década de 1970, década de 1980… New wave norteamericana, nombres estadounidenses: el portentoso alivio pop que fueron Blondie, los sofisticados The Cars, los rotundamente festivos B-52’s, Talking Heads, los reyes del power pop Paul Collins Beat y The Romantics, las Bangles, The Motels…
Blondie, bueno
Debbie Harry, estuvo durante años como funda de la pantalla del ordenador de mi
amigo Quique. Una camiseta con su rostro, quiero decir. Tendríamos unos 17 años
o menos cuando aquella música, aquella nueva ola venida del espacio exterior,
nos ayudó a ser más felices sin necesidad de preocuparnos por ir al encuentro
de la dicha, por buscarla, porque la música de su grupo y el cuerpo de ella
estaban ahí, en el Sal Común, en el Vibraciones, en la radio, en nuestros
discos, en la tele. Sí, en la tele, porque en aquellos tiempos fundacionales en
los que vivíamos en un país repleto de energía de esa hecha con el viento a
favor, no de la que ahora nos gastamos, tan calamitosa y reaccionaria, en
aquellos días, digo, en la tele salían Tequila, Blondie, los Ramones y hasta la
Romántica Banda Local.
A Debbie Quique
se la encontró hace poco tiempo en un ascensor creo que de Nueva York, y mi
amigo Quique no fue capaz de decirla a ella, que tras sus gafas negras
despilfarraba todavía la belleza inmóvil de los días en los que los dinosaurios
empezaban a dejar de dominar las vidas de los jóvenes, ni una sola palabra. O
tal vez sí, tal vez le dijo, en inglés, por supuesto, holaDebbiemellamoQuiqueyhevenidohastaaquísóloparasaberquenofuisteunsueño.
En su indispensable libro Yeah! Yeah! Yeah! La historia del
pop moderno, Bob Stanley habla de la diatriba entre
lo molón del rock malcarado y lo blandito de la música de puro pop sin aristas.
Y la muestra de donde se queda (donde se posiciona) Stanley es lo que dice de
Debbie Harry, “uno se malicia que la razón principal de la devaluación del
reconocimiento de Blondie es que algunos críticos de rock […] ensalcen sin
remilgos a artistas como Janis Joplin o Patti Smith, lo cual invita a pensar
que si Debbie Harry hubiese sido un callo, su grupo estaría considerado el
mejor de su generación, una banda proteica, con visión del futuro y melódica a
más no poder”.
Debbie Harry (“nosotros, el grupo Blondie, no nos
considerábamos new wave y hacíamos lo que hacían los punks, que era derribar
muros”) escribe (en De cara, 2020) sobre la diferencia entre ella y
Patti Smith:
“Aunque en el fondo creo que yo
venía de un lugar similar, mi enfoque era distinto. Estaba enfatizando la idea
de ser una mujer muy femenina mientras lideraba una banda de rock de hombres
con un juego muy masculino. Mi personaje era una muñeca hinchable pero con un
lado muy oscuro, provocativo y agresivo”.
Por su parte, Clem Burke (batería del
grupo, en conversación con el periodista musical español Rafa Cevera, para El
País, el 1 de marzo de 2010) quiso aclarar cuánto de punk hubo en aquellos
Blondie nacidos a mediados de la década de 1970 del siglo pasado:
“La diferencia entre los
grupos neoyorquinos de mediados de los setenta y los londinenses que crearon el
punk es que nuestra visión musical era mucho más amplia. Nueva York es una
ciudad formada por diversas culturas y cada grupo interpretaba esa información
a su manera. Todos los que actuábamos en el CBGB éramos diferentes unos de
otros. Nosotros estábamos abiertos a ritmos caribeños, latinos, a la música
disco. Además, no era habitual que una mujer liderara un grupo formado por
hombres. Debbie destacaba y eso también nos hacía especiales”.
Blondie y sus primeros cuatro elepés inolvidables:
Blondie
(1976)
Plastic letters
(1977)
Parallel lines
(1978)
Eat to the beat
(1979)
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